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Categoría: Ciencia Ficción

El Ultimo Robot (Parte III Final)

Esta vez la reacción no provino solo del público sino que ambos letrados y hasta el mismísimo Juez saltaron de sus estrados para increpar al acusado. El escándalo duró varios minutos hasta que por fin todos se calmaron. Entonces Alvin, que aguardó imperturbable, prosiguió.

-         No es mi intención alterarlos ni frustrarlos de manera alguna, sino que solo quiero alivianar mi conciencia, si es que debo morir… -

-         ¡Las máquinas no tienen conciencia! . – Gritó alguien entre la multitud.

-         ¡Los robots no mueren!. – Gritó otro.

-         …Si es que debo morir… - Repitió el acusado sin alterar su tono de voz. - …moriré dignamente diciendo la verdad, como el hombre que soy. –

Y se acomodó en el estrado respirando profundamente. Luego continuó, a pesar del creciente murmullo de malestar que sonaba entre la concurrencia.

-         Tomé servicio a los quince años en las filas del ejército humano. Cada vez nos reclutaban más jóvenes dado que el exterminio llevado a cabo por las máquinas nos estaba reduciendo a la mínima expresión. Por una de esas encrucijadas del destino quiso Dios que fuéramos el último escuadrón humano en combate, veinte hombres luchando sin esperanzas y quiso Dios también que yo fuera el único sobreviviente. Pude escapar por los pelos y me vine ocultando durante cuarenta años hasta que ya, cansado, no pude más y me rendí. Pero todo esto no tiene relevancia, dado que no es mi historia sino la vuestra le que debe serles revelada. –

-         ¿A que se refiere?. – Preguntó interesado el Juez. Alvin sonrió tristemente.

-         Por poco que analice la historia de su sociedad y su conducta lo entenderá. Hace cien años que respetan a rajatabla los preceptos dictados, cada uno de ustedes, cada individuo aportando exactamente, con precisión matemática, lo que el inconsciente colectivo necesita. Se mueven en una dirección precisa, recta, imperturbable. Durante cien años no han tenido una sola trasgresión a las normas dictadas, ni una sola. Tanto es así que ni siquiera saben armar correctamente un tribunal. – Alvin se dirigió al Juez. - ¿Cuántas veces ha oficiado usted de magistrado?. –

El Juez, confuso, lo miró largo rato sorprendido.

-         Pues…no… nunca… hasta hoy. – Luego se dirigió a los abogados.

-         ¿Y ustedes…?. - Nuevamente.... rato sorprendidode magistrado?ente un tribunal.viduo aportando exactamente, con precisi es que debo morir.la confusión en las miradas pero esta vez no hubo respuesta.

-         ¿No lo ven?. Vuestro inconsciente colectivo se actualiza continuamente, se perfecciona, se amolda, se acomoda para impedir el más mínimo desvío del camino trazado. ¿Creen ustedes posible construir una sociedad humana de perfección tal?. –

-         ¡Nosotros lo hemos hecho!. – Vociferó el fiscal.

-          ¡Si!. – Respondió Alvin excitado. - ¡Ustedes han construido una sociedad perfecta, es verdad!. “¡Pero no Humana!. ¡Es por eso que, hagan lo que hagan, jamás serán condenados!. ¡Porque no son criaturas de Dios!. –

-         ¡¿Qué demonios quiere usted decir?!... – Preguntó a vivant quiere usted decir?litodelito, es verdad!a sin delito?. -

-         el mvoz el Juez.

-         Muy sencillo. – Respondió esta vez con voz suave Alvin. – Que una sociedad como la de ustedes es imposible, dado que transgrede la misma naturaleza del hombre. ¿No lo ven?. Ustedes fueron los ganadores, los robots, y yo soy el último ser humano. Ganaron la guerra y son ahora los únicos dueños y responsables del mundo. Y espero, sinceramente, que tengan más suerte y sabiduría que nosotros. –

Alvin bajó del estrado y se fue caminando tranquilamente. Los comisarios lo seguían pero sin tocarlo ni saber que hacer.

El Juez hacía sonar su martillo desenfrenadamente y vociferaba incoherencias.

Los letrados consultaban enormes libros de texto que se ubicaban en unas estanterías tras los estrados.

Los integrantes del jurado gritaban “inocente” o “culpable” sin ton ni son y a veces hasta lloraban desconsolados.

Los integrantes del público corrían alocadamente de arriba abajo y viceversa en las tribunas y solo paraban para pronunciar alguna sentida plegaria.

Todo este caos respondía a que la lógica irrebatible de Alvin desbarataba el andamiaje vigente durante cien años, el trauma ocasionado en un cerebro biosintético ante tal evento sería grave pero no irreparable.

A pesar de la indignación y el alboroto, del desencanto, el desasosiego y los traumas Alvin no fue ejecutado y fue abandonado en plena jungla para que siguiera su vida. Los robots encontraron lógica en sus argumentos y se sumieron en la confusión. Cien años después, con Alvin muerto de viejo desde hacía ya rato, los robots volvían a crear su propia humanidad, cerrando una vez más el infinito ciclo del absurdo.

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