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El machete

Le había llegado la hora.

Vio venir desde lejos al machete en la mano del papá de María Inés, en la soledad de la calle principal, hasta llegar junto a la ventana del cuarto donde él vivía.

¡Levántese maestro! ¡ Ya párese!

El ya estaba levantado desde hacía un buen rato, pensando en irse del rancho o aguantarse como los meros hombres y acompañar a Don Pancho al despoblado, allá a los sembradíos lejanos que reverdecían en la loma, para atenderle la invitación de ir dizque a cortar los elotes.

En el toquido de la punta del machete en el vidrio de la ventana, un temblor le recorrió el espinazo y mientras se paraba a quitar el cerrojo de la puerta de madera pudo acordarse de su novia pasada, María Inés Cortázar Aldape.

La había estado viendo en los meses de invierno, mucho después de que se apagaban las últimas campanadas del rosario nocturno. Llegaba como una reverberación de la luna hasta la oscuridad de la sombra del árbol de encino y luego sin despegarse de él, se le escapaba risueña, ligera, apenas palpable y en el rumor de los besos interminables se le iba por un callejón de regreso a su casa, prometiendo volver al siguiente día.

Fue por ese tiempo cuando María Inés se dejó alcanzar y no precisamente por él.

Un operador del camión de la cerveza, le hizo una cama de ramas, allá junto a la playa del río y después de cuatro Miércoles tormentosos tuvo un accidente en la ruta y no se enteró nunca de la semilla que empezó a crecer dentro del cuerpo de María Inés.

Ahora estaba callada en su casa, ajena a las preguntas familiares sobre el causante de su estado y mirando al camino de los Miércoles de desesperanza.

El maestro estaba dudoso de su supuesta paternidad y trataba de revisar trabajos de encargo en las tardes como aquella del Viernes en la que recibió la invitación de apartarse del caserío para acompañar temprano a Don Pancho.

Por fin el padre de María Inés y el profesor de la escuela caminaban juntos, solos por una vereda; rodearon un páramo que parecía interminable, se mojaron los pies en el pasto de la cieneguilla y llegaron a los maizales en la ladera de la loma.

Todo el camino se fue cuidando del machete, viéndole de reojo, no le perdió de vista ni aún cuando una parvada de gruyas pasó sobre sus cabezas.

El del machete y el profesor habían recorrido todo el camino en silencio:

-Aquí está bueno- Dijo Don Pancho.

El profesor tuvo un destello de conservación y se inclinó para agarrar una piedra y de reojo vio la sombra del machete que cayó de lo alto junto a su hombro cortando de tajo una gruesa caña de maíz con su elote bien formado.

-Este es el primero; le cortaré dos docenas- Volvió a decir Don Pancho.

El profesor volvió a sentir el mismo temblor en la espalda, tuvo frío, soltó la piedra y se puso a quitarle el elote a la caña; así lo hizo hasta más allá de la mitad del surco.

En el susto se acordó de la cara rosa de niña coqueta de María Inés y sólo hasta entonces supo lo que casi nadie creía allá en el rancho.

Entonces recogió sus elotes y volvió al caserío, ahora detrás de Don Pancho.

Sólo hasta entonces supo, que él no había tenido la culpa.
Datos del Cuento
  • Autor: LAURO
  • Código: 9222
  • Fecha: 26-05-2004
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 6.24
  • Votos: 41
  • Envios: 2
  • Lecturas: 1948
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