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El asombroso caso de la Gallicabra de Villaencineda

Eran una multitud las personas que acudían para presenciar el evento, las calles de Villaencineda de los Montes estaban completamente abarrotadas y los vehículos no encontraban lugar donde estacionarse.

Manuel "El Canelo”, el más viejo del lugar, no recordaba haber visto tanta algarabía en toda su vida, y es que el asunto no era para menos ya que toda la prensa escrita, la radio y la televisión se prodigaron difundiendo la noticia. Los mismos vecinos, al principio, no daban crédito a lo que oían por radio, pues fue éste el medio por el que se enteraron primero del hecho.

El asunto parecía ser del todo imposible. La verdad es que sus creadores lo habían tenido en el más estricto de los secretos y no lo llegaron a comentar ni con sus esposas hasta no estar seguros del éxito; una vez comprobado éste decidieron que era el momento de darlo a conocer y hablaron con D. José, el cura, quien no podía creer lo que le contaban 'El Cirilo' y 'El Atanasio' Cuando el pobre sacerdote vio que era cierto casi le da un soponcio, aquello era insólito. Era materialmente imposible.

Se santiguó incrédulo y preguntó a sus dos parroquianos con estas palabras:
-Hijos míos, ¿qué es lo que habéis hecho para conseguir semejante criatura? Yo no sé si esto estará bien ante los ojos de Dios, no obstante, habrá que ponerlo en conocimiento de la autoridad competente para que decida que hacer. No me atrevo a aconsejaros otra cosa pues estoy completamente desarmado, no esperaba nada semejante. ¡Que Dios me perdone!

Los tres hombres abandonaron el cobertizo de la granja y 'El Cirilo' cerró la puerta para que nadie pudiera penetrar en su interior y descubrir lo que dentro se escondía. Se subieron a un viejo automóvil y avanzaron por una polvorienta vereda en dirección al cuartel de la guardia civil. Llegaron sofocados por el calor que reinaba aquella mañana de mayo y porque no sabían bien como darle la noticia al sargento.

Fue D. José, el cura, quien comunicó de este modo lo que en la granja había visto:
- Sargento, por favor, acérquese a la granja de "El Cirilo para que vea lo que tienen alli escondido estos dos, porque yo, que lo he estado examinando, ni siquiera puedo definir lo que es y, la verdad es que algo tendremos que hacer.

El sargento intrigado por la forma tan poco precisa con que se expresaba el cura lanzó esta pregunta dirigiéndose a los tres hombres a la vez:
-Pero hombres de Dios, ¿quieren decirme que es lo que se esconde en ese lugar para que estén ustedes tan sobresaltados? Pues nada más que parece que habéis hallado seis o siete cadáveres en la granja.

El bueno del sacerdote. todavía algo nervioso, contestó con voz dubitativa:
-Peor que eso aún. ¡Oh! ¿Pero que digo, Dios mío? Perdón, es que ya no sé ni lo que hablo, yo no sé definir que es aquello, desde luego es un animal, pero no me pregunten de que especie puesto que jamás vi cosa semejante, ni creo que ninguno lo haya podido ver antes de ahora; es de lo más extraño que imaginarse pueda.

En vista de la insistencia del cura, ya que los otros dos hombres permanecieron en silencio durante todo el tiempo, el guardia civil decidió ver sobre el terreno el animal del que se trataba.

Hizo venir a un guardia para que le sirviera de pareja y conminó a los tres anteriores a que los precedieran en el trayecto hasta la referida granja. Por la misma vereda por la que habían accedido al cuartelillo se dirigieron de nuevo al cobertizo de "El Cirilo", abrieron la puerta del lugar donde se hallaban los curiosos animales, pues eran dos, macho y hembra, y los guardias civiles se quedaron petrificados al ver lo que tenían ante sus ojos.

No se podían figurar nada parecido, se hallaban ante un engendro completamente desconocido hasta ese momento.

Estuvieron plenamente aturdidos durante un tiempo, sin saber que hacer. Pasada la primera impresión, el sargento decidió que había que avisar a sus superiores, pues él creía que aquello había de mantenerse en el más absoluto secreto; era una transformación genética de tales magnitudes que se consideraba impedido a tomar decisiones por si mismo.

Se avisó al teniente jefe de línea, que no tardó mucho más de media hora en hacerse presente, y a los pocos minutos de haber visto aquellas dos curiosidades decidió, no con poco recelo, que los examinara el veterinario del pueblo.

Dieron la noticia al alcalde, quien inmediatamente llamó al Gobernador.

Comenzaron a esparcirse rumores por todo el pueblo y no habrían pasado dos horas desde que se le avisara a D. José, el cura, cuando la granja de "El Cirilo" era un hervidero de curiosos que intentaban ver que puñetas era lo que allí se escondía
.
Ni que decir tiene que, en vista de la cantidad de gente que se arremolinaba por los alrededores de toda la granja, hubo que acordonarla de policía municipal y guardias civiles para impedir el acceso mientras la autoridad competente no diera el visto bueno para poder acercarse a estos dos fenómenos que la habitaban.

