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El oscuro callejón

~Su caminar de un lado a otro, dentro de su cuarto, denotaba su ansia feroz. Sus manos enrojecidas las llevaba a la frente una y otra vez a cada minuto. No podía soportar la idea de regresar a aquella sangrienta escena. Sentía que su intranquila apariencia delataría la fechoría cometida en esa noche. Pero al sentirse obligado a limpiar toda huella de aquel acto atroz no hubo opción alguna.

Se encaminó a la puerta de la casa. Con mano temblorosa apenas si pudo girar la perilla. Cuando salió cerró despacio para evitar el portazo. Entonces, se apresuró hacia el callejón oscuro que no distaba mucho de su hogar. Aquella noche brillaba la luna en todo su esplendor; sin embargo, los frondosos y viejos árboles impedían el paso de la luz, lo mismo que las paredes altas.

Caminaba vacilante. Con pasos inseguros avanzaba hacia el final del callejón.
De pronto detuvo su caminar. Observó hacia los lados y hacia atrás en busca de alguna silueta humana. No había nadie. Le era tan difícil detener el ritmo de su acelerada respiración. Tenía la impresión que alguien pudiera oír sus exhalaciones. La aproximación al cuerpo que yacía en el suelo, en un recoveco del callejón, lograba agitar en exceso su ritmo cardíaco. Era la culpabilidad y el miedo los que hacían añicos sus vulnerables nervios.

De manera inesperada, un fuerte ruido hizo que se agazapara a un lado del contenedor de basura. Sintió el frenesí de la adrenalina correr por todo su cuerpo. Sus reflejos le alcanzaron para ahogar el grito en su garganta y dirigir su mirada en dirección a donde creía proveniente el ruido. Permaneció inmóvil. Quedó agazapado como esperando ver a alguien. Nadie apareció. El maullido de un gato hambriento que estaba entre la basura lo tranquilizó. “Tan sólo es un estúpido gato”, pensó.

Luego siguió caminando hacia el final del callejón. Miraba hacia el suelo. Giraba su cabeza en todas direcciones. Se agachaba para palpar que al cabo los guantes impedirían dejar sus huellas. Buscaba una y otra vez. Sus manos no lograban asir nada. “Debe estar por aquí en algún lado. No puedo dejar evidencia alguna que me delate”, pensaba al tiempo que continuaba con su búsqueda infructífera.
“Es que no tenía otra salida. Él tuvo la culpa. Yo solo quería recuperar el dinero que perdí. No podía perder hasta la casa que tenía hipotecada. Lo único que me dejó mi padre y que ahora era el patrimonio de mi esposa y mis hijos. Tenía la jugada perfecta. Había estado practicando durante meses, esperando esta oportunidad de recuperar todo lo que me quedaba y ganar lo doble. Tenía todo que ganar y él nada que perder. A ese no le faltaba nada, lo tenía todo: un trabajo envidiable, una casa con todos los lujos, le sobraban mujeres… No sé cómo pudo derrotarme en la última jugada”. Se decía así como queriendo reunir razones que justificaran su proceder cruel.

Aquel cuerpo que yacía en el final del callejón se incorporó de un salto. No se veía su rostro. Su brazo en alto mostraba el arma amenazante. Actuó en seguida. No dio tiempo a una reacción. Golpeó sin piedad la frente de su contrincante que calló al instante sin vida.

Sabía que volverías. Te estuve esperando con paciencia, esa que perdiste y que a mí me sobra. Cuando te vi salir del callejón, corriendo como alma que lleva el diablo, pensé en todo menos en que hubieras sido capaz de arrancarle la vida a mi hermano. Manuel debió estar bien borracho porque sólo así lo hubieras podido vencer. Él era superior a ti en fuerzas y en estatura. No tenías oportunidad alguna de ganarle, como tampoco en el juego de esta noche porque yo le enseñé a ganar, le enseñé todo lo que sé. Él era como un hijo para mí y me lo arrebataste de manera cobarde.

Esperaste a que estuviera casi dormido por el alcohol y le dijiste que lo ayudarías llevándolo a su casa. Fue entonces que lo condujiste a este callejón oscuro. A este callejón sin salida. Pero tú tampoco saldrás. Al menos no vivo. Cuando intenté levantar a mi hermano muerto fue cuando observé que a un lado de él estaba una cartera, la revisé y reconocí que era la tuya porque era la misma que habías sacado de tu saco para pagar tu deuda. Por eso supe que volverías. Entonces moví a mi hermano y me coloqué en su lugar esperando a que vinieras.

El hombre no habló más. Su mirada destelló la venganza consumada. Salió del oscuro callejón.

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