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David Yisrael

HEIFERMAN & ISRAEL

Mi bisabuelo, Mordechai Zicherman era un comerciante con una gran visión al igual que la de su hijo Abraham Hayim Zicherman, ya en el siglo pasado se ocupaba de hacer lo mismo que hoy hago yo, su especialidad era la recolección de la llamada See Grais, dicho en español, paja del mar, esta era una fibra que crecía en la montaña y que luego de cierto tratamiento era amarrada luego de prensada y usada como relleno de colchones y de muebles. Para la distribución de su producto, mi abuelo contaba con un equipo de vendedores, era tal la confianza que les tenía que aún siendo ellos no judíos, cuando a veces tenían que pernoctar por asunto de negocios en su pueblo, en Transilvania, lo hacían en su casa. Además de vendedores, eran verdaderos amigos de mi abuelo.
En el año de 1.929 vine al mundo, fuimos en total 4 hermanos, una hembra y tres varones, uno de mis hermanos falleció el mismo día de su brith-milá. Fui el primer biznieto de mi bisabuelo materno Mordechai, su mayor ambición en la vida, sin querer se la ayude a alcanzar, deseaba a como diera lugar convertirse en bisabuelo y conmigo lo logró. Mamá había nacido en Siguet y mi padre al igual que nosotros, en Jasina una ciudad fronteriza entre Checoslovaquia y Polonia, a los nacidos en esta región los suelen llamar Galitzianos.
Cuando apenas tenía 14 años mi padre quedó huérfano de padre, tuvo que luchar muy duro para mantener a mi abuela, a siete hermanas y a tres hermanos. El con los avatares de la vida aprendió a convertir la jornada de trabajo a 96 horas a la semana, comenzaba a trabajar a las 3 de la mañana. Pocos hombres he conocido con su temperamento, su resistencia y su aguante, si lo debo describir era un gran hombre, un hermano y un padre excepcional.
Un día de 1.934, era Slijot, antes de la festividad de Rosh Hashana, era un día de esos inviernos crudos, papá tenía la costumbre de llevarnos con él a la Sinagoga, pero ese día hacía un frío descomunal, no quería despertarme, entre sueños vi a mi mamá defenderme ante mi padre para que me dejara dormir, le decía que yo era muy pequeño y que le daba mucha lástima mandarme tan temprano y con tal frío a la sinagoga, mi padre siempre lograba sus propósitos, decía que el que algo quería de la vida, algo tenía que dar, así que tuve que acompañar a mi padre a la sinagoga, como de costumbre, mamá no lo logró convencer, ganó papá.
Meses más tarde realizamos mi primer viaje fuera de nuestra ciudad, tenía seis años cuando fuimos a la ciudad de Ungvar a la boda de mi prima Shary, le llevamos de regalo una polvera de oro, mi papá le tenía un cariño muy especial, ella era una joven muy bella, recuerdo tres cosas que me dejaron impresionado, su belleza, la magnificencia de la enorme sinagoga con una capacidad de más de 600 personas, la de nuestro pueblo era de 60, y la altura de sus techos. Para mí, como niño, las palomas que habían a su alrededor le daban un aire de grandeza, de espiritualidad.
Mi padre era políglota, su facilidad de palabras era prodigiosa, entre otros, hablaba Ruten, dialecto ruso, su apariencia era la de un hombre atractivo, muy alto, maduro y autodidacta, en el pueblo lo apreciaban tanto que lo nombraron Rosh- ha- Kahal, o lo que es lo mismo, primero fue presidente de la comunidad y luego por su don de gente llegó a diputado por la región en un pueblo de escasas 300 familias judías y de más de 14.000 habitantes, era muy querido y respetado.
Heiferman & Israel, así se llamaba el aserradero que tenía mi padre con su cuñado y mi tío, eran poseedores de bosques y tenían licencia de explotación de maderas, luego trabajaban las maderas y las vendían como tablones o listones, esto lo ayudó a fortalecer su economía y a pensar en mudarse a una casa más grande.
La casa más grande de la ciudad pertenecía a un judío muy conocido, la había puesto en venta, luego de hablar con mi padre cierran el trato por un precio determinado, paga el monto convenido como arras y estipulan un plazo de 90 días para la entrega y la cancelación del saldo final. Vi a mis padres disfrutar su compra, por días se ocuparon de la futura distribución y decoración de los cuartos, entre los tres hermanos nos disputábamos la asignación de las habitaciones, era el evento más divertido de los que habíamos vivido. Nuestra ilusión era tal, que al agente vendedor se le despertó la envidia y convenció al dueño para que anulara la venta, que unilateralmente subiera el precio, que según él, el precio pactado, era muy por debajo de su valor actual, se sentía seguro de que mi padre le pagaría cualquier nuevo precio que le establecieran.
En casa eso fue todo un alboroto, no estábamos acostumbrados a faltar a la palabra y no sabíamos que hacer, si perder la casa o demandar al vendedor. De cualquier manera, dijo mi padre, para poner la demanda debo de ir a la ciudad de Just, donde están asentados los documentos y los tribunales y en el camino en la ciudad de Seilish reside mi amigo el rabino de Sepinka, lo consultare y seguiré sus consejos. Para el rabino, mi padre era por así decir, como un miembro más de su familia, al llegar se hospedó en su casa. Le contó la historia de la compra de la casa y el subsiguiente embaucamiento, el rabino le dijo a mi padre que hiciera un cálculo de los gastos en que iba a incurrir al presentar la demanda, las estampillas fiscales, los honorarios profesionales, los viáticos, que calculara el costo de los días que tendría que ocuparse del asunto y que con la suma total fuera a una joyería, le comprara una prenda a mi madre y se la regalara, que se olvidara de demandas, ahí vino lo increíble, le profetizó que el dueño de la casa lo volvería a llamar antes de Janucá y que se la vendería por un precio inferior al pactado. Cargado de fe regresó mi padre con su regalo a Jasina, nos contó lo que le había sucedido y la verdad fue que al poco tiempo compramos la casa por un precio menor.
