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Categoría: Sueños

El Sueño (Viaje en el tiempo)

Después de otro desengaño amoroso, a los que ya me estaba acostumbrando, volvía a Granada, el lugar en el que me sentía más tranquilo, y donde lograba encontrarme conmigo mismo.

Como siempre, me acompañaba mi querido amigo Antonio, compañero de colegio y de carrera, en el que, abusando de su enorme paciencia, confiaba mis fracasos, pensamientos y todas mis penas.

El viaje desde Madrid era largo y después de unas horas de mirar sin ver el veloz paisaje que mostraba la ventanilla, sentí mucho sueño y empecé a dar cabezadas. No era mi costumbre dormir en el tren pero, en aquella ocasión, el deseo de hacerlo era tan intenso que sucumbí a él.

¿Cuánto tiempo dormí? No lo puedo decir pero, cuando abrí los ojos, me sorprendió el lugar donde me encontraba. Estaba acostado en el frío suelo de mármol y uno de mis brazos me servía de almohada.

El olor que inundaba el ambiente y que me traía tantos recuerdos de momentos inolvidables, era el diferente y característico de los arrayanes, tan fuerte y penetrante que me hizo despertar por completo.

Mirando a mi alrededor, descubrí que me encontraba en la Alhambra, precisamente en su Patio de los Arrayanes. En el centro, reconocí el estanque rodeado de un seto muy bien recortado, en el que se veían hermosos peces de color rojo que nadaban en su verde profundidad. En un extremo y otro del estanque, se encontraba una pequeña fuente redonda de un solo caño, que le alimentaba de agua. Aparentemente, todo era como siempre, pero notaba que algo había cambiado; perecía que las piedras eran nuevas y que no tenían varios siglos. Lo conocía bien, porque, desde la primera vez que lo vi, era uno de mis lugares favoritos de la Alhambra.

Las ventanas del harén, que daban al patio, estaban cubiertas por unas celosías de hermosos enrejados de madera; siempre me habían hecho pensar en misteriosas historias de mujeres encerradas como esclavas del poderoso Sultán. Miré para ellas, como tantas otras veces, guiado de la curiosidad y, por un momento, me pareció ver un movimiento tras ellas, adivinando unos ojos que brillaban entre el enrejado de la celosía.

De pronto fui consciente de que no estaba solo; a mi alrededor, las gentes iban y venían sin advertir mi presencia. No eran turistas, como pensé en el primer momento; si no que parecían moros; algunos eran soldados armados con cimitarras y puñales ricamente adornados de piedras preciosas, otros, con ropas más humildes, eran sirvientes, pero la mayoría, parecían ser nobles, por sus hermosos vestidos, joyas y turbantes de múltiples colores.

Volví de nuevo los ojos a las celosías y, el simple pensamiento, me transportó hasta la habitación desde donde se veía el patio.

La presencia que adiviné, era una hermosa joven, vestida de ricas sedas y gasas en diferentes tonos de verde. Era morena; su pelo negro y abundante, le caía sobre los tersos hombros hasta más abajo de la cintura. Tenía los ojos grandes y tan negros y brillantes como su pelo. Sus facciones armoniosas, solo eran rotas por la boca de labios carnosos y sonrosados. Era tan bella, que mi corazón se volvió loco solo con mirarla.

Tampoco ella advirtió mi presencia y la oí hablar con otra joven que parecía ser su doncella, la cual era también joven, aunque no tan hermosa.

-Le he visto pasar y él sabía que yo estaba aquí, porque sus ojos se han encontrado con los míos.- Dijo la hermosa niña, mientras su mirada lanzaba destellos de luz.

-Querida ama Zaira, este juego al que os habéis entregado, es muy peligroso. Algún guardia puede ver algo y ya conoces las consecuencias. – Le advirtió prudentemente su criada.

-¡Claro que lo sé! Pero no puedo detener mi corazón. ¡Le amo! ¿Es que tú no has sentido esto alguna vez?

Sin esperar la respuesta de su doncella, Zaira, miró de nuevo al patio y sus ojos se iluminaron. Seguí su mirada y vi a un hombre vestido al estilo moro, que parecía entretenido observando los peces.

