EL ARDOROSO
Ese dìa se les ocurriò ir a pescar a los mèdanos.
-Yo no tengo equipo, dijo Ignacio.
-¡No importa!, Lo vemos al gordo que seguramente te prestarà uno, respondiò Facundo.
-¡Nosotras tambièn vamos¡ Dijeron a coro las dos mujeres.
El Gordo, al verlos llegar se le ocurrió.
¡Ahora si, ya están iguales, dos a dos, sino las mujeres corrían con ventaja!, Y era Facundo el que pagaba las consecuencias.
Riéndose de la salida del Gordo que gustosamente prestó su equipo de pesca, fueron hacia el Sur, los cinco en el jeep, ya que el gordo se adicionò a la excursiòn, sorteando médanos, arroyos, algunas gaviotas y avutardas que sobrevolaban o se estacionaban en la playa. Pararon cuando divisaron un pingüino que, empetrolado, apenas podía caminar. Las mujeres lo bañaron y limpiaron con agua dulce que llevaban en un bidón y luego, gozoso, lo vieron entrar nuevamente al mar, zambulléndose bajo las olas.
En el mismo lugar que, el pingüino entrara al mar, se quedaron a pescar. Facundo lo hacia con ayuda de Aldana e Ignacio con la de Inacayal,
-¡Ignacio, ayúdame!.
Ignacio corrió presuroso al ver que la caña de Facundo se había doblado hasta casi tocar su punta con el suelo arenoso. Ambos tomaron la caña y con gran esfuerzo efectuaron varios cañazos y la pieza cedió un poco, luego comenzaron a recoger a golpes de caña y en varios momentos estuvieron a punto de perder los aparejos.
-¿Qué es, una ballena? Dijo Ignacio.
-¡Tiburón, y grande! Respondió Facundo
Facundo con el agua a la cintura entró para engancharlo con un bichero. Aldana le gritaba.
-¡Ten cuidado!
-¡Sì, cuidado! Como un eco el gordo advertìa.
Ya en la playa, luego del gran esfuerzo, vieron que la pieza era un tiburòn Escalandrùn de aproximadamente dos metros de largo.
¡Eh! Pavada de bicho, ¡Te desvirgaste, Facundo!, Ahora si que podes decir que son un pescador, dijo el gordo
Siguieron pescando un tiempo màs.
El gordo tenìa una mala costumbre. Cuando estaba de pesca y sentìa necesidades imperiosas, acostumbraba a entrar en el agua hasta la cintura, bajarse los pantalones de baño y hacer en el mar sus cosas. Eso ocurriò, cuando se escucho un alarido de dolor, seguido de un insulto.
-¡Ayyyyyy!.....¡¡La reputa madre que lo pariò!!
Facundo e Ignacio corrieron presurosos, temiendo lo peor.
-¿Què pasa? Preguntaron al unìsonono.
-¡Una aguaviva, una aguaviva..!
-¡¡Donde!!
-¡¡Acà en mi pene!!
Una medusa de grandes proporciones se habìa prendido de los genitales del Gordo, quien trataba de sacarla echando agua y arena, hasta que lo logrò.
Facundo e Ignacio no paraban de reirse a mandibula batiente.
-¡No-se rìan boludos, que esto arde mucho!
Màs risas.
-¡Chè, no le digan a las mujeres!
Ignacio se descompuso de la risa.
Volvieron donde las mujeres, el gordo caminaba como un autòmata con las piernas abiertas.
-¿Què pasò? Preguntò Aldana
-Nada, nada. Respondiò el gordo
Cruzaron y ataron el tiburón sobre el capot del jeep y volvieron cantando.
Al llegar al club de pesca hicieron sonar insistentemente la bocina.
Dejaron el tiburón y el Gordo, caminando como un robot, lo colgó de un gancho, justo a la entrada al club, con un letrero que mencionaba el afortunado que lo había pescado.
Ese dìa le cambiaron el seudònimo.
No fue màs el gordo, ahora le llaman “El ardoroso”