Mi padre fue un hombre justo y generoso, cuando algún judío se le acercaba en busca de ayuda siempre estaba dispuesto. Recuerdo que anotaba en una libreta que mantenía en su bolsillo, las ayudas que hacía y cuando a veces le devolvían algún préstamo simplemente tachaba el nombre y la cantidad y a mi pregunta de qué pasaba con los que no estaban tachados, si es que no iban a pagar, no te preocupes me dijo, éstos los paga Dios.
Mis sueños de muchacho eran de ser médico o industrial, la forma de atender mi padre a los necesitados, su manera de trabajar, su capacidad, su don de mando, sentaron en mi, ideales sueños y esperanzas, hoy veo que me realicé, mi bisabuelo con sus colchones y mi padre con su industria fueron mi ejemplo a seguir. Jugábamos a las metras con nueces, el football era nuestro pasatiempo preferido.
En mi casa trabajaba por años una mujer no judía, que con el tiempo nos hablaba en idish, era tal su interés en nosotros y nuestras costumbres que nos exigía dijéramos la Shema todas las noches, ella era muy querida, se llamaba Ana, la última vez que la vi fue cuando tuvimos que alojar a los militares en nuestra casa y mi padre tomó la decisión de que mi madre se mudara a otro pueblo con mis abuelos. Ahora recuerdo que en nuestra ciudad había una festividad en el mes de diciembre en que los habitantes se disfrazaban de diablos, se vestían de negro y hacían todo tipo de marranadas, era en esas oportunidades cuando el pueblo asomaba su antagonismo a los judíos.
En Checoslovaquia los judíos tenían fuerza, mi papá tenía muchas influencias con el gobierno y esto fue determinante en momentos de solicitar ayuda para algún caso comunitario, algunas viudas venían a pedir la intervención de mi padre en la liberación de alguno de sus hijos, siempre conseguían su apoyo. Mi madre era graduada de bachiller, mujer sumamente preparada era la compañía ideal para mi padre, tomaba su papel con toda responsabilidad, los viernes preparaba y mandaba comida a gente necesitada, ella venía de una familia pequeña apenas eran cuatro hermanos, sabía compartir su amor, sus bienes y su calor humano y se sentía a gusto atendiendo a mi padre y a sus asuntos.
Viena finales del 1.938 se celebra un pacto entre Hitler y el dictador húngaro Horty, presionaron al primer ministro de Inglaterra, Chamberlain la entrega a los húngaros de la zona fronteriza de nuestra ciudad Jasina, la que era llamada Carpato-Rusia. En el año de 1.918 dejó de ser Imperio Austro-Húngaro, lo reclamaron los Checoslovacos luego de la Primera Guerra Mundial, y ahora en el 1.938 Hitler en su afán de poder, da una demostración de su fuerza y deja al descubierto la falta de coraje de Chamberlain al doblegarlo haciéndole otorgar estas tierras a los húngaros. El maniático, ya deja sentir su megalomanía.
Ese año sucedieron cosas increíbles, estoy estudiando en el cuarto grado de primaria y por razones políticas los primeros tres meses las clases las recibimos en checoslovaco, los siguientes tres meses fue en ruso-ucraino con el sistema alfabético cirilo y los últimos meses del año 38 comenzamos con el idioma húngaro, así pasamos hasta el año de 1.940. Los alemanes con la ayuda de los húngaros emiten un decreto de que todo judío que no pruebe con sus respectivos documentos legales haber nacido en Hungría, será expulsado hacia Ucrania. Empiezan las deportaciones por miles, en los pueblos se comienza a notar la falta de judíos, en los rezos cuesta conseguir miniam, (mínimo de diez hombres para poder rezar en una sinagoga). Luego de expulsados, en Ucrania eran masacrados y enterrados en fosas comunes.
Para los otros judíos con sus respectivos papeles les van dificultando las cosas poco a poco, primero decretan que para poder seguir manteniendo cualquier empresa o negocio, deben de incluir un socio no judío y que éste tenga por lo menos un 50 % de las acciones, esto no tenía otra razón sino el de obligar, ya no solo a vender, sino a regalar la mitad de la empresa, porque el plazo se avecinaba y si no era cumplido a tiempo se perdería todo. Esta idea maquiavélica, le garantizaba al Estado la continuidad futura de las industrias, ya que en sus planes como vimos luego, estaba el eliminar a los judíos y dejarlas en manos de los nuevos copropietarios.
Paso seguido forman el Munka-Szolgálot, servicio de trabajos forzados para judíos, los llevaban al frente de batalla a trabajos forzados, casi como esclavos. Ante este panorama mi padre nos envió a mi madre, a mi hermana y a mi a un pequeño pueblo llamado Livada-Sarkoz era cerca de Satmar en donde vivían mis abuelos maternos. Mientras tanto en nuestra casa en Jasina por ser tan grande nos obligaron a hospedar a cinco oficiales húngaros, otra experiencia muy desagradable.
