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Don Ernesto - Primera Parte

Doña Julia caminaba apresurada, llamaba constantemente a su hijo Rafael, quien se quedaba parado a cada instante mirando las fachadas de las casas, le fascinaban. En la familia, todos apostaban a que su futuro estaba vinculado netamente con la arquitectura, y aunque él ya debía hacerlo, pues tenía 15 años y estaba por terminar la escuela, no solía preocuparse por su 'mañana'.

Doña Julia se aprestaba a girar a la derecha cuando llegara a la esquina del cruce de las avenidas Brasil y Río de Janeiro, y de repente un mendigo rozó con ella y movió su cartera; Doña Julia se quedó asustada y reaccionó inmediatamente...

- Oiga!!! Trata de robarme!!! Auxilio!!!
- No señora, no se preocupe, seré un mendigo, pero no un mal hombre. Disculpe este mal entendido, perdóneme por favor...
- Qué? Que lo perdone? (silencio) Está bien, no me gusta que la gente me ruegue.
- Gracias señora, se ve que tiene un gran corazón... No tendrá por allí algunas moneditas?
- No sea fresco, quiere? No!!! No tengo ninguna monedita –se tocó el cabello, su frente y su mejilla, tomó aire y gritó- Rafael!!! Rafael!!!
- Qué quieres mamá?
- Ya vamos, se nos hace tarde. Si no llegamos a la hora acordada donde tu tía Flor, se va a molestar...
- Ya mamá, ya voy... Ve avanzando, yo te alcanzo. Total, yo ya conozco el camino...
- Está bien, pero anda rápido...
- Qué pasa buen hombre? –preguntó Rafael al mendigo, mientras veía cómo su madre se alejaba-.
- Nada joven, no tendrá por allí algunas moneditas?
- Sí, claro... Espero que le sirvan... -decía, mientras dejaba en el sombrero del hombre algunas monedas de dos soles-.
- Muchas gracias... -ambos se miraron, cruzaron sus miradas y se hicieron uno, sentían que se conocían, no hablaban, sólo se miraban y sonreían-. No sé si sería mucha molestia, me gustaría que me haga un favor...
- Claro, cómo no? Desea más dinero, comida?
- Oh, no, con lo que usted me ha dado es suficiente... Pero tengo otra necesidad... Me gustaría que le haga llegar mis saludos a alguien muy especial para mí.
- Claro, usted dígame a quién.
- Quiero que haga llegar mis saludos a, a... a ‘Nadie’.
- Cómo?
- Sí, mándele saludos a ‘Nadie’.
- Se está burlando de mí?
- No, cómo cree joven? Pienso que la burla es una actitud que falta a la dignidad de la persona en sí. No me gusta faltarle el respeto a nadie. Déjeme explicarle por favor. Tengo una historia muy triste, demasiado larga, sin importancia ahora, que tengo una vida modesta, pobre, que era justo lo que quería... Sin embargo, ahora ‘Nadie’ me quiere, ‘Nadie’ se acuerda de mí, ‘Nadie’ me saluda, ‘Nadie’ me visita, ‘Nadie’ se preocupa por mí... ‘Nadie’ es alguien muy especial para mí... Si lo ve, mándele mis saludos y dígale que me gustaría verlo por aquí otra vez.

El señor no tenía aspecto de estar loco, hablaba muy bien, se expresaba perfectamente, y logró cautivar a Rafael, quien lo miraba fijamente a los ojos, sin apartarlos de allí. Lo miraba, se daba cuenta de que no podía mentir, no habría razón para que lo hiciera. El pobre tenía una mirada fija, directa, pura.