Cuando el veterinario divisó lo que tenía ante sus ojos no pudo por menos que dar un respingo y sobresaltado preguntó a los granjeros:
-¿De donde habéis traído estos dos animales? Yo no he visto en mi vida, ni tan siquiera en los textos de biología genética, una cosa parecida. Esto que tenéis aquí parece una mezcla de cabra y gallina!

A lo que contestaron los dos ganaderos al unísono:
-Es que eso es lo que son estos dos animalitos que tienen ustedes delante.

Todos los presentes, al oír estas palabras, no lograban dar crédito a lo que habían percibido por sus pabellones auditivos, como antes había sucedido al contemplar por primera vez tan raros ejemplares.

Eran dos animales del tamaño de una oveja adulta que entre sus cuernos portaban una cresta de un color rojo intenso, sus patas eran parecidas a las de un avestruz, aunque con espolones como los gallos, que a las de un mamífero cualquiera, la cola era idéntica a la del pavo real, pero de un cromatismo muy superior al de éste. Su boca, propia de un mamífero cualquiera, tenía unos labios carnosos y rojos muy semejantes a los que exhiben en la gran pantalla las actrices más sensuales, y sus ojos intensamente azules mostraban una mansedumbre como jamás se viera en animal alguno.



El veterinario, ya más calmado, se acercó con precaución a la Gallicabra hembra y la estuvo examinando durante largo rato, llegando a la conclusión de que era un animal ovíparo pero que amamantaba las crías tras la eclosión del huevo, con lo que para la explotación ganadera se había conseguido una especie que producía huevos de un tamaño mucho mayor que los de pava y de una calidad excelente, así como una leche semejante a la que producen las cabras costeñas, en calidad, ya que en cantidad es superior la de la Gallicabra.

Además su carne tenía una textura mixta entre el pollo de corral, ya desaparecido, y el cordero lechal, mientras que su piel, cubierta de pelo por la parte superior, se prestaba perfectamente para el encurtido de pieles de alta calidad. La parte de la panza del animal estaba cubierta con una especie de plumón tan fino y delicado al tacto que inmediatamente se pensó en que se lo disputarían las industrias colchoneras con avidez.

Este extraño animal lo habían conseguido a base de arduo trabajo durante largos años los dos granjeros de Villaencineda de los Montes cruzando, por una parte una oveja merina con un cabrito costeño y, por otra parte, un pavo real con una gallina de engorde. La cría que obtuvieron de oveja y cabrito la cruzaron posteriormente con una cerda ibérica de pelo rojo que, a su vez tenía cruce de jabalí; mientras que la obtenida de pavo real y gallina de engorde hubieron de cruzarla con una pata de las marismas del Odiel y, ya por fin, con el cruce de estos híbridos consiguieron la ansiada Gallicabra, de la que se sentían tan orgullosos.

Cuando los medios de comunicación promulgaron la noticia con todo lujo de detalles, comenzaron a venir turistas a Villaencineda de los Montes y casi arruinan a todos los hoteleros de La Costa del Sol, con lo que a las indudables ventajas de tipo ganadero que se habían conseguido, habría que sumar las correspondientes, a los ingresos turísticos que la Gallicabra estaba generando en toda la zona.

Todo eran congratulaciones y felicitaciones, el Gobernador prometió dotar de unos fondos para investigación a los dos ínclitos ganaderos y aseguró que procuraría acelerar todos los trámites pertinentes para poder poner en explotación el magno hallazgo de la Gallicabra, conminando a todos los vecinos a que siguieran el ejemplo de sus dos paisanos y contribuyeran, con sus propias investigaciones, al engrandecimiento de la provincia y de la nación entera.

Tras el éxito obtenido por "El Cirilo" y "El Atanasio" con este experimento, el alcalde les concedió el nombre de una calle de su ciudad natal y los requirió a seguir investigando.

Ellos ya habían decidido intentar crear un nuevo producto, solo que ahora pretendían hacerlo en la horticultura, sería la Peripiña.

Desde estos momentos les deseamos la mejor de las fortunas para la consecución de tan exquisito fruto, ojalá su labor no requiera mucho tiempo y podamos degustarlo en lá próxima primavera. Por lo pronto, no solo "El Cirilo" y "El Atanasio" habían logrado rodearse de una fama inusual por su contribución a la ciencia, sino que además dejaron la puerta abierta para la futura clonación de ovejas y otros animales superiores.

Pero eso es materia de otro relato de ciencia-ficción que algún día alguien con mas capacidad narrará. Nosotros nos hemos limitado a ser cronistas de lo acaecido en un bello pueblo andaluz llamado Villaencineda de los Montes y de ello damos fe.

POSDATA.

Cuando estábamos a punto de cerrar nuestra edición nos llegó la grata noticia de que la preciada PERIPIÑA es ya una realidad, por lo que felicitamos cordialmente a sus creadores.
Datos del Cuento
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1 comentarios. Página 1 de 1
Jesús Lorenzo García García
invitado-Jesús Lorenzo García García 05-01-2003 00:00:00

He leído tu cuento con atención y me he llevado una grata sorpresa. Es verdaderamente bueno. Gracioso, simpático y con una trama perfectamente urdida. ¡Enhorabuena!

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