En el año de 1.941 me llevan a Debrecen a un internado judío, estoy estudiando el 7º grado, al poco tiempo mi padre vino a ver el pensum académico, cuando se enteró que no se ocupaban de enseñar guemará, contrató aparte de la enseñanza judaica del colegio, la de la guemará dada por el yerno del rabino de la sinagoga principal y así comenzó mi interés por ella, gracias a la dedicación de este buen hombre y al deseo de mi padre.
En el año de 1.943 mi papá compra un edificio que estaba a la venta en Satmar y regreso con él, entro al colegio judío Polgari con más de 600 alumnos de los cuales luego de la guerra sólo sobrevivimos cinco. Permanecimos juntos hasta el mes de mayo de 1.944. Recuerdo que en mi casa hablaba idish con mi padre y húngaro con mi madre porque según ella era un idioma más usado por la intelectualidad.
Mi hermano Johny había nacido en el año 1.922 y en este año, ya le tocaba ir como a mi tío a trabajos forzados. Para evitarlo, mi padre ve como solución comprar unos documentos de identidad como si el fuera ario, pues mi hermano hablaba un perfecto alemán, y lo manda a Budapest, pasan escasos meses cuando alguien se da cuenta, lo denuncia como portador de documentos falsificados a la gestapo húngara y lo detiene el departamento de contraespionaje. Lo encierran en la cárcel de mayor custodia y lo torturan para determinar si pertenecía a alguna célula terrorista y para obligarlo a decir quien le había falsificado sus documentos, mi hermano se abstuvo de hablar para no perjudicar a mi padre. Apenas mi padre se entera, va a Budapest en busca de ayuda para mi hermano, se entrevista con los mejores abogados de la ciudad, les ofrece pagar con todo su dinero y sus haberes, los abogados rechazaban el caso, ellos sabían como funcionaba esa cárcel, no se atrevían a defender públicamente a un judío, uno de ellos le dijo a mi padre que de esa cárcel tal vez saldría con vida si era inocente pero de ser encontrado culpable, no tendría oportunidad alguna.
Mi padre se responsabilizaba por el sufrimiento de mi hermano y estuvo tentado a entregarse a cambio de su libertad, pero con los nazis no había ningún tipo de negociaciones, de haberse entregado los hubieran matado a los dos. No veía posibilidades, estaba amargado, solo, desconsolado, pero se quedó a esperar los acontecimientos. Luego de varias semanas de prisión, trasladan a mi hermano de un ala de torturas para otra peor, caminando a rastras, a duras penas, con el cuerpo maltratado por los golpes y con los efectos de las torturas, ya, casi sin fuerzas, levanta la vista y reconoce en el pasillo, entre un edificio y otro, a un militar alemán, haciendo uso de todas sus fuerzas, le grita: soy el nieto de Abraham Hayim Zicherman, el militar se le acercó y lo instó a que dijera su nombre y le preguntó de qué pueblo era.
Mi hermano en medio de su dolor y su poca fuerza, reconoció a este hombre, quince años atrás este militar, no tenía uniforme, era un civil, recordó haberlo visto en la casa del abuelo, era uno de sus agentes vendedores, lo representaba con su producto, su See-Grais. Mi abuelo nos enseñó que ser un buen hombre siempre da frutos, él era un hombre justo, este militar nazi era en ese momento el director de la sala de torturas. A sabiendas que los nazis eran inflexibles, que el ejemplo que debía de dar para sus subalternos sería la mejor lección para ese día, sin tomar en cuenta el riesgo, existiendo la posibilidad de truncar su carrera militar por ayudar a un judío en el momento y en el sitio menos indicado y cuando la muerte de los judíos alcanzaba a millones y nadie se inmutaba, con todo y eso, no dudó ni un segundo, en corresponder a la deuda de amistad que para con mi abuelo tenía, esa vieja amistad no le permitió hacer lo que por costumbre hacía, matar, todo lo contrario, ordenó lo pusieran inmediatamente en libertad. Abogados con experiencia, influencias y con conocimientos no pudieron lograr lo que a través del See Grais hizo la amistad. Fue el único judío que logró salir de esa cárcel, torturado, pero vivo.
Volvió mi padre con mi hermano a Satmar, a mi hermano lo escondíamos durante el día y lo traíamos a la casa en las noches, el miedo persistía, la gente compraba licencias para ir lo más tarde posible a trabajos forzados o sea buscaban licencias a largo plazo, mi padre hizo todo lo contrario, compró una licencia para que a Johny, lo llamaran inmediatamente a trabajos forzados en el campo de Bayamare. Papá supo de un general de la vieja guardia que estaba a cargo de ese campo en Transilvania y que les daba a los judíos un trato humano, este hombre mantuvo a más de 10.000 jóvenes judíos hasta que la guerra lo obligo a defender sus líneas y tuvo que mandarlos al frente. Mi hermano era un políglota avezado, por su dominio de los idiomas los húngaros lo llevaron al frente de batalla para ayudar a sus comandantes, esto influyó en que fuera liberado seis meses antes que nosotros. Al ir dominando los rusos a los húngaros, lo liberaron y pasó a ser traductor de los rusos, él hablaba ruso perfectamente y en la medida en que los rusos iban avanzando en tierra húngara, se acercaban más y más a nuestra ciudad, por esto fue uno de los primeros cinco judíos en llegar a Satmar, recuperó nuestra casa y nos esperó.
