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Categoría: Metáforas

EL FIN DEL CAMINO

Parecía que aquel camino no tenía fin; andaba ensimismado en mis pensamientos sin reparar en el cansancio que atenazaba mis gemelos; ya tenía los pies embotados por la fatiga y un fuerte dolor en la zona lumbar, casi me impedía el avance lento de cada una de mis piernas, pero seguía y seguía esperando llegar a ninguna parte. No llevaba mochila ni equipaje, en realidad, solo había salido a dar un paseo.
El paisaje era invisible entre el tupido muro de árboles y arbustos que flanqueaban el camino. No parecía estar muy transitado; apenas se distinguía una angosta senda en medio del bosque cerrado. El aire que, trabajosamente llenaba mis pulmones, olía a pinos y eucaliptos, entre otros perfumes desconocidos para mi; estaba caliente y húmedo por lo que sudaba copiosamente.
Allí estaba yo, perdido y agotado, preguntándome porqué había seguido las sugerencias del padre de mi amigo Marcos: - “Tienes que subir por la pendiente del norte, ya verás que bien te sientes después. Fíjate, me lo vas a agradecer mientras vivas.”- Me sentía tan mal, que iba pensando que me había gastado una broma muy pesada en la que yo estaba cayendo como un incauto.
Después de varios kilómetros andados en suave pendiente, me di cuenta que, desde que salí a caminar, serían las tres de la tarde, ya habían pasado cinco horas y no estaba oscureciendo. Me detuve y miré para atrás y, cual no sería mi sorpresa, que a mis espaldas, las escasas nubes ya estaban de color rojizo y el sol en el ocaso. Miré hacia delante y no vi síntomas de anochecer, todo lo contrario; el cielo parecía tan luminoso y radiante como si fuera mediodía. No sabía qué pensar, aquello era lo más extraño que me había sucedido en toda mi vida.
Jadeante, me senté en una piedra para serenarme y poder pensar en lo que estaba viendo; porque, aquello era tan real como yo mismo. No encontré explicación y, tal como estaba de cansado, decidí continuar hasta el fin del camino, que parecía estar ya muy cerca.
No tardé más de veinte minutos en llegar al final. Delante de mis ojos, se extendía una inmensa vegetación que inundaba un valle abrigado por un cerco de enormes montañas que le hacían invisible e inaccesible. Recorrí con mirada incrédula aquel espacio, impensable tan cerca de una gran ciudad. Ahora entendía por qué el padre de Marcos me había dicho que se lo agradecería; él sabía muy bien cuanto me apasionaban los grandes espacios de naturaleza pura. Seguí entusiasmado examinando toda aquella maravilla y descubrí que, entre los espesos árboles, se vislumbraban unos puntos blancos que interpreté como casitas; no lo pensé más y decidí continuar bajando hasta llegar a aquellas casitas y ver quien vivía en ellas.
El recorrido no era tan fácil como pensé; ya no había sendero, así que tuve que abrirme paso entre una espesa jungla de fértiles arbustos y plantas que se me enredaban en los pies y clavaban sus espinas en la carne sin misericordia. Aquello resultaba muy difícil, pero el afán de conocer y descubrir, era mucho más fuerte que el dolor que sentía en la totalidad de mi cuerpo. Sólo había en mi mente, además de la determinación de llegar, unas preguntas sin respuesta: ¿Cómo era posible que no se conociera aquel valle? ¿Por qué el padre de mi amigo sí tenía ese conocimiento? ¿Qué razones le habían llevado a recomendarme aquel paseo? ¿Por qué dijo que se lo agradecería mientras viviera?...Avanzaba lentamente y empecé a sentir hambre, en realidad, estaba desfallecido. Sin proponérmelo, mis ojos se detuvieron en unos matorrales cargados de bayas rojas y brillantes, parecidas a las frambuesas, que me invitaban a probarlas, lo hice así y me deleité, eran jugosas y dulces; después de comer una buena cantidad, me sentí reconfortado y más fuerte. Continué el intrincado descenso con una alegría y determinación más firmes; estaba dispuesto a llegar hasta el final.
¿Cuánto tardé en llegar hasta el valle? No se si dos días o puede que más; es imposible calcularlo porque no había noche, ni tampoco necesité dormir; yo pensé que mi fortaleza se la debía al azúcar que me proporcionaban las bayas que encontraba a mi paso; ya no solo eran rojas, también había amarillas, blancas, negras...pero de sabor tan exquisito y diferente según su color.
Al salir del bosque, me encontré ante una extensa pradera de hierba verde y perfecta, salpicada de templetes, le puse ese nombre, porque no encontraba otro que le fuera mejor. Creía haber llegado a un sueño, de tan idílico que me parecía el paisaje. Era como un inmenso jardín, pero no parecía cuidado por manos de jardinero; todo era natural, aunque sin “malas hierbas” que rompieran la belleza de lo que contemplaban mis ojos.
