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LA CIUDAD DE LOS SUEÑOS

Odio a los homosexuales pero entiendo lo que sienten. Y no crean que se lo digo por decir, sino porque tengo mis propios motivos para sentirlo. Se preguntarán quien soy, y sobre todo de dónde vengo, pero deben creerme, si se lo digo se arrepentirán de haberlo preguntado, pues es un lugar ilógico para ustedes, pero tan real como la vida misma. La historia de mi vida es demasiado larga, a pesar de eso intentaré acortarla y contar sobretodo lo más fundamental. Mi nombre es Miguel García López, mas ese no es mi verdadero nombre. De donde procedo me llamaban Patry Abad, y sé que suena un poco absurdo, pero no era para nada allí. Vengo de muy lejos, tan lejos que no se lo pueden ni imaginar, y me niego en rotundo el decir dónde es. ¿Por qué? Como ya he dicho antes, tengo mis propios motivos para decir todo esto, y ustedes los comprenderán cuando les cuente mi historia.
Un lugar triste y pobre para todos ustedes, y sobretodo para mí, es aquel lugar. Un sitio que puede ser el paraíso de muchas personas, pero un verdadero infierno para la inmensa mayoría. Mi lugar, mi reino, mi mundo ya pasado, un lugar del que deseo olvidar, pero que me ha dejado heridas tan profundas que no puedo olvidarme de ellas. Le llamaban el lugar de los sueños, el lugar en donde nuestros deseos más ocultos se podían hacer realidad. Pero sobretodo se le conocía como el lugar "donde comenzaba el Arco Iris". Les puedo contar muchas cosas de ese lugar, cuáles eran sus leyes, y con qué código se regían. Pero les diré una cosa: la principal regla que se debía de regir allí era la homosexualidad. ¡Sí, señores! Allí todos los hombres eran gays y todas las mujeres lesbianas. Todos ustedes hablan de machismo y feminismo, pero en aquel lugar esas barreras eran tan altas que los hombres y las mujeres estaban completamente separados. Los recién nacidos crecían en un ambiente donde todos eran del mismo sexo, y donde desde muy pequeños les enseñaban lo que tenían que hacer con su vida. Y no sólo los padres les obligaban a hacer ese estilo de vida, ni sus vecinos, ni sus compañeros, sino también en el colegio. No existían libros de amor entre un hombre y una mujer, ya que estaban prohibidos, ni cadenas de televisión que presentasen cualquier carácter heterosexual, ni música de fuera de sus límites. Todo lo creaban ellos, incluso los descendientes los creaban ellos. Escuché que cuando una pareja de homosexuales querían tener hijos, debían de ponerse de acuerdo con otra pareja de sexo opuesto que quisiese tenerlos, y formar a los hijos mediante inseminación artificial, y si por alguna de aquellas los hijos saliesen del mismo sexo, uno de ellos debería de ser adoptado. Demasiado triste para una cruda realidad.
Recuerdo cuando era pequeño. Desde que tengo uso de razón me había sentido distinto a todos los demás. Mis padres me adoptaron cuando quisieron tener un hijo. Una vez me quisieron presentar a mi verdadero padre, pero desde el fondo de mi corazón quise conocer a la persona que me dio la otra mitad de mi vida: mi madre. No tengo ninguna queja de la forma que mis padres tuvieron a la hora de cuidarme, pero sí he de quejarme de los pesados que eran a la hora de dirigir mi vida. Cuando iba al colegio, mis profesores hacían lo mismo conmigo. Más de una vez, estando en clase, entraba la pareja que el profesor tenía y se ponía a besarle delante de todos los niños. Lo peor de todo es que mis compañeros de clase lo observaban y creían que era algo precioso, algo que querían experimentar. El primer compañero que me lo dijo fue Loro Bussa, del quien me hice buen amigo, y si quieren que les diga la verdad, al único a quien le hecho de menos. Él fue el primero en darse cuenta que yo era diferente a los demás. No tenía esos sentimientos que todos sentían por los chicos, y mi amigo se dio cuenta un día que estábamos hablando, cuando aún éramos pequeños. Recuerdo que me dijo: "Tranquilo, soy tu amigo, me lo puedes contar todo. Yo callaré, te lo prometo..." Así que le conté todo lo que sentía, o casi todo.