En las estaciones de ferrocarriles en toda Europa habían unas pizarra gigantescas, al liberarse cualquier judío, anotaba en una línea, su nombre, el de sus padres la ciudad donde vivía y el sitio en que había sido liberado. Las estaciones se comunicaban vía telegráfica, y automáticamente al anotarse en alguna estación, pasaban la información y ésta quedaba anotada en todas las demás.
El año de 1.944 llevan a mi papá y a mi hermano a trabajos forzados, yo tengo 14 años y como si fuera una repetición a la historia de mi padre me tengo que encargar de mis hermanos, de mi madre, mis primos y mis abuelos, fue una responsabilidad que me permitió ver y vivir en carne propia lo sufrido por él, con la diferencia de que yo tenía mejor posición económica que él en su época, hay muchas formas por las cuales un padre se hace querer, pero vivir su propia experiencia me hizo apreciarlo en una dimensión diferente.
Nos llevaban al gueto siguiendo un orden, habían zonificado la ciudad y rastreaban en las calles, en las casas y con fechas determinadas de antemano, todo estaba calculado, sincronizado, Los militares húngaros nos dijeron que en la mudanza que se nos avecinaba, nos era permitido llevar nuestras cosas, que preparáramos las maletas y que éstas nos serían entregadas al llegar a nuestro destino. Fueron muchas las horas que pasamos escogiendo todas las cosas de valor, las materiales y las sentimentales, a la vez empaquetamos por órdenes de mamá, compotas por si nos hacían falta, luego a nosotros nos tocó esperar una semana hasta que llegó nuestro turno, vimos como montaban nuestras maletas en unos camiones y después a nosotros en otros.
Estaba montado en uno de los camiones tratando de acomodar nuestras maletas cuando vi a un gendarme húngaro jalar por los pelos a mi madre, ella tenía una cola de caballo hermosísima y este bastardo sin respeto alguno la maltrató, el dolor que sentí en ese momento, no me lo he podido sacar, siento un rencor hacia esa gente, que perdurara hasta el final de mis días. A mi padre lo mandaron a un campo a trabajos forzados, luego a mi hermano lo mandaron al frente y mi padre regresó con nosotros. Seis semanas las pasamos en el gueto y luego nos llegó el turno para nuestro viaje en tren.
Fuimos llevados a la estación del tren, era un espectáculo deprimente, mis recuerdos de niño, no se parecían en nada a lo que estábamos viviendo, antes siempre era una fiesta, viajar, recibir o despedir a un familiar o amigo, se sentía uno muy a gusto de ir a la estación, era un momento de disfrute, ahora no, éramos un grupo muy grande de personas, sin conocimiento de lo que se nos avecinaba, se podía sentir a nuestro alrededor el temor, la desconfianza. Unos a otros nos mirábamos y de alguna manera tratábamos de consolarnos, ver a una madre con un bebé en brazos descompuso mi temple, sentí la falta de mi hermano Johny, su apoyo me hubiera dado la fuerza que necesitaba, pero no estaba, miré a mi madre y su reflejo no denotaba su miedo interno, en ese momento fue poseedora de experiencia y de calma.
A la llegada del tren nos hacen subir, a mi hermanita, mis abuelos, mis tíos, mis primos y a mi padres, qué vergüenza sentí al ver los vagones, estos no eran de pasajeros, eran para carga de animales, eran paredes de madera, sin sillas ni sillones, tenían una pequeña ventana para que los animales pudieran respirar, pero ésta estaba protegida por rejas de alambres de púas, para que nadie se pudiera escapar. Al cerrar las puertas, todo se oscureció, he hablado de miedo, algunas veces pensé haberlo sentido en mi niñez, pero no, jamás mis músculos vibraron de temor como ese día, al pensar y ver que a mi madre la habían encerrado, imploré por la vida de los míos, recordé a mi querido hermano y lloré.
El viaje aunque solo duró dos días con sus noches fue interminable, no había forma de descansar, el espacio era muy reducido, la falta de luz influía en el miedo y lo crecía, cambiar de posición era casi imposible, éramos demasiados, por las incomodidades, comenzamos a figurarnos lo que nos iba a suceder, teníamos miedo, al pasar las horas sentimos sed y luego hambre, veíamos pasar una tras otra las estaciones y el tren no se detenía, la ilusión de que en la próxima estación pararíamos para tomar algo de agua, comer o hacer nuestras necesidades se desvanecía, la gente pedía socorro, no encontrábamos respuesta alguna, no puedo pensar que alguno de los guardias que nos escotaban, era humano, saber con sed y con hambre a un niño, a una madre o a un anciano y no importarle, no puede ser de humanos.
Durante la travesía miraba a través del espacio entre los alambres de púa y veía los campos, los sembradíos, los animales, el espectáculo de afuera no tenía nada que ver con el de adentro, soñaba despierto, pedía por mis padres, por mis hermanos y por toda mi familia, me daba fuerzas, buscaba animo en la mirada de mi padre o de mi madre, acariciaba la larga cabellera de mi hermanita Eva, no paraba de pensar en Johny y en su suerte. Los minutos eran interminables, no hay nada peor que emprender un viaje sin conocer el rumbo, el destino o como mínimo la duración del mismo, era desesperante, pero seguí viendo el panorama, veía gente a lo lejos, de repente en una subida muy pronunciada el tren reduce casi al mínimo su velocidad, logro ver a un agricultor que estaba relativamente muy cerca de la vía del tren, quizás a tres o cuatro metros, lo vi fijamente y en un momento levantó su mano derecha, imitando con ella un cuchillo, atravesó su pulgar en el cuello, me insinuaba con esa señal lo que nos sucedería, los polacos con ese simple gesto me demostraron que si sabían lo que nos iban a hacer, sabían de nuestro fin y lo más increíble, demostraban sin recato, su placer y complacencia.