Cuando levantó la mirada hasta la celosía, recibí un impacto que casi me hace perder el equilibrio: ¡El hombre del que la joven Zaira estaba enamorada, era yo mismo! La miraba desde abajo y sentía un amor desconocido para mí. Jamás había estado tan enamorado. Sentía que era capaz de hacer cualquier cosa por aquella mujer.

Unas veces, estaba a su lado, otras, era yo mismo el que la observaba desde abajo. Cambiaba de lugar, según el capricho de mis pensamientos. Todo era tan extraño que no lo podía entender.

Sin saber cómo, me vi caminando por unos estrechos pasadizos, para encontrarme con ella en un cuarto secreto en el que, al parecer, nos veíamos asiduamente. Todo era desconocido y familiar a la misma vez.

Allí estaba esperándome. ¡Que hermosa era! Impetuosamente, se refugió entre mis brazos; yo la abracé y la besé con una pasión inesperada en mí. Su cuerpo se adaptaba al mío y sus cálidos labios se abrían brindándome toda su dulzura. Le acariciaba todo el cuerpo de piel suave y turgentes senos. Besaba su cuello y me perdía entre su pelo perfumado. Estaba embriagado y ciego por su belleza y su juventud.

-Amor, lo tengo todo preparado. Dime cuando y vendré a buscarte. Quiero que seas mía sin tener que escondernos nunca más; no puedo resistir mucho tiempo más sin ti.- Le dije con mis labios pegados a su piel.

-Si todo sale como creo, esta misma noche nos iremos. Debes estar muy atento porque te haré la señal.

Esperé toda la noche escondido detrás de una puerta secreta disimulada por unas enredaderas que daba al Patio de los Arrayanes; no perdí ni un momento su ventana de vista aunque los ojos me escocían por el sueño, hasta que ya amaneciendo, vi la luz de una vela que se movía de arriba a bajo y de izquierda a derecha. -¡Esa es la señal!- Dije para mis adentros. - Con sigilo, para no ser descubierto por los soldados que hacían guardia, me deslicé agachado junto al seto.
Llegué hasta la puerta del pasadizo tan conocido para mí, y me encontré con ella y con su doncella. Estaban vestidas de hombre y preparadas para una aventura de la que desconocíamos el final.

Venía su doncella, a la que Zaira quería mucho, para salvarle la vida, pues cuando se descubriera la ausencia de la princesa, a quien primero castigarían sería ella, por eso, aunque no estaba previsto en un principio, me pidió que la lleváramos con nosotros en nuestra huida.

Sin hablar una sola palabra, nos dirigimos a la salida; aquella de la que me había revelado su existencia, un viejo moro, soldado en su juventud y que, según él, había hecho guardia en ella muchas noches, hasta que fue cerrada por el nuevo sultán, padre de Zaira.

A cambio de algunas monedas de cobre, y la promesa de conseguirle un trabajo en el que pudiera dormitar a gusto, me dijo donde se guardaban las llaves de esa puerta y fue Zaira la que se encargó de encontrarlas.



La pesada puerta de goznes ruinosos, se hizo muy difícil de abrir; además, con la preocupación de ser descubiertos, las manos me temblaban y eso nos retrasó más de lo que había calculado.

Al salir al exterior, las estrellas le habían dado paso a un sol rojizo que iluminaba el cielo, haciendo que el riesgo de ser descubiertos fuera mucho mayor. Mi criado estaba aguardando con los caballos, cuidando de que no salieran de la sombra de la muralla, para no ser vistos por los guardias de los torreones. Subimos en ellos y continuamos protegidos por las murallas hasta alejarnos lo suficiente de la puerta por la que salimos, con la esperanza de hacer creer a los guardias que veníamos de otros caminos que no tenían nada que ver con la Alhambra.

Al cabo de dos horas, ya lejos de Granada; nos miramos Zaira y yo felices de haber conseguido lo que tanto habíamos ansiado.

Llegamos al cortijo que había pertenecido a mis padres y que yo había mandado acondicionar para recibir en él a mi princesa.

Al llegar, nos detuvimos a la sombra de los altos Eucaliptos que sombreaban la puerta de entrada. Bajamos de los caballos y, mientras mi criado se ocupaba de atarlos, tomé a Zaira en mis brazos para besarla, pues lo había estado deseando desde que nos encontramos aquella mañana. Riendo y confiados, entramos en la casa.

