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Dos pobres y una mili.

Rondaban por aquel tiempo los dieciocho o diecinueve años, los hermanos Vino Templao, cuando una buena mañana de otoño, se personó el señor alguacil del ayuntamiento en la finca familiar, con una nota para entregarla con acuse de recibo.
- ¿Vive aquí Juan Vino Templao?
- Si es para bien, si, si es para mal ...
- Mire señora, esto es una cosa muy seria.
- ¿Cuál de los dos, Juan o Juanito?
- Señora, usted me está tomando el pelo, o ¿es que no reconoce el uniforme municipal?
- ¡Líbreme Dios de parir otras veinte veces, si le quiero tomar el pelo!, sepa usted, que la pregunta no es guasa, sino todo lo contrario.
- Pues, explíqueme, para que me ría yo también.
Entonces, Antonia se puso algo seria y sonrojada antes de volver a tomar la palabra.
- Mire señor municipal...
- Alguacil, si no le importa.
- ...perdóneme, diga usted que si. La verdad es que tengo dos hijos que se llaman así, uno Juan y el otro Juanito.
- Señora, ¿dónde trabaja su marido? creo que con usted no adelantamos nada. Esto que traigo, es muy, pero que muy serio, y no puedo dejarlo en manos de alguien que no esté en su completo sano juicio.
- Si no me cree, vaya usted a preguntarlo al señor cura. Yo en lo referente a mis hijos, nunca, pero que nunca miento, es algo muy, pero que muy serio. Mi marido trabaja en la granja de cerdos de Don Ramiro Tocino, supongo que sabe usted donde se encuentra, si tan alguacil es... mi querido y pobre esposo, se llama Lorenzo Vino y vaya usted con Dios y satisfecho con el disgusto que me ha quedado.
El alguacil, se llamaba Gervasio Peña-Seca, su figura y su semblante hacían honor a su nombre, serio como una estaca y, más duro y recio que el esparto. Dio media vuelta y se marchó sin despedirse.
Por la tarde, volvió Lorenzo con el llamamiento para alistarse y tallarse del muchacho.
Ya hacía tiempo que la Templao había dejado de procrear, y a excepción de los dos chavales, todos estaban, gracias a Dios, dados en adopción. Había engordado más de diez kilos, por tanto gozaba de una lozanía estupenda. Rejuvenecida más de diez años, por culpa de los Kilos, que le estiraron el pellejo, reflejo de la mala vida, la misma que parecía haber olvidado, borrando de su memoria los más de veinte años que pasó preñada y los más de siete mil doscientos litros de leche, que debió producir para amamantar a los críos, que a veces juntó dos de distintos partos a la teta.
Pero, surgió el dilema: “¿Quien de los dos Juanes mandamos a la mili?”
La Templao decía que al mayor, Juan, que era más fuerte y valiente. En cambio el Vino decía que Juanito, para que se hiciera un hombre hecho y derecho.
- Si no nos ponemos de acuerdo, iré al ayuntamiento a decir la verdad, y que hagan media mili cada uno.
- ¡Estás loca! entonces, registraran a Juanito, lo cambiaran de nombre y tendrán que hacer la mili entera los dos.
Por su parte Juan, no se oponía a ser él el adjudicatario del requerimiento, de esa forma eran tres contra uno, y todos contentos.
Por suerte le tocó en la capital de la provincia. Debido a la cercanía, Antonia decidió marchar para verlo jurar la bandera y no volvió más. Se enamoró de un sargento sesentón y viudo y se marchó a vivir con él. Tardaron en saber de ella. Lorenzo murió de pena a los tres años.

...quién te a visto y quién te ve.....
Datos del Cuento
  • Autor: FULGENCIO
  • Código: 7579
  • Fecha: 09-03-2004
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 5.32
  • Votos: 50
  • Envios: 0
  • Lecturas: 2850
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