Luego de dos días de viaje sin comer ni beber, llegamos a una estación y por fin el tren se detuvo, me asomé y pude ver más de 1.000 vagones y muchos trenes, habían muchos soldados alemanes, usaban uniformes verdes y otros negros eran soldados de la S.S. y de la gestapo. Abrieron las puertas, logro ver a muchos hombres en pijamas con rayas verticales blancas y negras, era el uniforme de los prisioneros del campo de concentración. En los altavoces ordenan a los médicos bajarse primero que a los demás, (Mengele por ser médico, tuvo cierto cuidado con ellos, no los mataba como a los demás, en el campo eran seres privilegiados).
El escalón del tren era sumamente alto, estos vagones eran para transportar animales y ni siquiera se molestaron en poner las rampas, había que ayudar a las mujeres, a los ancianos y a los niños para que pudieran bajar. Por fin bajamos toda la familia, en ese preciso momento un joven alto y fuerte se desmaya dentro del vagón, los días sin comer ni beber, estaban cobrando su efecto, su familia lo jala, logran bajarlo, le dan aire, le quitan el sweter y la camisa que lleva puesta para que respire mejor, lo zarandean un poco y por fin se despierta y se incorpora medio desnudo, comienza a dar unos pasos pero aún mareado zigzaguea al caminar. En ese momento dos guardias nazis se le acercan, además de su uniforme usaban unos bastones de madera con una empuñadura grande de metal, como arma, la cabeza de un gallo de gran tamaño era la figura que tenían en la empuñadura, ambos le dieron golpes por la espalda en la cabeza a este joven, su cabeza comenzó a sangrar copiosamente, con una velocidad increíble, se dio vuelta, agarró los dos bastones a la vez y desarmó a ambos guardias, en fracciones de segundo le cayeron encima más de diez guardias de la S.S. y lo mataron sin mediar palabras, los judíos a su alrededor comenzaron a gritar Shemá Israel...y por primera vez en la vida, me desmayé.
Mi padre, hombre precavido tenía en el bolsillo un frasquito de amoníaco con lo que me revivió, yo estaba sumamente alterado me tuvo que dar un par de cachetadas que en su momento me calmaron y a la larga me ayudaron porque el color rojizo de la cara daba la impresión de tener buena salud. Mi desmayo pasó desapercibido ya que los nazis se estaban ocupando del otro joven. Fue así como mi padre me salvó la vida por primera vez.
Cuando salimos del gueto, era primavera, mi madre nos obligó a que nos vistiéramos muy bien, decía que talvez lo que teníamos puesto sería lo único con que contaríamos en caso de necesidad y por eso me vistió con dos camisas y tres sweteres, parecía además de gordo, robusto y aparentaba más edad de la que tenía, en ese momento, aún no cumplía los quince años. Apenas bajamos, nos mandan a dividirnos en dos filas, los hombres en una y las mujeres a la otra, fue tan rápido el movimiento, que no me pude despedir de mi madre Goldy, de mi hermanita, de mi tía ni de mi abuela, en eso, mi pequeña hermanita Eva, con apenas once añitos, se salió de la fila de las mujeres y vino corriendo a la nuestra, recuerdo que nos dijo que no se había despedido de nosotros, nos abrazó con mucha ternura, nos besó y en cuanto uno de los llamados canadienses se dio cuenta le gritó en idish, regresa, regresa, y Eva toda compungida sin dejar de mirar hacia atrás se alejó, le hizo caso, fue la última vez que la vi, la recuerdo con su cabellera larga, su dulzura, sus bellos ojos claros y su amor por nosotros, que Dios la tenga en su Gloria, jamás las volví a ver.
Un comando de judíos también presos, eran llamados los canadienses, se encargaban de poner orden, de manejar nuestras pertenencias; las maletas y demás, estos eran usados para prevenir contagiarse con los judíos que venían enfermos y con plagas. Cuando empezaron a bajar nuestras maletas, mi padre se acercó a una de ellas, se dio cuenta que algo estaba pasando, uno de los comandos canadienses le gritó, deja esa maleta, al mirarlo mi padre, hombre alto y fuerte, este cambió el tono de su voz y le dijo que no se preocupara por la maleta, que luego se la entregarían. ¿Qué pasa? le conminó mi padre a la vez que lo tenía agarrado por un brazo, el canadiense trató de zafársele, pero no pudo, le dijo, no puedo hablar si lo hago me matan, si no, te rompo el brazo le amenazó mi padre, mirando a mi padre le dijo en idish, tú eres más joven y refiriéndose a mí, tu eres mayor.