- Está bien. Hagamos un trato... Yo le haré ese favor, pero luego, seré yo quien lo quiera, quien se acuerde de usted, quien lo salude, quien lo visite, quien se preocupe por usted, le parece?
- Me encantaría que usted joven, hiciera eso por mí, pero dudo mucho que su madre lo deje.
- Oh, por ella no se preocupe. De eso me encargo yo, pero dígame, cómo se llama.
- (silencio) Ernesto... Ernesto Córdoba. Es raro, raro porque hace mucho no escucho ese nombre, y pensar que así me llamo. No escucho ese nombre desde casi diez años, no lo escucho de otros labios, ni de los míos. Apenas me acuerdo que así me llamo.
- Ernesto? Vaya, una coincidencia quizás, mi tío y un abuelo también se llaman así. Bueno, es un gusto conocerlo, don Ernesto. Como ya sabrá, mi nombre es Rafael –estrechó la mano del señor-. Ya me tengo que ir.
- Claro, sigue tu camino –dijo, entristecido. Por fin encontraba alguien que le dirija la palabra con cariño, y ya se iba- Sigue tu camino.
- Pero, por qué está triste? Ya le dije que lo vendré a visitar; todos los días, seremos grandes amigos. Siempre podré verlo aquí?
- Siempre hijo, siempre. Cuídate, te esperaré aquí.
- Claro, yo vendré. Mañana por la tarde nos veremos aquí mismo. Adiós, don Ernesto.
- Adiós, Rafael.

Andrés se fue corriendo, tomando la dirección que habría tomado su madre.

***

Los días transcurrieron, aproximadamente dos semanas; Rafael iba todas las tardes a ver a don Ernesto. Hablaban de todo y de nada al mismo tiempo, de cualquier cosa menos de sus vidas ni de sí mismos. “Que sí; que la política y el mundo se están hundiendo cada vez más; que nuestra sociedad se está derrumbando; que cada vez hay más desempleados, racistas y gente discriminada; que las drogas te consumen el cerebro y tus ganas de seguir adelante, que el fútbol peruano es pésimo, que la educación tiene un paupérrimo nivel, que la prostitución, que las noticias, que los suicidios”.

Se llegaron a querer bastante. Se apreciaban, se estimaban y admiraban. Ambos tenían grandes y amplios conocimientos; reían, siempre uno aprendía del otro y viceversa; ambos se complementaban.

Hasta que un día cualquiera, un día como otros, un día como hoy, entre risas y “gracias por enseñarme esto”, a Rafael se le ocurrió afrontar esa realidad... No bastaba con saber qué conocían, hacía falta saber quiénes eran...

