Un leñador, cansado de realizar sus actividades cotidianas, en un seco, polvoriento y descampado tablazo, decidió hacerlas yendo a un ancho y tupido bosque.

Al estar allí, el leñador empezó a cortas palos, todo su cuerpo fue picado por mosquitos y toda clase de insectos que abundaban en el lugar. Al sufrir esa adversidad, el forastero al principio lo aguantó, pero hubo un momento en que le ardía el cuerpo. Tuvo que ahuyentar a los insectos prendiendo fuego.

– ¡Déjenme en paz!. – Dijo enfadado el leñador.

Con ese procedimiento pudo alejar a los insectos de su camino por unos segundos, pero luego volvieron a interrumpir su trabajo.

Cansado de sus constantes ataques, el leñador erradicó a los insectos. Utilizó un potente y venenoso insecticida, que lo llevaba consigo por si ocurría alguna emergencia.

– ¡Basta de molestar!. – Dijo el leñador.

Conforme los iba eliminando, aparecieron más insectos a herir al leñador.

Al quedar ensangrentado a consecuencia de las constantes picaduras de los mosquitos, el forastero sentenció el lugar.

– ¡Aquí es el infierno!.

Para evadir cualquier enfermedad mortal, el leñador abandonó el bosque y regresó a su habitad de origen.

FIN

– Moraleja del cuento: Antes de cambiar de ambiente, debemos conocer primero sus condiciones.

– Valores del cuento: Prudencia.