Regresamos a la fila de los hombres a toda velocidad, mi padre me dijo que de preguntárseme la edad, dijera que tenía diez y ocho y no catorce, a mi tíos les dijo que dijeran ser más joven de lo que eran, que se quitaran por lo menos doce años, uno de mis tíos le contestó que no, que el no había mentido nunca y ahora a su edad no iba a comenzar a hacerlo. Ménguele con sus guantes blancos, se encargaba de la selección personalmente, en ese momento el decidía quién viviría unos días más o a quién le tocaba morir inmediatamente. A mi padre primero que yo en la fila le preguntó, ¿que edad?, papá tenía 52 años, dijo tener 38, ¿qué hace? operador de madera, yo dije tener 18 años y tener el mismo oficio, en ese momento el exceso de ropa que mi madre nos obligo a poner, me ayudó a dar la impresión de poseer un cuerpo mayor y acepto mi falsa edad, por segunda vez en un mismo día mi padre salvó mi vida, ambos fuimos enviados a la misma fila, al tío que no quiso mentir, lo quemaron el mismo día. Los condenados por Ménguele eran enviados a las duchas de gas y luego a los crematorios.
A mi padre, a mi tío Mendel y a mi, nos enviaron junto con los otros a unas duchas, en donde sólo nos permitieron quedarnos con dos cosas, el cinturón y los zapatos, luego nos dieron la pijama de rayas. Con mi padre y mi tío solo estuve dos días, nos separaron en dos grupos, los menores de 18 años a un bloque y los demás a otros, papá y tío Mendel estaban juntos, a la primera semana los sacaron y los mandaron a campos de trabajos, a Ebensee en Austria.
En el campo solo habíamos hombres, a las mujeres las tenían en campos de mujeres tales como F.K.L., el nuestro, se llamaba AUSCHWITZ - BIRKENAU. En esos meses en el campo estuvimos en cuarentena, había una epidemia de tifus y escarlatina, los muertos no se podían ni contar. A las cinco de la mañana en pleno invierno teníamos que levantarnos para trabajar, nos daban de desayuno, agua negra, supuestamente café, a las 10 a.m. el almuerzo, algo parecido a una sopa y la 1 p.m. de cenar, recibíamos un pedazo de pan para ocho personas y agua sucia. Recuerdo que más de una vez mi único deseo era ser el dueño absoluto de todo un pan, soñaba con echárselo completo a mi sopa, las esperanzas, la ambición y el futuro no tenían cabida.
Dentro del campo hacíamos las más diversas tareas, en una de ellas debía traer pedazos enteros de grama para ser replantada en el jardín de uno de los oficiales, entre campo y campo existía una cerca que no permitía que nos pasáramos de uno al otro lado, lo único que hacíamos era gritar el nombre del pueblo o de la ciudad en que vivíamos, ese día grité, Jasina, y recibí contestación de uno de los morochos Wiesel, también de mi ciudad, se alegró de verme y me prometió que al otro día me lanzaría un paquete. Por el solo hecho de ser morochos, estos recibían por órdenes de Ménguele un trato especial, su alimentación era completa, los trataba como a conejillos de indias, los usaba para sus experimentos de genética, decía que para poder recuperar a la cantidad de alemanes que murieran durante la guerra en el menor tiempo posible, lo ideal sería conseguir una fórmula que garantizara la reproducción por partida doble, de la supuesta raza superior aria y una de esas fórmulas eran reproducir a su antojo morochos, dominar la técnica de partos múltiples era su sueño.
Al igual que en Jasina, esa noche la paso soñando, sólo de pensar en el paquete que recibiría, era algo desconocido en el campo, ese tipo de sueños hacía tiempo que habían muerto y ahora los disfruté de nuevo, me imaginaba qué podría ser, suponía un pedazo de pan, quizás una carta y fotos de sus padres, alguna ropa interior que le sobraba, de repente caí en que podría ser un recuerdo para su familia en caso que yo sobreviviera. La noche no avanzaba, mis nervios no me dejaban dormir tranquilo, al fin amanece, jamás había deseado tanto que amaneciera como esa noche, el morocho cumplió su palabra al cruzarnos cerca de las rejas, me lanzó un paquete del tamaño de dos cajetillas de cigarrillos, lo escondí bajo mi pijama y me fui a un sitio oculto para abrir el regalo, ¿oh Dios!, ni el Empire State, valdría en ese momento en el campo lo que Wiesel me regaló, azúcar en piedra y una tijerita. Por el azúcar recibí a cambio pan y la tijerita, salvó a muchas vidas.
Ménguele solía venir algunas noches de improviso, de repente se encendían las luces, nos despertaban, nos hacían bajar de las literas y al ver a gentes con barbas blancas, señal de vejez, los sentenciaba a muerte, los mandaba a la cámara de gas. Con mi tijerita todas las noches me ocupaba de afeitarles las canas a los mayores, y este truco funcionó para muchos.
Muchas cosas increíbles pasamos, vivimos, vimos o supimos en Auschwitz, un día por un castigo recibido, maldije al Dios de los alemanes, mi sorpresa fue que un señor se me acercó y me prohibió volverlo a hacer, me dijo, hijo, no maldigas a mi Dios, le pregunté si él era judío y con un deje de duda dijo, no, me contó su historia, estaba a punto de graduarse de médico, cuando decretaron la prohibición a los judíos de seguir estudios en las universidades, en la mía dijo el hombre, habían 15 judíos esperando su diploma al igual que nosotros, luego de varias consultas a Berlín de si los graduaban o no, decidieron dejarnos a sus compañeros tomar esa decisión. Se abrió un debate, unos decían no ser justo graduar a judíos como médicos, otros argumentaban con su saña antijudía, yo me levanté y les dije que estos compañeros habían estudiado desde pequeños con nosotros, tenían los mismos derechos y en época de guerra todo médico era útil y necesario. Puesto a votación se aprobó casi por unanimidad, no graduarlos.
