~El anillo reflejaba los últimos rayos del sol de otoño. Ancho y grueso, aprisionaba el dedo anular en un abrazo sin concesiones. Relucía acompañando a las expresivas manos; un poco nerviosas manos, pero decididas. Oscilaba agitado sobre conclusiones irrefutables, sobre hechos imperdonables, sobre un páramo de ilusiones. El silencio postrero lo aquietó y brilló por última vez cuando los dedos de la diestra lo desalojaron en forma inapelable del lugar que había ocupado tantos años. Sobre la mesa del bar, reposó solitario cuando el dedo anular ya era ausencia.