Me llamo Gloria Martínez, tengo 46 años y hoy he decidido contar lo que ha sido mi vida.
A los dieciocho años me enamoré locamente de Julián, un chico dos años mayor que yo, moreno, alto y fuerte como a mi me gustaban entonces. Tuve la suerte de que fui correspondida, y ese profundo amor que ambos sentíamos hizo que a los veinte años me quedara embarazada.
Julián y yo nos casamos y nos fuimos a vivir a una casita al lado de la playa. Entonces me sentía la mujer más feliz del mundo, y esperaba con entusiasmo la llegada de mi bebé. En septiembre nació nuestro niño, Daniel, la cosa más bonita que había visto en mi vida, tan moreno y tan fuerte como su papá.
Criamos y educamos a nuestro pequeño con amor y cariño, era nuestra vida, nuestra ilusión, por eso cuando cumplió los doce años decidimos darle el hermanito que tanto nos había pedido.
Volví a quedarme embarazada, y Julián tenía incluso más ilusiones que la primera vez, ya conocía la sensación de ser padre y le encantaba. Entonces nació Jennifer, tan bonita como su hermano, y con una mirada dulce y penetrante como la mía. Eso decía Julián, “Ha heredado tu mirada, esa mirada que me vuelve loco y que me incita a besarte”, y lo hacía, me besaba con pasión mientras me rodeaba con sus fuertes brazos, entonces me sentía feliz. Pero nuestra pequeña nació débil y frágil, y de nada sirvieron nuestros intensos cuidados llenos de amor, y nuestras noches en vela rezándole al Señor, porque a los tres meses nuestra niña murió. Julián, como muchas otras veces, la sostenía en sus brazos y la hacía carantoñas para que sonriera, pero esta vez su sonrisa no apareció, la pequeña dejo de respirar mientras clavaba los ojos en su papá para pedirle auxilio, ayuda, y éste, tan impotente, la abrazaba con fuerza ofreciéndola su aire..... Pero cuando el médico llego nuestra niña ya había muerto, y en sus ojitos ya no brillaba esa dulce mirada que a Julián le volvía loco, se había apagado para siempre, y con ella se apago nuestra felicidad.
Yo me hundí en un mundo negro del que no quería salir, me encerraba en mi habitación despreocupándome de todo, sin pensar en que tenía otro hijo que me necesitaba y un marido que estaba destruyendo su vida.
Así pasaron dos largos meses, hasta que Daniel, nuestro niño, enfermó gravemente, y fue ingresado en el hospital. La simple idea de que podía perder a mi hijo hizo que despertara de mi pesadilla y me volcará totalmente a él. Nuestro hijo sanó y me pidió entre sollozos que no le volviera a abandonar, Daniel hizo que mi corazón reviviera, y que volviera a sentir sus latidos. Pero para Julián ya era demasiado tarde, tras la pérdida de su pequeña comenzó a esconder sus penas en el alcohol, y yo no soportaba verle así, llegaba a altas horas de la mañana, borracho como una cuba, llorando o cantando, pero siempre gritado, despertaba a Dany y le abrazaba, o me despertaba a mi y me golpeaba. Con Dany cantaba, conmigo lloraba, me insultaba, y me reprochaba que Jennifer hubiera muerto.
Pero en el fondo Julián era tan débil...., le atemorizaba mi mirada, esa mirada que antes le volvía loco, loco de amor por mí, y con la que ahora enloquecía, sí, pero no de amor, sino de furia, porque esa mirada era un reflejo de la dulce mirada de su pequeña muerta, una mirada ahogada en sus brazos, eso eran mis ojos, eso era yo. “¡Deja de mirarme!” gritaba mientras me golpeaba con fuerza. Pero yo era más fuerte que él, y clavaba en su fría mirada mis dulces ojos de su pequeña ahogada, y él como loco me gritaba, y me pegaba, una y otra vez, una y otra vez, hasta que yo perdía el conocimiento, y mis ojos se cerraban...
Así pasaron seis años de mi vida, Dany cumplió los dieciocho años y un día se fue, se fue y no regresó. Me escribió una carta en la que decía: “Gracias mamá por darme esa hermanita que tanto te pedí pero que por desgracia tan poco disfruté. Esta vez me toca a mí irme, y lo siento de verdad por que sé el daño que te puede ocasionar estas palabras. Lo sé mamá, soy un cobarde, un cobarde como papá que me abraza para que no le odie, y que te pega para que no le mires. Lo siento por no haber evitado nunca esas palizas y lo siento por irme sin despedirme pero no soportaría verte llorar ni una sola vez más mamá. Gracias por quererme, y por favor, nunca cierres los ojos, hazlo por Jenny. Te quiero.”
Y se fue, y me quede sola pero más fuerte que nunca. Con mi corazón lleno de amor porque mi pequeño había crecido y ya era todo un hombrecito dulce y bueno como yo le había educado.
Y Julián se derrumbó por completo al ver que perdía al hijo que le quedaba, sus brazos ya no tenían fuerza para golpearme, y de su boca ya no salían palabras para odiarme. Bebía como un loco para olvidar que alguna vez había sido padre, que había tenido entre sus brazos a sus hijos.
Llegaba a casa con la cabeza agachada para evitar mi mirada, y borracho lloraba como un niño rompiendo ese odioso silencio que nos rodeaba.
Dany me llamó cuando cumplió veintiséis años, quería darme una maravillosa noticia, era papá. Fui a pasar las navidades con él, su novia y mi nieta, y por fin sentía que volvía a ser feliz, que volvía a formar parte de una familia, por eso le pedí a mi hijo que me dejara quedarme a vivir con ellos, que cuidaría a su niña y que les ayudaría en todo lo que quisieran. Dany acepto encantado, me quería y me necesitaba. Tal vez yo también fui cobarde, porque no tuve valor para despedirme de Julián, simplemente le llamé y le dije que me quedaba a vivir con mi hijo porque ya no aguantaba ese infinito silencio. Julián no dijo nada, simplemente suspiró y colgó.
Pero esta vez no se rindió al perdernos, al contrarió, empezó a luchar para recuperara a su familia, nos llamaba de vez en cuando para preguntarnos por su nietecita, por su salud, por la nuestra, nos contaba que había dejado de beber, que nos echaba de menos, que se estaba recuperando.
Hoy es de nuevo Navidad, mi nietecita ha cumplido un año. Daniel ha invitado a su padre a la cena de Navidad, quiere que conozca a la pequeña. Mi corazón ha latido con fuerza cuando Julián apareció en la puerta sonriente como hacía mucho tiempo....
A sujetado a la pequeña entre sus brazos la a mirado y me ha dicho “Ha heredado tu mirada, esa mirada dulce que me vuelve loco” y me ha abrazado con fuerza, con esos brazos que antes temía y que ahora de nuevo amo.
Han sido las mejores navidades de mi vida, Julián ha demostrado que es un hombre nuevo y me ha pedido que volvamos a vivir juntos, por supuesto he aceptado. Y ambos hemos tenido un gran regalo, Dany quiere que seamos los padrinos de su niña, será bautizada el día de reyes y se llamará Jennifer.
La Navidad ha unido lo que yo creía imposible, por eso doy gracias a Dios por haber traído al mundo a esta pequeña que nos ha devuelto la felicidad a esta familia.
me alegro por ti y por julia y por k aveis sido muy fuertes para superar lo que es la muerte de un hijo yo soy joven tengo 23 y se lo que es eso y se que es muy duro pero con egemplos como elñ buestro se que algun dia lo podre superar