Mudo de admiración, inmóvil, no fui consciente de que a mi alrededor se iban agrupando personas diferentes y a la vez iguales a todas las que había visto en mi vida. No me asusté; eran muy hermosas; en sus ojos y su sonrisa, encontré un amor al que no estaba acostumbrado.
Me volví a mirarles; eran mucho más altos que yo, tanto hombres como mujeres. Ellos también me miraron, pero no con extrañeza, como cabía suponer, porque entre ellos, yo era un bicho raro y feo; todo lo contrario, perecía que me conocían y me daban la bienvenida después de una larga ausencia.
Vestían con túnicas de telas ligeras y de colores suaves. Me dio la sensación de que nunca se cortaban el pelo y a los hombres no les crecía la barba; su cutis era tan delicado como el de un adolescente. Había rubios, morenos, pelirrojos...Sus cuerpos eran perfectos y sus ademanes refinados y expresivos. Sin saber como, me vi envuelto en risas, comentarios y canciones; me acompañaron hasta el centro de lo que se podía llamar Pueblo, y allí, se formó una fiesta con toda clase de frutos a cual más sabroso.
Pensé que había llegado al paraíso. Aquello era un sueño hecho realidad; la ilusión que todos llevamos dentro, como la expresión de la felicidad.
Me pregunté: ¿Podría ser feliz en un lugar tan perfecto como este?
Yo venía intoxicado con las penas, los problemas y sufrimientos de la vida de mi mundo; era consciente del cambio que este valle representaba en todos los ámbitos.
Sabía que era libre de irme, pero no estaba seguro de querer volver, tampoco si debía quedarme.
Busqué con la mirada a la persona que fuera responsable de los demás; quería saber a quien debía pedirle permiso. No vi distintivo alguno, nada me indicaba que hubiera diferentes categorías.
Pregunté por el Jefe, pero nadie supo lo que decía. Entonces comprendí que allí todos eran iguales. Les hablé de mi deseo de conocerles y de quedarme un tiempo. Sus respuestas me dejaron un poco confuso. Allí no entendía lo que es el tiempo. ¡Claro, por eso no había noche! Vivían en el mejor momento del día. Solo contaba el “Ahora”.
Entonces, me invadió el miedo: No quería contaminarles con la carga de negatividad que traía conmigo. Yo estaba seguro de mis sentimientos; muy dentro de mi ser, sabía que era tan puro como ellos, pero el hábito de la vida del mundo en el que había estado durante tantas generaciones, podía aflorar y perjudicarles; eso no lo permitiría nunca, así que decidí marcharme.
Me puse en pie y sin decir nada, dirigí mis pasos hacia el bosque. Llevaba la cabeza baja, porque me invadía una pena terrible; no quería llorar, para que ellos no supieran lo que es el sufrimiento. Alguien puso su mano en mi hombro y, con voz cariñosa, me dijo: -“¿Por qué dejas que tu mundo llegue hasta aquí? Disfruta de lo que tienes sin pensar en perderlo o en que no eres digno de ello. Todo tiene una razón y si se te ha dejado llegar hasta aquí, es para que tengas el conocimiento que ha de ayudar a los demás. Te invitamos a ser feliz sin sombras, ni temores, ¡Aprovéchalo! Después sabrás el por qué de todo.”- Dicho esto, me acompañó hasta uno de aquellos templetes y me dio una hermosa túnica celeste. Me la puse y me vi tan distinto y a la vez tan parecido a ellos, que ya no me sentí un extraño.
Con total libertad, me dediqué a conocer cuanto me rodeaba. Llegué hasta un lago de aguas transparentes y azules, donde se bañaban y chapoteaban algunas personas disfrutando como niños inocentes. ¡Que hermoso era! Yo también lo hice y salí reconfortado y feliz. Un poco más allá, había un grupo sentado en la hierba que escuchaba extasiado como una bellísima mujer, cantaba con la voz más sublime que jamás escuchara. Me quedé allí. La canción tenía una melodía sencilla y encantadora, hablaba de amor , pero no como las que cantamos en mi mundo, que todo son penas y desamor. Entonces comprendí que el Amor es sólo alegría y felicidad, todo lo demás, es afán de posesión y egoísmo. Esa lección, ya nunca la olvidaría.
Sentía mucha curiosidad por saber qué había en los “templetes”, puesto que no se necesitaban para dormir, ni cocinar, ya que se alimentaban de los frutos que les daba la naturaleza, tampoco trabajaban, ni tenían posesiones materiales. Me acerqué a uno de ellos; allí encontré a una mujer bellísima, me causó mucho impacto, tanto que me costaba respirar. Cuando me vio, se acercó con una maravillosa sonrisa que me invitaba a confiar en ella.