Me ayudó bastante a pasarlo, o al menos en parte. Cuando llegó la adolescencia, las cosas fueron a peor. Todos mis compañeros comenzaron a salir entre ellos. Debería de sentirme orgulloso, pues más de uno me pidió salir con él, pero yo no quería nada con ellos, no hasta por lo menos saber qué era lo que yo sentía. Algunas tardes le pedía a mi amigo que me acompañase a un instituto que había en uno de los barrios donde vivían las mujeres. Aceptaba, pero descontento. Me advertía de los peligros que habían si me encontrasen en aquella zona, y más mirando en el instituto. Es cierto, allí observaba a las muchachas, y he de reconocer que fue los primeros momentos de mi vida cuando comencé a sentir algo. ¿Por qué diablos observaba a esas muchachas de mi sexo opuesto, y sentía algo tan puro que me llenaba de vida? Mi compañero sabía lo que me pasaba, y a pesar de saber cuáles serían las consecuencias si nos descubriesen, decidió ayudarme en todo lo que pudiese.
Pero yo no tenía tanta tranquilidad como la tenía mi amigo, así que una noche, sin decirle nada, a la salida del instituto, me fui corriendo sin ser visto hacia el barrio de las lesbianas, al instituto, a ver a las chicas, todas vestidas con su uniforme. También era la hora en la que ellas salían, así que tuve que ir con cuidado para que no ser descubierto, y me escondí en una de las calles que me permitían la vista. Os aseguro que la vida de las chicas era la misma que la nuestra, pues veía a las muchachas como se besaban, y casi podría jurar que hiciesen alguna cosa más. Muy pocas iban solas, todas en grupo, y desde mi escondite observaba la hermosura de todas ellas. Hasta que me quedé observando a una de ellas, que iba sola, mirando a la nada. Me sorprendió ver que iba a meterse en la calle donde yo estaba escondido, pero en vez de largarme, me escondí en uno de los patios que había, de forma que no podía ver a las chicas que salían del instituto, pero sí me permitía verla a ella. Pasó por delante del patio sin que me viese, pero en el último momento, cuando yo ya cantaba victoria, la chica se giró y me descubrió. Os aseguro que me asusté, y me dispuse a marchar del lugar antes de que la chica me dijese nada.
-Espera...
Su voz me resultó tan dulce que no lo pude resistir. Me obligó a ir a un sitio más escondido para que nadie nos viese, y cuando me vine a dar cuenta estábamos bajo la oquedad de un gran árbol que se encontraba en uno de los parques más grandes de la ciudad. Allí, bajo la oscuridad de la noche, comenzamos a hablar de nosotros, de cómo era nuestra vida con gentes de nuestro mismo sexo, de cómo nos llamábamos, y me dijo que su nombre era Gema Darme. Me pregunté el por qué me encontraba escondido espiándolas, y más en un barrio de lesbianas como era ese, previniéndome de las consecuencias que ello traía, y no tuve más remedio que contarle la verdad. "No tengas miedo en contármelo. Yo también he tenido ese sentimiento. La verdad es que siempre me he considerado una mujer distinta a todas las demás. Fíjate en mí, no amo al sexo que debo, al igual que te ocurre a ti". Fue en ese momento cuando ambos sentimos algo tan especial como lo es la fuerza del amor, y cuando no pudimos impedir que nuestras carnes se tocasen.