No esperábamos la sorpresa que nos aguardaba. Sentado frente a la gran chimenea que había en la enorme estancia, estaba el Sultán rodeado de más de quince soldados. La primera reacción fue de no dar crédito a lo que veía, pero la extraordinaria voz de bajo del Sultán, me sacó de toda duda.

- Cuando me advirtieron de lo que pensabas hacer con mi hija, dije que tú no me traicionarías nunca; pero la vida está para enseñarnos que no se puede confiar en nadie, por mucho que lo ames. Pues tú sabes cuanto te he amado. ¿Por qué me has hecho esto?

- Mi Señor, sabéis que yo también os amo, - Respondí, arrodillado con la cabeza tocando el suelo y sintiendo el peso de la decepción que había causado a quién tanto respetaba - pero el corazón tiene vida propia y no he podido enseñarle que vuestra hija me estaba prohibida. Este amor que siento por ella, es más grande del que siento por mí mismo. No podía hacer otra cosa. Os ruego humildemente que lo comprendáis y me perdonéis.

-Lo comprendo y te perdono, pero no puedo ir en contra de la ley y de las costumbres. Mi obligación es castigarte con la muerte; pero por respeto a la memoria de tu padre al que siempre consideré un hermano, no me es posible. Te condeno a que estés toda la vida prisionero en mis mazmorras y así, te dejo la libertad de poder pensar en la princesa Zaira, el resto de tus días.

Cuando el Sultán dio la orden de detenerme, con desesperación Zaira me gritó: - ¡Siempre estaré contigo, aún después de muerta y te juro que nos volveremos a encontrar en otra vida, donde seamos libres y nos dejen amarnos!
Dos de los soldados me cogieron por los brazos y me sacudieron violentamente.
-¡Vamos, hombre, despierta!
-¡Soltadme, soltadme! - Gritaba desesperado.
-¿Pero que te pasa? Despierta que tienes una pesadilla y vas a asustar a los demás pasajeros.

Cuando desperté, sudoroso y con la respiración agitada, seguía en el tren que me llevaba a Granada. Mi amigo Antonio era el que me sacudía para sacarme de la pesadilla que me hacía gritar de aquella manera.

Me sentía muy mal. Todo lo que había vivido en el sueño era tan real, que me costaba asimilarlo.

El corazón me seguía latiendo descontroladamente y sentía una angustia y una tristeza infinita por haber perdido a la mujer que tanto amaba.

Deseaba volver a cerrar lo ojos y continuar el sueño, como muchas veces nos pasa al despertar.
Pensaba que, si me permitían seguir allí, podría encontrar el modo de reunirme con ella y ser felices con el beneplácito de su padre.
Después de más de una hora, seguía negándome a contarle a Antonio cual era mi sueño. Estaba en silencio y de muy mal humor, cuando el tren hizo una parada en no se qué estación. Miraba por la ventanilla sin ver nada concreto, cuando sentí que otros pasajeros entraban en nuestro departamento.
Levanté los ojos sin ningún interés; eran dos mujeres jóvenes. En principio me fueron completamente indiferentes, pero, al posarse mis ojos en una de ellas, el corazón se me detuvo y pensé que mis días habían terminado, tan grande fue el choque que recibí.

De pronto, se hizo la luz en mi cerebro: ¡Era ella! ¡Mi querida y hermosa Zaira!
No sé cómo, ni creo que jamás podré explicarlo, pero la realidad es que ella había cumplido la promesa que me hizo.
Nos miramos fijamente a los ojos, no necesitábamos recurrir a las palabras para entender lo que nuestros corazones ya sabían, y sonreímos.

-¡Hola! Me llamo Zaira. – Dijo con aquella voz que yo tanto amaba - Esta es mi amiga y vamos a Granada. Nos gusta mucho la Alhambra.

-También nosotros vamos allí.- Le contesté sin apartar la mirada de su hermoso rostro.

¡Todo estaba bien! Aquel tren, nos llevaba de nuevo a la felicidad y así lo entendimos.







FIN
Datos del Cuento
  • Categoría: Sueños
  • Media: 5.55
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