- ¿Qué hacéis aquí, para qué sirven estas edificaciones?- Le pregunté tímidamente.
- ¡Ven y verás!
Cogí la mano que me ofrecía y la seguí, notando en mis dedos el agradable calor de los suyos.
Justo en el centro, había un grupo con instrumentos musicales que empezaron a tocar en cuanto nos vieron; lo hacían con mucha ligereza y maestría.¡Cuánto disfruté!
- Veo que te gusta el arte. ¡Ven conmigo otra vez!
Así lo hice y me llevó hasta un templete donde otro grupo danzaba como si fueran ingrávidos, tan ligeros como plumas que se movían con una gracia infinita; sus coreografías eran originales y hermosas. Les estuve contemplando extasiado.
Pasaba de una actividad a otra sin fatiga; con ilusión de descubrir la belleza que se respiraba en cada rincón y en cada uno de ellos. Todo me parecía poco en mi ansia de conocer y de disfrutar. Entonces aprendí otra lección: La belleza auténtica está en la Naturaleza y en la expresión de lo que llevamos en nuestro interior. También aprendí que el arte no precisa de la tristeza y el dolor, que el más grande es el que habla de la alegría y la felicidad, el en que encuentra se mayor inspiración en la fuerza del Amor.
Siempre habíamos tenido la idea de que el paraíso, según nos lo han ensañado, sería muy aburrido, pero allí, era todo lo contrario. Estaba agradecido porque no existiera el tiempo; así podría disfrutar sin prisa. ¡Qué bueno era no depender del reloj!
Mi acompañante, de nuevo me dio la mano y paseamos por el placer de hacerlo, sintiendo la mullida hierba bajo los pies, llenos los ojos del esplendor de aquel maravilloso jardín ricamente adornado de colores y fragancias; consciente de nuestro contacto, pero la sensación que embargaba mi ser, no era igual que la esperada si, en mi mundo, hubiera hecho lo mismo con semejante belleza; no, las sensaciones eran mucho más intensas y vibrantes, pero sin connotaciones sexuales. También era una nueva experiencia que disfruté a fondo.
Nos detuvimos junto a un río y contemplamos el correr del agua.
- ¿Sabes por qué estás aquí? – Me dijo inesperadamente.- ¿Te lo has preguntado?
- Sí, claro, varias veces, pero no he encontrado la razón; si tú me das una respuesta, te lo agradeceré mucho.
- Por eso estoy contigo, para que comprendas algunas cosas.
Nos sentamos a la orilla y empezó a decirme: -“Todos nosotros hemos sido como tú, es decir, hemos vivido en tu mundo durante muchas generaciones, que nos han servido para aprender y evolucionar, hasta alcanzar un nivel de pureza que nos permita estar en la misma frecuencia que el Amor. Tu debes volver a tu vida anterior, para que puedas ayudar a otros en su camino. No recordarás nada de lo que has visto aquí, sólo te quedarán las sensaciones que ya conoces, esas no te abandonarán; igual que las lecciones que has aprendido en la práctica, porque, donde tu estás, son teoría que muchos creen imposible de llevar a cabo, como el Amor, la Belleza, el Arte y la Naturaleza.
Todo éste conocimiento, te impulsará a respetar la vida y cuanto os rodea; sabrás dar Amor más puro y desinteresado, desecharás la tristeza y la violencia, divulgando éstas lecciones para que tus semejantes aprendan de tu experiencia y cambien para crecer. ¿Sabes? Tú también recomendarás a otros que den el mismo paseo que te sugirió el padre de tu amigo. El también nos visitó cuando era joven, como tú.
Según vayas avanzando en tu vida, más te acercarás al Fin del Camino y recuperarás los recuerdos, poco a poco, de lo que has visto aquí, pero te parecerán sueños hermosos, hasta que un día comprendas que no lo son.
Te esperaremos para recibirte con nuestro Amor.



Me levanté de la piedra en la que me había sentado y decidí regresar. Se estaba haciendo de noche y no quería encontrarme en el bosque; así que aceleré el paso hasta que a lo lejos, distinguí la ciudad.
Estaba sorprendido de mi resistencia, ya no me sentía agotado; el tiempo que estuve sentado en la piedra, parece que me adormilé y me sirvió para recuperar las fuerzas del todo. Contento y respirando el aire fresco y perfumado, bajé hasta mi casa pensando en que el padre de Marcos, tenía razón, me sentía mucho mejor.







Fin
Datos del Cuento
  • Autor: M.J.Romero
  • Código: 9588
  • Fecha: 17-06-2004
  • Categoría: Metáforas
  • Media: 5.72
  • Votos: 67
  • Envios: 3
  • Lecturas: 3695
  • Valoración:
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