Tres semanas después de la graduación estando jugando tenis en un club privado irrumpieron dos guardias de la SS y me llevaron preso, uno de mis colegas molesto por mi defensa a los judíos, mandó a la gestapo averiguara mi árbol genealógico y descubrieron con enorme sorpresa para mi, que una tatarabuela mía era judía, por lo tanto para ellos yo también lo era. Eramos varios escuchando su historia, se detuvo y nos juró que de salvarse del campo de Auschwitz, se haría judío.
Una mañana, se detiene un Jeep y bajan 4 hombres vestidos de blanco, eran SS ¿Quién habla alemán?, en ese momento pienso que desde el cielo intervino mi abuela, muchos levantamos la mano, tú, tú, tú y tú, en total 4 personas y yo soy una de esas, nos llevan a un bloque en donde hay un galpón muy grande, era la enfermería, cuando llegamos nos hacen esperar, anotan nuestros nombres, al que me estaba interrogando le caí bien y en húngaro me dijo, en la próxima oficina te van a preguntar si has sufrido enfermedades, tales como; tifus, escarlatina u otras, diles que sí que ya las pasaste. Efectivamente este consejo ayudó a mi escogencia, sólo quedamos tres y nos nombraron STUBEN DIENST, ayudantes de enfermeros, nos dieron un emblema que teníamos siempre puesto y de la noche a la mañana me sentí rico, en la tarde se contaba la cantidad de enfermos, doscientos ochenta, estas eran las porciones que nos daban a repartir, pero a la mañana siguiente siempre nos sobraban más de diez porciones, era la cantidad de personas que habían muerto durante la noche.
Un verano me toca un señor por la espalda y me dice: muchacho, tu sabes, yo soy el gran Rabino de la ciudad de Weitz Vajc de Hungría, he construido una Sucá, (cabaña donde se realiza una de las pascuas judaicas) y quiero que saques dos panes enteros, me los prestes para hacer el Kidush, (la bendición del vino) y te los traigo de vuelta. ¿Cómo va a hacer una Sucá aquí en el campo?, es un secreto que no te puedo decir, es sumamente arriesgado y si se enteran , te puede costar la vida, no puedo tomar ese riesgo contigo. Le dije que era un riesgo que sí quería tomar, que estaba consciente del peligro, pero que de no llevarme con él, no le daría los panes, viendo mi firmeza decidió aceptar y fuimos juntos a la Sucá.
Para entender cómo pudo este rabino construir una Sucá dentro del campo de concentración sin ser visto por los alemanes, debo decirles, que en los últimos días de los alemanes en Polonia para poder dar mayor cabida a nuevos presos en el mismo espacio disponible, sacaron las camas literas de tres pisos, de los dormitorios del campo de concentración, y las pusieron afuera en el patio, luego hacían pasar a un grupo de judíos, los mandaban a sentarse en una fila a todo lo largo de la barraca y al completarse ésta, inmediatamente pasaban a otros para que se sentaran pegados formando otra fila paralela y así en las barracas con capacidad de 300 lograron meter a dos mil o más personas. Sentados debían dormir, pegados de espalda los unos con los otros.
El gran Rabino H. Meissls, se coló en el amasijo de literas que había en el patio, rompió varias camas y con los laterales pudo construir una perfecta Suca, para mí, la más Kasher, desde los tiempos bíblicos, bajo terror de vida, bajo temor de muerte. Tocó Shofar. En ese momento sentí que mi espíritu judaico retornaba, me llené de satisfacciones, pedí por los míos y viví el milagro. Veintisiete años después fui invitado a una charla de un rabino muy religioso que estaba de paso en casa de un amigo, comenzó a relatarnos detalles de la guerra, la posición de las comunidades europeas en cuanto a su desinterés por los sufrimientos y las pérdidas de judíos, de vidas humanas, nos contó como mataron a sus nueve hijos y a su esposa, nos relato como dentro del campo de concentración en Polonia, en la ciudad de AUSCHWITZ, en el campo de BIRKENAU, gracias a la ayuda de un joven judío pudo celebrar la fiesta de Sucot, con sus rezos y con el toque del Shofar. Terminando de decir esto, me levanté, le bese la mano y le dije que yo había sido el joven que lo acompañó, nos abrazamos comenzamos a llorar y por mucho tiempo después hasta que murió nos escribíamos.
Ménguele, sabía de nuestras fiestas judías, planeó periódicamente las liquidaciones, en cada una de ellas, cuando les llegaba el turno de ir a las supuestas duchas (cámaras de gas), lo único que estos mártires nos decían era; yo me llamo fulano de tal, por favor, nos pedían que informáramos a sus parientes, cuándo y cómo habían muerto, recuerdo a dos hermanos ya desnudos antes de entrar a las duchas, en un abrazo inmortal, salieron corriendo unidos hasta la cerca electrificada, no querían darle el gusto a Ménguele y así, murieron quemados, abrazados.
Algún padre por salvar la vida de un hijo, si tenía algún diente de oro o le quedaba algo de valor que había podido ocultar, sobornaba a alguno de los comandos para que sacara a su hijo del grupo enviado a la cámara de gas, este guardia, tenía una cantidad fija que debía de sacrificar creo, era de quinientos por vez, sacaba a uno y a cambio metía a otro. Finalmente un grupo de mujeres se arriesgan roban dinamita y se las dan a los muchachos judíos, quienes al momento de entrar al horno Nº 4 lo hacen explotar y nunca más funcionó. Se cobraron con las vidas de muchos jóvenes judíos, pero nunca fue con la misma cantidad que cremaban en ese horno.
