Cuando el día comienza a entenebrecerse, para ir finalmente a su ocaso hasta que la refulgencia del febo haga comenzar un nuevo día, allí es cuando se gestan las aprensiones que lo martirizan noche a noche.
No se vestigia un final para sus tormentos. Pasaron ya muchas lunas sobre sus hombros desde aquel momento. Ella se fue y ese monstruo llegó. El crepúsculo es su némesis, su pasaje al nirvana del cual no podrá descender hasta llegado el alba.
Durante el día intenta vivir una vida que sólo es el reflejo de lo que fue su verdadera vida. Es sabedor de que todo es un preludio de lo que las sombras y la vigilia le depararán una vez que intente apoltronarse, buscando un eterno instante sin desasosiego ni reconcomio de ese monstruo que habita bajo su cama.
Alimentado de sus miedos, de sus recuerdos, de sus sueños; así es como ese mefisto logra fortalecerse para luego irrumpir en medio de las tinieblas que habitan en su solitario cuarto. Producto de su melancolía es ese ser que mantiene esclavo a sus olvidos, no dejando espacio para el júbilo, aunque más no sea durante un tris.
El óbito es el único resquicio posible para tanto tormento, excepto que intente desafiarlo, plantarle cara a ese endriago concebido por sí mismo, aunque ahora sea un fiel escudero de ella. Es difícil pero ya lo tiene decidido: tal vez no durante esta noche, tal vez no la próxima... pero ya llegara el instante en que ese monstruo dejara de ser tal, para convertirse sólo en una quimera.

Dedicado a todos los que aun no hemos enfrentado al monstruo que hay debajo de nuestras camas.