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El sueño de berto

Los tiempos eran malos, y el bueno de Berto había tenido que vender hasta su pobre casa.

Estaba muy triste y apenado porque su familia y él debían de conformarse con dormir en un pequeño y viejo barril.

La suerte no le sonreía.

Durante el día deambulaba por la ciudad en busca de trabajo. Una chapucilla aquí, un trabajillo temporal allá… era todo cuanto de momento podía obtener para sacar lo justo con que pagar una comida para su familia.

Por la noche, mientras todos estaban acostados en el viejo barril, Berto contaba a sus hijos las más fabulosas historias de piratas, dragones, príncipes y princesas.

-Ya que no puedo darles un techo ni llenar su barriga, alimentaré su imaginación. –Se repetía el bueno de Berto una y otra vez.

Pero de repente la suerte de Berto cambió. Un buen amigo había conseguido un trabajo de músico y sabiendo que a Berto se le daba bien tocar la trompeta, le llamó para que formaran un dúo.  A partir de aquel momento las cosas empezaron a ir un poco mejor.

Berto ahorraba cuanto podía para volver a comprar su casa y poder así ver sonreír de nuevo a sus entristecidos hijos.

Había hecho un agujero al lado del barril que les servía de vivienda y allí cada día depositaba en una cajita el dinero que había ganado durante del día. Pero sucedió algo inesperado, al excavar un poco más, descubrió un papel.

El corazón le dio un vuelco al comprobar que se trataba de un mapa muy antiguo de un tesoro escondido.

-Se acabaron nuestras penas para siempre gritó entusiasmado. Iré en busca del tesoro.

Reunió sus ahorros  y partió en busca del tesoro escondido.  No le dijo nada a su familia para que su regreso triunfal fuera una gran sorpresa.

Tuvo que conformarse una pequeña barca pero estaba tan contento que no le importó pasar días enteros remando hasta que avistó las lejanas costas de África.

Siguiendo las instrucciones del mapa, se internó en la selva donde le sucedieron miles de aventuras. 

Incluso un día se llevó un susto mayúsculo cuando un hipopótamo surgió de repente bajo la canoa que le transportaba rio abajo y le hizo zozobrar.

Al fin, nuestro amigo Berto llegó al lugar señalado y ante sus ojos se encontró con una impresionante gruta tan oscura que a Berto le dio miedo entrar.  Pero no podía volver con las manos vacías. No podía defraudar a su familia. Se armó de valor y entró.

Una vez encontrado el punto exacto que indicaba el mapa se puso a cavar. Al cabo de mucho rato empezó a preguntarse a sí mismo si toda su aventura no era más que una broma pesada.

Pero de repente la pala golpeó en un gran cofre. Con gran entusiasmo alzó el cofre del profundo agujero y lo abrió.

Ante sus ojos estaban las más hermosas joyas que jamás hubiera visto. Collares de perlas, rubíes, diamantes, incluso una gran corona de oro.

Qué contento estaba. Recuperaría su casita y nunca más tendrían que dormir en aquel viejo barril.

-Papá, despierta. Te has quedado dormido y ya es la hora de nuestro cuento.

Berto miró a su alrededor y apesadumbrado se dio cuenta de que todo había sido un sueño.

Esa misma noche les relató todo lo acaecido en su sueño.

Mientras se despedía de sus hijos,  y al acercarse al más pequeño, éste le susurró al oído.

-Papá no te preocupes por no haber traído ese gran tesoro de tus sueños.  No quiero caros juguetes, ni abundante ropa, ni siquiera una casa mejor. ¿Y sabes por qué? Porque tú eres todo lo que necesito para ser feliz.

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