Fui enviado a diferentes campos de trabajos forzados, cada dos meses me mandaban de uno a otro, el primer campo fue el de SACHSENHAUSEN, era en invierno, estuvimos dos días sin comidas, logré sobrevivir por alimentarme como los animales con la poca hierba que había debajo de la nieve, así después me llevaron como carpintero a otro llamado OHRDRUF, también fui llevado a campos de transito como BUCHEDNWALD, y a donde se fabricaban los aviones Stuca en el campo de NEUBRANDENBERG.
Cinco de mayo de 1.945, estamos en Ludwig Lust, campo de trabajos forzados al lado de Hamburgo, aparecen los americanos, vieron montañas de muertos, no lo podían creer, los americanos católicos se hacían la señal de la cruz. Sin querer ellos también fueron responsables de la muerte de muchísimos de los nuestros, la gran mayoría estábamos famélicos, con los pies hinchados por la desnutrición, a punto de morir. En su carrera a la victoria no se podían detener, nos dejaron todo tipo de alimentos y bebidas y al igual que aquellos náufragos que nadaron, nadaron y nadaron para salvarse y al final se ahogaron en la orilla, estos judíos que habiendo pasado por varios años calamidades en los campos, en el último de los momentos, cuando por fin fuimos liberados por los Americanos, por darnos demasiada comida y no la apropiada, murieron, cuando les tocaba comenzar a vivir. Era suero lo que nos deberían de dar y no comida, la carne y otros alimentos, se transformaron en el veneno más rápido y efectivo.
Suecia, Berlín, Satmar, Rumania, Rusia, llego a Bratislava (capital de Slovaquia), Presburg, hay muchas mujeres vestidas de blanco con Maguén David, convidando sopa, como y como, y luego pregunto que de dónde son, de la Join, eran cinco bellas muchachas que luego de alimentarme me dieron una tarjeta con un dirección de la U.I.S.R. en Bratislava. Es una ciudad montañosa y al llegar cerca de la dirección que me habían dado, en una rampa veo a 15 personas haciendo cola y al mirar hacia arriba en el balcón se asoman muchos hombres con su Talit (vestimenta usada en festividades judías), les pregunto ¿qué fecha es hoy? me contestan Shabat (sábado, día séptimo de la semana, día de rezos y de descanso), me preguntan que de dónde soy, les digo que de Satmar, que soy el hijo de Israel, del aserradero HEIFERMAN & ISRAEL, me dijo su nombre, lo reconocí inmediatamente como uno de los proveedores de sierras y de repuestos de mi padre, lo saludé desde abajo y lo último que le oí fue; tú papá vive, me desmayé.
Este señor me dio unas coronas y me fui en busca de los míos a Budapest. Una mañana paseando mi padre con mi tío Mendel en Budapest por una acera, ven a mi hermano caminando por la contraria, ambos le gritan Johny, Johny, no reconoció a mi padre, cuando se lo llevaron los húngaros, mi padre pesaba más de 120 kilos y en ese momento no llegaba a la mitad. Mi padre me contó que ya al final de la guerra en el campo de EBENSEE, una noche que casi ni podía caminar por el hambre, en sueños vio a una silueta trayéndole un plato con comida, se despertó, la comió y le dio una parte a mi tío, la silueta volvió con otro plato una segunda y otra tercera noche, mi padre creía era su abuelita que desde el cielo velaba por él, ya alimentado por tres noches consecutivas, se sentía más fuerte, se desveló esperando apareciese la sombra y al llegar ésta de nuevo, la agarro por un brazo, mi padre le preguntó que quién era, le dijo su nombre pero no lo pudo reconocer, le explico que era hijo del latero de Jasina, (recogían latas viejas y las vendían), que recordaba a mi padre el día de la boda de su hermana, que le agradecía su presencia y el regalo tan oportuno que dio en la fiesta, que los había ayudado mucho, y que jamás lo olvidaría. Este muchacho ayudaba en la limpieza, de la cocina de los oficiales y tenía acceso a las sobras, a la basura, a verdadera comida en un campo de concentración.
Mi padre me dio como orden a cumplir, el asistir a cada uno de los matrimonios de gente humilde al que se me invite, gracias a eso, el logró salvar su vida y la de mi tío, esta gente siempre es muy agradecida.
Esta es parte de mi historia, de la historia más triste del pueblo judío y del mundo contemporáneo, es en este instante de paz y tranquilidad que podemos y debemos compartir nuestras vivencias, que tenemos la obligación de transmitir y mantener siempre en vivo los recuerdos, para que generaciones futuras aprendan a defender y a defenderse, es este grano de arena mi aporte a la construcción del muro de las defensas de las minorías, más de cien familiares cercanos además de mi madre, de mi inocente hermanita y de mis tíos, perdí con los nazis, el recuerdo de mi madre con su ternura, la imagen de mi hermanita Eva y la memoria de cada uno de ellos no se pudo perder en vano, nosotros pasamos a formar parte de vuestras conciencias y ahora está en vuestras manos el cuido y respeto de su memoria.
Datos del Cuento
  • Categoría: Históricos
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