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Categoría: Urbanos

EL PARTIDO

Betina

Sólo veinte minutos han transcurrido desde entonces. Nada puedes hacer. La salida no existe y vuelas ausente, sin ojos, sin alas. Te encuentras en manos de dos grupos que disputan tu cuerpo. El tránsito comenzó cuando el oficial te lanzó al aire sin dolor ni resentimiento ante los otros para indicar la salida. Perdiste vuelo hasta caer brutalmente al centro del campo donde esperaban tus adversarios. Ellos te harían rebotar durante algún tiempo sobre la madera que suele ofrecer los rostros cansados y resiste los pasos del mundo. Te enviaron de un lado a otro sin sentido hasta convertirte en vacío, placer, aliento desmedido. Los otros te esperaban. Al atraparte, introdujeron el cansado cuerpo en la canasta a la que tanto temes. De cualquier manera, no distinguiré al otro que me impulsa. Jamás sabré con quién jugaba ni a quién pertenecía. Mis sentidos no existen... Pero me siento en el aire, deliciosamente puro hasta presentir la caída. Entonces, me transformo en fénix sin alas, crisálida herida al no poder controlar mis actos. En manos de ellos, un sentimiento de complicidad y burla me abruma. Desde las alturas, el terreno se asoma libre de obstáculos. En esa rectangularidad de brazos abiertos, las unidades de luz cercenan toda visibilidad. ¡Se han roto las reglas! Nada puedo hacer para que todo vuelva a ser como antes. El público grita y se agita. Soy el centro de todas las miradas. Desde cualquier ángulo, la luz y la distancia no me permiten volver a ti. Uno de los jugadores lanzó la patada al otro. Lo ha inutilizado para seguir en el campo. Cayó sobre mí y con su estómago me tiene aprisionado. Su respiración me excita. Ahora, sientes un peso sobre tu frágil cuerpo. Comienzan los sudores a bañar tu incertidumbre. Una borrosa niebla en el aire espeso de la noche viene hasta ti con sus nauseas de plata. Quien te sigue cae de costado donde se encuentran los espectadores. El dolor es intenso en la pierna derecha. Todos abarcan el espacio sin moverse. No puedo tocarte porque ahora es la sombra transparente quien se esfuma por las líneas del terreno. Eres silencio y queja. No te escucha porque sus oídos huyeron con las voces de la multitud que te busca. Como puedes, escapas por los costados del dolor y huyes hacia los laterales. El otro, el que yace tendido te busca en vano. No identifica el rugido de la goma ni la voz del jugador que ahora te golpea en dirección inversa al punto donde se encuentra recostado... Me han dado por muerto. Ahora me lanzan sobre la cesta nuevamente... Suspendida, desde sus arcos de acero, ella abre sus brazos sin vida para sellar definitivamente, el triunfo sobre tus adversarios... Pero faltan cinco segundos... Te elevan. Cierras los ojos y enmudecido, como una lágrima colgada en los espacios, soledad y silencio, traspasas el umbral. Las manos agitadas de los jugadores, tratan de sostenerte inútilmente entre sus dedos ansiosos para lanzarte nuevamente, con más fuerza hacia el vacío y convertirte en muerte... El silbato marcó el final. Tu cuerpo sin vida pasa de una a otra mano como la joya ambicionada por todos.
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
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