Había una vez un pequeño duendecillo que descubrió una tierra mágica. Por la noche, las luces se iban apagando una por una hasta que el pequeño poblado quedaba completamente a oscuras y todos los habitantes encendían una antorcha. Juntos se adentraban en un frondoso bosque hasta llegar a un claro, donde observaban las estrellas y la luz de la luna. Entonces, llamaban a sus amigos los grillos que eran muy buenos cantores, la ardilla les acompañaba con la guitarra mientras la liebre tocaba la flauta. Bailaban hasta la medianoche con las animadas melodías. Cuando era el momento de irse a dormir, leían libros sobre pócimas secretas y trucos de magia y también contaban las estrellas para quedarse dormidos. El pequeño duendecillo se quedó a dormir esa noche en el poblado, con la tranquilidad de haber encontrado por fin un hogar en el que pasar el resto de sus días.