¿Debería, pues, sentirme culpable por lo que hice? No. Conseguí lo que más quería, y ahora sabía perfectamente lo que más deseaba. A pesar de todo, no dije nada a nadie, ni siquiera a mi mejor amigo. Sabía que estaba jugando con fuego, y que debería de tener cuidado en no quemarme. ¿Qué ocurriría si nos encontrasen a los dos juntos? No quería ni pensarlo, pero a pesar de todo ello decidimos quedar otra noche, enfrentándonos a todos los riesgos. Quedamos en conocernos mejor, y en decir todo lo que sentíamos, aunque sabíamos realmente lo que era. Así que quedamos un par de días más tarde, en el mismo sitio, en el mismo árbol.
Llegó esa noche tan esperada para mí. ¿Qué ocurriría a partir de entonces? Tenía que ir a escondidas para que nadie me observase, y más aún si me encontrasen con esa chica. Llegué al árbol, y momentos después llegó ella, nerviosa. Nuestros labios se besaron, con pasión, con ternura, y sentí el deseo de la carne, sentí el mismo deseo que sentían mis compañeros con su pareja, pero sabía que lo mío era especial, distinto al de cualquiera de mis amigos. Tuvimos que salir del árbol, pues aunque era seguro, no podríamos escapar si por alguna de aquellas nos descubriesen, y, a escondidas, nos alejamos hacia el rincón más oscuro de la ciudad, donde incluso las ratas tenían miedo de ir. Allí fue donde demostramos lo que sentíamos el uno por el otro, y a soltar todo nuestro cariño.
Todo... hasta que escuchamos un ruido.
¡Si, me asusté! Y estuvimos a punto de huir, hasta que vimos que lo que hizo el ruido también huía. Nos paramos en seco, e intentamos pararlo. No podíamos creerlo, a pesar de lo que pensábamos, a pesar de ver todas esas cosas que observábamos por el día, vimos que había más personas como nosotros. Hombres con mujeres, y mujeres con hombres. No éramos los únicos. Creí entonces que nuestro mundo no era tal y como nos lo habían enseñado, que nuestro deber es querer a nuestro sexo opuesto, y no al sexo que nos enseñan desde pequeños. Fue ese día, también, cuando entre las parejas que allí se encontraban, entre esas parejas que lo daban todo por conseguir aquello que más querían, encontré a una cara familiar, a una persona que bien conocía, y no era ningún otro más que mi amigo Loro. Imaginad mi alegría al encontrarle allí, con una chica. Entendía lo que yo sentía, pues él también tenía ese sentimiento. Decidimos contárnoslo todo, presentar a nuestras parejas, y... ¿qué demonios? Alegrarnos por sentirnos diferentes a los demás.
Conforme iban pasando los días mi amor por Gema iba creciendo más y más. Loro y yo nos reuníamos todas las noches y quedábamos con nuestras parejas en el mismo lugar a la misma hora, y ahí nos pasábamos los minutos mientras las demás parejas se encontraban con nosotros. Y fue allí, rodeado de oscuridad, con todas las bolsas de basura esparcidas por el suelo, con el susurro de los besos, donde prometí a Gema amor eterno, y que encontraríamos alguna forma de salir de aquel lugar. Pero triste es el destino, pues aquella misma noche fue cuando fuimos descubiertos por la policía, y donde supimos que nuestra vida ya no sería la misma.
