Erase que se era un valiente caballero de brillante armadura, que volvía a casa por Navidad, montado en su brioso corcel.
Se trataba del conde Orlando que, tras salvar a decenas de sus fieles
súbditos de las feroces garras y ardientes llamaradas de miles de millones
de dragones, fue nombrado maestre de la Orden de los Enfriarios; aunque se granjeó las enemistades de los colectivos ecologistas, la Protectora de Animales y la AFPD (Asociación de Fabricantes de Pienso para Dragones).
Sus obligaciones le mantenían continuamente apartado del calor del hogar, de los mimos de su anciana madre y de los lametones de su fiel compañero y amigo, su perro Juancho. Pero a él no le importaba, su carácter abnegado, su buen corazón, su espíritu alegre y jovial; hacían que sus deberes fueran placeres.
El conde Orlando iba siempre acompañado de su brioso corcel
Federico, un espléndido animal grande como un poney, blanco como la nieve y de crines grises como la ceniza.
Montado en su brioso corcel, por la verde llanura, divisó en lontananza un bosque rodeado de una mágica neblina. Federico galopó raudo sobre el verde manto cubierto del rocío mañanero.
Cuando atravesó la primera línea de chopos, tropezó con una familia de buhoneros que asaban chorizos y panceta a la lumbre de una hoguera, mientras los chiquillos retozaban en las aguas cristalinas de un arroyo próximo.
Tras disculparse, se adentró más y más en la chopera, la extraña neblina
lo rodeó. La atmósfera se transformó, las copas de los árboles eran más verdes que en ninguna otra parte, los pájaros trinaban más armoniosamente que nunca, las flores eran más bellas.
El canto proveniente de una armoniosa voz atrajo la atención de nuestro héroe.
El conde Orlando se dirigió hacia el lugar del que
procedía la voz. Cuando llegó a un pequeño claro la vio, quedó
extasiado por su belleza: era un ángel.
Ella se volvió, le miró fijamente a los ojos y, con sensual voz, le dijo: "te necesito". El conde Orlando musitó con un hilo de voz que logró extraer a duras penas de su garganta: "¿y..o, yo..., yooooooo?".
"Sí, tú, mi caballero andante", respondió ella, "te necesito para escapar del hechizo que me retiene en esta prisión desde hace tres eternidades y media".
"¿Qu...é, qué... quéééééé?", salió de la boca del conde.
"Sí, mi paladín", continuó ella, "una maligna bruja me encerró en este bosque para desequilibrar la balanza hacia el lado del MAL".
El conde Orlando, poco a poco, fue recuperando la compostura, y en un
alarde de fuerza de voluntad pudo articular palabras coherentemente:
"¿Cuál es mi misión, oh, bella aparición?".
Ella le ordenó: "tienes que conseguir una serie de ingredientes que deberás introducir en esta olla mágica. Apunta: dos raíces de mandrágora, 15 hojas de lechuga, dos pimientos de padrón -que pican que da gusto- y, lo más importante y sin lo cual el hechizo no podría deshacerse, un excremento fresco de ardilla voladora".
"Dalo por hecho", aseguró él, "yo, el conde Orlando, por imperativo legal, juro que así lo haré".
El conde abandonó el claro, buscó, rebuscó y volvió a buscar, durante tres días y medio, pero nada encontró.
Cuando más desesperado estaba, volvió a encontrarse con los buhoneros, que estaban preparando la comida. Su menú: ensalada con lechuga y pimientos de padrón. El conde Orlando apenas podía creérselo.
Estaba a punto proseguir su camino, después de comprarles los ingredientes, cuando una sombra salió del carro de los buhoneros para gritar: "¿abuela, dónde te dejo las raíces de mandrágora?".
El conde Orlando quedó paralizado, ¡había conseguido la mayoría de los ingredientes!.
Siguió buscando, rebuscando, y volviendo a rebuscar durante tres días y medio, pero nada consiguió.
Cuando la desesperación se apoderó de él, miró al cielo y gritó implorando
la ayuda divina. De repente, algo le cayó entre los ojos. Al alzar la mano para limpiarse, divisó fugazmente una ardilla voladora que saltaba de árbol en árbol.
¡Ahora sí que no podía creerlo!, aquel residuo provenía del precioso y grácil animalillo.
El hada pronunció unas palabras mágicas, el hechizo se rompió, el bosque desapareció. Ella lo miró y, con lágrimas en los ojos, dijo: "tu tienes tu misión, yo la mía". Tras pronunciar estas palabras su imagen se diluyó. En
el lugar donde ella había estado, quedó una espada, una espada mágica;
que tenía unas runas que rezaban: "El BIEN es el bien".
ESTA MUY BONITO Y PINTORESCO... TIENES MUCHA IMAGINACION... ES UN FABULOSO CUENTO PARA PINTAR EN IMAGENES..FELICITACIONES...