- Quién es usted?
- Ernesto Córdoba, hijo –constantemente le llamaba hijo, le había tomado un cariño especial-. Ya lo sabes...
- Pues sí, pero Ernesto Córdoba es tan sólo su nombre. Quiero saber quién es usted, qué hace por la vida, o qué hacía. Dónde vive, y cosas así.
- (silencio) Soy Ernesto Córdoba, arqueólogo y escritor, desempleado, un hombre común... Tengo 85 años y una vida bastante sencilla.
- Usted es arqueólogo???
- Sí... No suele decirse ni publicarse en los libros, pero hay una publicación de un artículo mío en el diario “El Comercio” del 14 de junio – 1982. Además, y nos que me falte modestia, yo diseñé los planos para la reconstrucción del Acllahuasi en las ruinas de Pachacamac, cuando Julio C. Tello terminaba de la zona. Eso fue más o menos en el 1939, yo tenía entre 21 y 22 años.
- Eso es asombroso. Trabajó con Julio C. Tello, y diseñó los pla... Pero nunca recibió nada del gobierno, ninguna condecoración, y qué fue del dinero que le pagaban... No era buena la paga de esa profesión?
- Yo me metí en esa profesión por amor y pasión al tema. No me importaba la paga, tenía le dinero de mis padres, y el sueldo de un arqueólogo varía mucho, aunque no es malo. En fin, sobre los reconocimientos hubieron algunos, y sobre las condecoraciones, tuve muchas, pero no me importaban. Tuve una vida muy modesta, alejado de los medios de comunicación y de la fama, viajé por todo el mundo en busca de mejoras para mi vida, pero no las hallé. Aprendí que le dinero lo compra todo menos el amor y la felicidad... Con dinero tienes placeres y mujeres, pero al demonio con los placeres y las mujeres, si no tienes amor ni alguien que te aprecie por lo que eres y no por lo que tienes.
- Viajó por todo el mundo?
- Claro... Pregunta por cualquier lugar que quieras... Dime un país, el que se te venga a la mente.
- Francia
- Viajé a Francia en 1953, fui secretario general en el Consejo Peruano-Francés.
- Vaya, su vida es bastante asombrosa. Y qué hay de Suiza?
- Suiza... Hacía bastante frío. Recuerdo que en un año hubieron tres concursos de Literatura Poética. Yo representé al Perú en las tres ocasiones, ganando en dos de ellas.
- Y España?
- Por supuesto, cómo perderme la oportunidad de conocer la tierra que dio conquistadores para someter la nuestra.
- Impresionante... Cuba?
- 1965, tierra de todos y de nadie. Llegué justo cuando se constituyó el Partido Comunista de Cuba, lo recuerdo bien; fue el primero de octubre. Hubo un alboroto, y ay... no te imaginas...
- Lo envidio.
- No envidies a nadie si no lo conoces bien... Apenas has visto una parte de mi vida, pues la desértica se esconde de ti. Si bien tuve una hermosa estadía en muchas partes del mundo, tuve también una vida triste y miserable.
- No lo creo.
- Pues cree, que bienaventurados son los que creen sin ver ni escuchar, no seas como Tomás.
- Lo escucho.
- Tenía yo una pareja, éramos muy felices, por lo menos eso parecía. No nos habíamos casado, ya teníamos una hija de 4 años. Decidimos casarnos, vivimos juntos durante 7 años. Mi cuñada vivía en Estados Unidos y mi hijita era bastante inteligente y ganó beca para estudiar en la Búfalo, allá en USA. Decidimos mandarla. Quedamos solos Elvira y yo... Mi mujer era adicta a los casinos, a las apuestas, un día que no era su día, apostó la casa, y la perdimos. Vivimos a la intemperie, conseguimos un terrenito, construimos ahí cualquier cosa menos una casa, todo a base de esteras y material noble. El dinero que yo tenía estaba guardado, no quería que se desparrame con las apuestas de mi señora. Ella se resintió por ello, y decidió abandonarme, pues decía que quería una mejor vida y no la hallaría a mi lado. A los pocos días de nuestra separación, recibí una carta, donde mi cuñada Elena me decía que mi hijita había sido secuestrada por unos pandilleros de la zona. Nunca más supe nada de mi hija Julia. Todo se me había derrumbado.
- Pero por qué no usó el dinero que guardaba para comprarse una nueva casa, o para alquilarse un departamento, por qué no se esmeró en tener una vida mejor...
- Yo no sufría por el dinero hijo... Yo sufría por las pérdidas que mi alma tenía, no por la falta de una casa bien adornada. Después de algunos meses hubo una invasión a la zona donde yo vivía, y no valía la pena luchar por esa mezcolanza de esteras, cartón y quincha mal hecha.
- Se rindió?
- Cómo crees hijo? Siempre tuve presente que no debes rendirte jamás. Conseguí algunos soles por esa cosa. Con esos soles me las arreglé bien.
- Y ahora dónde vive?
- No lo sé. Aquí supongo. Pero me siento bien así. Me gusta la vida sencilla y modesta que llevo. Sin halagos a mis obras, ni cosas así.
- No le gusta la fama?
- Para nada. Si hay algo que destruye al hombre aparte de él mismo, es la fama y el dinero. Nunca me dejé destruir por mí mismo, y no iba a dejar que la fama lo hiciera.
- Pero...
- No hijo. Yo sé lo que hago y digo... Y no me arrepiento. Jamás te arrepientas de lo que has hecho por una buena causa, sólo arrepiéntete de haberte arrepentido de lo que has hecho por esa buena causa.
- Qué?
- Lo vas a entender, yo lo sé. Todo tiene un momento y un lugar. Pero ya es tarde, y debes irte.
- No!!! No me quiero ir. Sólo quiero estar a tu lado, aprender de ti, escucharte.
- Hijo, anda a tu casa, mañana hablaremos.
- Está bien.
- Pero mañana hablaremos de ti, ya no de mi. Adiós.

Mientras Rafael se alejaba, bajo la luz de los faroles, don Ernesto escribía algo, estaba satisfecho consigo mismo...

***

(ver Don Ernesto - Segunda Parte)
Datos del Cuento
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 5.06
  • Votos: 53
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Comentarios


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2 comentarios. Página 1 de 1
ana libaque
invitado-ana libaque 24-07-2003 00:00:00

excellente muy bien. Me gusto mucho sobre todo por que toda la trama es interesante. Muy bien!!!!!!

Ivonne
invitado-Ivonne 18-07-2003 00:00:00

Alejandrito?? Pucha que me quede con la boca abierta al saber lo bien que escribes...felicidades primo. Cuidate y sigue asi. Te quiere Tu prima Ivona

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