Todos fuimos arrestados, y uno a uno fuimos interrogados. Les aseguro una cosa más, y es que las mujeres policía en aquella ciudad son peores que los hombres. Cuál fue mi sorpresa al imponerme un castigo que yo desconocía, y cuando me metieron en una celda donde no estaba ni mi amigo Loro ni ninguno de los que en aquel callejón estaban. ¿Por qué me castigaron? Simplemente por ser heterosexual, por no querer a alguien de mi mismo sexo, por irrumpir su ley más preciada. ¿Y sabéis cuál fue mi castigo? El peor que se le puede hacer a todo hombre heterosexual, pues todos los días, y aproximadamente a la misma hora, tres hombres me esposaban a una pared y me violaban, uno tras otro. Según parecía era para que aprendiese que ser homosexual era lo mejor, y no a no estar más con las mujeres. Mis gritos de dolor ahogaban el silencio que había alrededor, y salían por las rejas de la ventana que daba al exterior. Mis ojos lloraban por una vida mejor, pero he de reconocer que pedía con todo mi corazón la muerte. Más de una vez me quise suicidar, pero... ¿con qué? Pero no, debía de intentar escapar, tenía que reunirme de nuevo con Gema. Sabía que allí estaba, lo sabía porque la escuchaba. Cuando mi garganta estallaba en un grito de dolor, escuchaba cómo me llamaba sollozando. Aquellos sollozos de mi amada me producían un dolor inimaginable, pero gracias a ellos son por los que aún vivo para contarlo todo. Una noche tuve una gran sorpresa, inundada en un mar de pesadillas. Bajo la luz de las estrellas vi., al otro lado de la ventana, a Loro. ¿Qué hacía allí? ¿Por qué no cumplía el mismo castigo que el mío?
-No te lo conté todo, Patry. Todos los que allí estaban no eran heterosexuales, pero tampoco homosexuales. Yo tengo novio, y la chica con la que estaba... también me gusta. Compréndelo, los que allí nos encontrábamos éramos bisexuales, nos gustan los dos sexos, y la policía simplemente nos dijo que no nos volviese a ver estar con el sexo opuesto. Tú también se lo tendrías que haber dicho.
Mi enfado era tal que hice retroceder a mi amigo. No grité, pero sí le mostré los dientes. Comprendiendo lo que había hecho, hizo la cosa por la que más le admiro, y fue prometerme el sacarme de la prisión.
-¿Y Gema?
-No te preocupes, están de camino.
¿Quieren saber una cosa? No sé cómo lo hicieron, pero lograron que Gema y yo consiguiésemos al fin volver a estar juntos. ¿Cuánto tiempo estuvimos en aquella prisión? ¿Semanas? No lo sé, pero sí que sé es que fue demasiado tiempo, y en todo ese tiempo ni siquiera mis padres fueron capaces de verme, ni mis amigos, ni nadie. Me quedé sólo en esa sociedad, perseguido por la policía, solamente protegido por mi gran compañera. Comprendí que Loro no estuviese con nosotros, porque quién sabe lo que le harían si supiesen que gracias a él conseguimos escapar. Y decidimos irnos para siempre de aquel lugar, de aquel sitio que no conectábamos. Definitivamente éramos los únicos, pero no en el mundo, sino en ese lugar, y decidimos buscar ese resto de mundo, el mundo donde encajábamos, el mundo donde nos cogiese como seres amados. Y después de buscar durante mucho tiempo, demasiado, conseguimos llegar aquí, a vuestra ciudad, donde vimos sus costumbres, y donde nos dimos cuenta que nosotros no éramos los raros, sino que eran los homosexuales. Fue aquí donde Gema y yo nos casamos, y donde quisimos cambiarnos nuestros nombres para olvidarnos para siempre de aquel lugar.
Ésta ha sido mi historia, y supongo que ahora entenderán mis motivos. Han sido las malditas casualidades de la vida que me han hecho sentir todo lo que siento, a odiar lo que me ha hecho sufrir. Espero que la gente que odio me perdone, pues, como ya he dicho antes, entiendo lo que sienten, lo que yo sentía en aquel lugar. Sé lo que quieren, pues yo también lo quería. Ahora que tienen más libertad, luchad por ella. Pero una cosa les aconsejo, y es por ello por lo que he contado todo esto: si realmente quieren conseguir aquello por lo que luchan, mejor será que busquen mi mundo, pues aquí podrán mejorar las cosas, pero os lo aseguro, no les escucharán, al igual que a mí tampoco me escucharon.
Datos del Cuento
  • Categoría: Sin Clasificar
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