Pingüino está jugando solo en el mar, saltando y entrando en picado en el agua. Le encanta jugar solo, pero le gusta mucho más cuando lo hace con su amiga la foquita, que acaba de llegar y le pregunta si puede jugar con él. Por supuesto. Juegan a nadar, a perseguirse uno a otro, al escondite. Uno se esconde tras una piedra en el fondo del mar y el otro busca pistas. Menos mal que pingüino se esconde mal y siempre se le ve desde lejos la cabeza, el pico o el pie. Es turno de foquita. Se aleja como un rayo en busca de un escondite. Tras esas algas seguro que no me pilla. Pero pingüino sigue la estela, y después sólo tiene que seguir las burbujas, y allí está foquita. Pillada. Y una vez uno y otra vez otro se fueron alejando cada vez más de la orilla. 

Cuando se hizo de noche se pararon, miraron a su alrededor, y lloraron. Se habían perdido, no sabían dónde estaban ni cómo volver a casa. Desesperados iban a un lado y cuando estaban cansados iban para otro. Todo les parecía igual por un lado, lo mismo por el otro. Agua y más agua. Mar y más mar. 

Menos mal que a la foquita se le ocurrió mirar para arriba. ¿Sabéis que vieron? La luna, ¿y qué más? Las estrellas. Pingüino se empezaba a acordar que encima de su casa las estrellas formaban la figura de un oso. Al principio les costó descubrir el oso, porque se habían ido tan lejos que ahora estaba de lado. Pero lo descubrieron y siguieron el rumbo a casa guiados por las estrellas. 

En la orilla les esperaban sus padres, enfadados, pero más preocupados que enfadados porque ya era muy tarde y no aparecían. Llorando se abrazaron todos. Ahora todos duermen tranquilos y soñando con las estrellas.