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Categoría: Metáforas

EL DESEO

Había una vez una princesa sumamente fea. Pasaba las noches en vela, llorando sin cesar frente al espejo, renegando de su desdichado rostro.
La noticia de su fealdad se extendió como la pólvora por todos los reinos del país y ningún príncipe apuesto solicitaba su mano, puesto que ninguno quería contraer matrimonio con una princesa tan fea. Sin embargo, nunca nadie había visto su rostro. Sus doncellas eran las únicas personas que trataban directamente con ella a cara descubierta y, este elevado privilegio, lo habían pagado con la vista. Eran ciegas. Sus ojos habían sido quemados al entrar al servicio de Su Majestad para asegurarse de que el secreto de su fealdad estaba completamente a salvo.
Una noche más, llorando frente al espejo, la princesa repudiaba su propia imagen. Era cierto, era muy fea. Se concentró con todas sus fuerzas y deseó con vehemencia ser la mujer más bella de todo el país.
De pronto, un destello sacudió el espejo.
-Buenas noches –dijo una dulce vocecilla.
-¿Quién osa entrar en mis aposentos sin permiso alguno? –dijo la princesa con arrogancia mientras cubría rápidamente su sonrojado y feo rostro.
-Soy la princesa del Reino de los Deseos y vengo a concederte tu más anhelado deseo –respondió una pequeña hada risueña posada en el espejo de mano de la princesa.
Y la princesa, a caballo entre la sorpresa y la desconfianza ante aquel súbito acontecimiento, respondió:
-¿De veras puedes ofrecerme cuanto te pida por dificultoso que resulte?
-Ciertamente –respondió la hada-, prueba y verás.
Nada pierdo por probar –dijo la princesa para sus adentros. Y con voz arrogante y en tono solemne solicitó su deseo.
-Deseo tener el rostro más bello de todo el país. Deseo que tenga la delicadeza del más frágil de los cristales. Deseo que mi corazón esté tan orgulloso de él que, lo que mi rostro padezca, lo padezca también mi corazón, pues de este modo, ante tal belleza, nunca cabría en él pena alguna –dijo la princesa emocionada.
-De acuerdo, te concedo tu deseo. Podrás lucir el rostro más bello de todo el país. Con él seducirás al más bello de los compañeros y romperás mil y un corazones. Pero debo hacerte una advertencia: voy a darte esta sortija, –y mientras la hada decía estas palabras, una cromática mariposa apareció de la nada y posándose en el dedo anular de la princesa, se convirtió en una hermosa sortija de oro-. Deberás llevarla siempre contigo, -prosiguió la hada-, si algún día, por cualquier motivo, te desprendes de ella, tu deseo se volverá en tu contra.
Y con estas palabras, la princesa del Reino de los Deseos se desvaneció en la noche.
-¡Qué dichosa soy! –exclamó la princesa contemplando su nuevo rostro en el espejo-, de ahora en adelante ya no ocultaré mi rostro nunca más. Y orgulloso de su rostro, su corazón palpitaba de regocijo.
No esperó al día siguiente. Aquella misma noche, la princesa decidió que convocaría un gran baile para celebrar su júbilo y poder al fin, desposarse con un hermoso príncipe. Despertó a todas sus doncellas y aunque fueron despertadas en plena oscuridad, era la oscuridad la que inundaba sus ojos. Aún bostezando, las doncellas iniciaron los preparativos por encargo expreso de la princesa. A la luz imperceptible de la luna, una de las doncellas tallaba hermosas flores para decorar el salón que albergaría a los invitados. Otra de las doncellas fue enviada a despertar a los escribanos quienes, en plena noche y a luz de las velas, se encargaron de redactar las invitaciones para los príncipes del país que gozaran a un mismo tiempo de la gracia de la naturaleza y de la soltería. Fueron en total once invitaciones impecables, escritas en papel de China y timbradas con el sello de la corte sobre lacre bermellón. En poco más de una hora, los escribanos habían concluido su encargo. Acto seguido, la doncella recogió las invitaciones y las llevó a los establos de la corte donde los mensajeros, montados ya sobre sus caballos, esperaban el encargo. Al cabo de unos días, después de recorrer cientos de kilómetros, todos los jinetes llegaron a su destino y fueron recibidos con gran cortesía. La respuesta no se hizo esperar. Los príncipes aceptaron la invitación de buen grado con la intención de saciar su curiosidad respecto a la dudosa belleza de la princesa. ¿Sería tan fea como se decía?. E iniciaron los preparativos del viaje con gran prontitud ya que la curiosidad es atrevida e impaciente.
Otra de las ordenanzas de la princesa fue la confección del vestido más extraordinario que se pudiera crear. Para su elaboración se contó con más de una docena de costureras que se afanaban día y noche para concluir su encargo en el plazo previsto. Las sedas más suaves, los encajes más selectos fueron diseñados para la ocasión. Incluso se había rescatado la diadema de diamantes y esmeraldas que la princesa hizo desterrar al cofre de los tesoros hacía ya muchos años.
