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Invocando a los Santos Olvidados...

Era la última noche del otoño. Esa noche como tantas otras, desde que cumplió los 37 años, Beatriz Reynoso iniciaba el ritual antes de dormirse. Enfundada en una gruesa bata de franela color verde pistacho y en actitud solemne, Beatriz encendió la gastada veladora. Armada de una profunda fé y una desesperación muy poco disimulada, Beatriz rogaba a cuanto santo le habían recomendado para perder su "agobiante soltería" como le llamaba ella.

Siempre fue una niña modelo, educada, obediente, !limpia! y muy hacendosa, se repetía Doña Carlota, asombrada por "la mala suerte de su pobre hija". Fue Carlota la que de manera poco sutil regalo por navidad a Beatriz un San Antonio de unas 20 pulgadas de altura, el cual incluía un manual de instrucciones de como pedir por un buen marido. La comerciante había convencido a Carlota que entre más grande más efectivo. Y así con este gigantesco santo, Beatriz improvisó un altar, mismo que fue creciendo con el pasar de los años, ya que al santo de Carlota se le sumaron San Charbel, regalo de la tía Ofelia, Santa Teresita quien por ser mujer entendería mejor las peticiones de Beatriz, según la tía Tencha. San Juditas que llego envuelto en ridículo papel rosa, con corazones multicolores, el día de San Valentín, regalo de la preocupada abuela de Beatriz, Doña Jesusa o chuyita como todos le llamaban cariñosamente. Chuyita estaba convencida de que no se podía morir en santa paz dejando a Beatriz soltera.

La familia entera estaba volcada en la enloquecida tarea de conseguir un marido urgentemente para "la pobre Betty". Tanta era su obsesión que en más de una ocasión, Beatriz y una comitiva formada por las más devotas y "persignadas" de sus tías organizaban marchas agotadoras a lejanas capillas en busca del tan anhelado milagro.

Beatriz se convirtio entonces en una especie de cartel desplegable ante los ojos de cualquier hombre casadero o por lo menos así era como se sentía cada vez que alguien de la familia la presentaba a un posible "prospecto", ya que inmediantamente después de decir esta es Betariz, la tía, prima, padrino, o el celestino en cuestión, automáticamente recitaba de una manera exagerada las virtudes de la desolada Beatriz.

Con la familia a cuestas es entendible lo agobiante que representaba el título de soltera para Beatriz. Sin duda hay que reconocerle el aplomo con que soportó una a una las bodas de sus primas, amigas, hermanas y en el último año de su sobrina la "chiquis" quien alívida caminó hacia el altar al sentirse a salvo de la maldición de llevar el mismo nombre de su solterona tía.

Betty lo intentó todo por zafarse del horrible lastre de la soltería, desde el ayuno como penitencia, tardes interminables de oración, baños con jabones mágicos, aceites con feromonas, incluso un basurdo conjuro que repetía varias veces con un cerillo encendido entre los dedos que dice más o menos asi: "que venga, que venga y que nadie lo detenga", repetía una y otra vez antes de que el fuego le quemara los dedos.

Con el tiempo las esperanzas de la familia y de la misma Betriz, se han ido diluyendo, y es ahora cuando por fin se habla de otra cosa en casa de los Reynoso. Carlota finalmente reconoce en Beatriz a una mujer fuerte y entera que ha luchado desde los 17 años cuando su padre murió por sacar adelante a su madre y hermanos menores. Es ahora que Carlotita, como le dice su vecina, reconoce que "su Betty" es una gran mujer aunque no se case...

Hoy es el primer día que entra un hombre en casa de los Reynoso y Doña Carlota lo recibe sin mayor aspavientos. Y es que anteriormente cuando un hombre sin sortija de matrimonio cruzaba el umbral de la puerta, corría desesperadamente hasta la cocina, hurgaba en lo más alto del gabinete y sacaba un San Antonio maltratado por el tiempo y las latas de conservas. El Santo que permanecia castigado la mayor parte del tiempo en la oscuridad del gabinete, era rescatado por Carlota cada vez que surgiera la "posibilidad" de desposar a su hija. Pero la cansada y desilusionada madre de Beatriz había perdido las esperanzas hacía tiempo, por lo que cuando entró Ramón, quien no portaba anillo de casado, no hizo esfuerzo alguno por dejar de ver la telenovela de las cinco y salir corriendo para implorar al pobre Santo castigado.

De pronto un ruido sacó a Carlota de la catarsis de la telenovela y aunque era en momento de finitivo en que María Gracia y Julio Alberto se besaban por primera vez después de 56 capítulos, la risa de Beatriz la inquietó, se asomo por una de las ventanas que dan al patio y vio a Beatriz riendo a carcajadas de las ocurrencias del fontanero que había ido a reparar una incómoda fuga, se quedó mirándolos por unos segundos y de pronto hechó a correr. Llegó a la cocina, sacó al Santo Castigado y llevándolo en brazos, corrió nuevamente hasta el gran altar, lleno de santos, en la recámara de Betty, se arrodilló y profundamente emocionada y recobrando la fé perdida, invocó a los santos olvidados.
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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