Siempre por costumbre en casa hemos tenido contacto con animales, especialmente con perros. Perritos, para que no se escuche tan despectivo. Desde niño esa relación simbiótica se ha dado. Ya de grande, de casado, por azar o por cuestiones del destino llegó a casa una perrita casi recién nacida. Bueno, llegar no es el término aplicable en esta situación, mi hija Alejandra, a la sazón de 3 ó 4 años, la encontró en la calle. Mi mujer y ella –Alejandra- venían del Kinder y en el camino la vieron solita en la calle. Mi hija, quien saco mi afecto por dichos animales, de inmediato le atrajo y todo fue eso para traerla consigo. La perrita –que después “bautizamos” con el nombre de “Niña”- tenía tres o cuatro meses cuando llegó. Es una Pointer de raza natural, color blanca con puntos cafeces. Al paso del tiempo, como todo ser de estas características, tuvo sus primeras crías. Perritos iban y perritos venían. Fue por allá a la tercera parida en que nació mi preferido:”Chencho”. Según el veterinario, una cruza de pastor alemán. Bonito, café, de hocico grande y negrusco y con una particularidad que heredó de su madre: Dos uñas o pezuñas sobrepuestas en el tobillo de sus patas traseras. Según cuentan leyendas, esos no se denominan perros, sino chuchos, y al parecer nunca les da rabia. Bueno, son leyenda o mitos que aunque no los creo del todo, jamás mis perritos se han enfermado de nada.
Dicen que en la vida del perro cada año equivale a 7 de un ser humano, y como el tiempo pasa para todos por igual, mis animalitos no iban a ser la excepción. La “Niña” tiene actualmente casi ocho años –56 del humano- y luce los estragos del tiempo. Por su parte, “Chencho”, quien debo decir que nació un 20 de noviembre del 99, pronto cumplirá sus 4 años –28 si fuera persona-, está en la edad canija y rebelde de todo tipo. Es un can muy bravo y temido por todos en el barrio, por esa razón, casi siempre lo mantengo amarrado, pero no me gusta; debe como todo animalito, gozar de su libertad, sin embargo, por su ferocidad y seguridad de las personas, no lo hago. Como todo buen can, cuida muy bien nuestro hogar, y como andan muy de moda los robos de carros, lo pongo también a vigilar mi patas de hule, no cabe duda, es un excelente guardián. Después de mi familia, son los seres que más quiero. Siempre al llegar del trabajo, por eso de las siete de la tarde, lo primero que escucho, son los ladridos de ambos, me supongo que deben de conocer el ruido del carro al acercarse, son muy listos los dos. La ”Niña”, es muy celosa, cuando llego y le hago cariños a “Chencho”, de inmediato se enoja y trata de morderlo. Cálmate, le grito, es tu hijo. Mi mujer y mis hijos, también son muy pacientes con ellos. Los bañan, les dan de comer, limpian el plato donde comen y a veces los sacan a pasear. Cuando me ven ambos perritos, de inmediato brincan, y les da un gusto, porque soy el único que los consciente y les canta de vez en cuando. A “Chencho” le compuse una canción que dice más o menos así: “...Chencho, Chencho, nuestro rey, cumple años, cada seis...”
En fin, mis perros son algo muy importante dentro de mi vida y pienso con nostalgia en el día en que mueran. Nada más de pensarlo me agüito, pero ni modo, es la ley de la vida. Mis perritos al igual que el resto de nosotros, tenemos que rendir cuentas a alguien y eso será algún día, mientras tanto, disfruto de su compañía y seguiré haciéndolo mientras el dios de los canes me los preste.
Bueno amigos, esa es la historia de Chencho y la Niña, dos chuchos que son buenos amigos míos, en un futuro les contaré acerca de Pupy, una chivita que llegó sola a la casa.