Mandó decorar el salón de una forma exquisita, ordenó preparar los manjares más refinados, hizo limpiar los establos donde albergaría los caballos de los príncipes, dispuso habitaciones donde alojar a cada príncipe con su séquito. Cada cosa había sido ultimada con todo lujo de detalles.
La noche anterior al baile la princesa estaba realmente emocionada. No podía dormir, no quería dormir, deseaba que todo estuviera perfecto. Daba vueltas y vueltas por la habitación sin querer llegar a parte alguna. De vez en cuando, se sentaba en su diván a la luz de una vela, contemplaba su rostro en el espejo de mano y sonreía satisfecha mientras su corazón palpitaba de satisfacción. Entonces, se levantaba otra vez e inquieta paseaba de nuevo por la habitación pensando en cada ínfimo detalle. Al amanecer, aún sin poder dormir, la princesa advirtió el rumor de unos caballos. Durante toda la mañana fueron llegando los príncipes, y los pajes de la princesa, con sus relucientes trajes, acogieron en el establo los caballos mientras que las doncellas se encargaban de acomodar a cada príncipe en su correspondiente habitación.
La princesa desayunó poco ya que su estómago estaba ya lleno por los nervios. Se hizo preparar un baño con leche de burra pues, según contaban, embellecía la piel y reconfortaba el ánimo. Después, mandó a sus doncellas que la perfumaran con unos aromas exóticos provinentes de tierras desconocidas. Más tarde, sus doncellas trenzaban sus largos cabellos y por último, le pusieron el vestido encargado para tan sublime ocasión.
Al caer el sol, todo estaba ya dispuesto. Los asistentes esperaban ansiosos en el gran salón de palacio, al que no faltaba lujo alguno: grandes ventanales con marcos de oro; alfombras multicolores traídas de los países más exóticos; sillas talladas en mármol con cojines de seda bermeja e incrustaciones de rubí; enormes macetas de cristal que albergaban hermosas flores cuyo sensual perfume embriagaba toda la estancia.
Formando pequeños grupos, los invitados miraban de reojo a diestro y siniestro cuchicheando sin cesar. De pronto, el resonar de las trompetas anunció la entrada de la princesa que, por un lateral de la sala, avanzaba lenta y solemnemente hacia su trono. Todos los presentes enmudecieron y atónitos, no acertaban a dar crédito a una belleza que no tenía par. La princesa irradiaba tal hermosura que hasta los dorados ventanales relucían con más fuerza e incluso las flores, bellas como eran, se redimían a bajar con timidez sus pétalos a modo de reverencia. La princesa, engarzada en un vestido de seda gris con volantes de encaje negro y coronada con una diadema de diamantes y esmeraldas, cruzó con lentitud por la alfombra que conducía hacia su trono. Una vez llegada a su asiento, dio una cordial bienvenida a los presentes e inauguró el baile. Con premura, todos los príncipes invitados se postraron de rodillas ante la princesa para suplicarle un baile y, poco a poco, todos eran complacidos.
Después de una docena de bailes, la princesa, agotada, solicitó un breve descanso. Una de sus doncellas se ofreció a lavarle y perfumarle la frente, el cuello y las manos y la princesa, extasiada, accedió. De pronto, cuando la doncella humedeció las manos de la princesa, la dorada sortija se deslizó por el dedo de la princesa y cayó al suelo. Inmediatamente, ante la admiración de todos los presentes, el hermoso rostro de la princesa empezó a cristalizarse: gozaba ahora de la delicadeza del más frágil de los cristales y, con tan solo su propio aliento, el rostro de la princesa se rompió en mil pedazos.
De pronto se oyó un crujido. Era el corazón de la princesa que había sido condenado a padecer las dichas y las desdichas de su rostro.
Y sin que fuera advertida por nadie, una cromática mariposa salió sigilosamente por uno de los ventanales del salón.


Ante todo, deseo la paz en el mundo. Mi ferviente deseo: sembrar, en lugar de bombas, cuentos, esas pequeñas florecillas que tanto ensanchan el vasto jardín de la literatura universal. Gracias y NO A LA GUERRA
Datos del Cuento
  • Autor: marga
  • Código: 1906
  • Fecha: 02-04-2003
  • Categoría: Metáforas
  • Media: 5.98
  • Votos: 51
  • Envios: 8
  • Lecturas: 6078
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
Arrasando Analfabetos
invitado-Arrasando Analfabetos 02-04-2003 00:00:00

Has creado un magnifico cuento, tendría poco que cuestionar. Pero mi comentario lo enfoco al final de la narración, me dió tristeza, porque tiene un final desagrqadable y no deja ningun mensaje y si compasión por la muchacha. Por lo demás es muy bueno. Arrasando.

Juan Andueza G.
invitado-Juan Andueza G. 02-04-2003 00:00:00

Yo me sumo a la felicitación a la autora. Demuestra originalidad, buen lenguaje y hace un relato entretenido.

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