Grité lo más que pude mas no pude conseguir que me escuchara. Ella era hermosa y linda, habían escrito tanto de ella y tan poco de mí...casi nada.
La contemplaba, siempre maravillosa y radiante iluminando de noche este mar que me azotaba. Alegría inmensa hasta nacer el día que llorar me veía. Ella era una como millones y yo también, aunque todas ellas eran extraordinariamente maravillosas en el firmamento. Nosotros, aquí en la tierra, demasiado comunes y sencillos.
Quise, en verdad, quise alcanzarla. Le rogé al viento que me llevase donde ella, vano intento. Le pedí luego que me eleve al lugar más alto del mundo para observarla mejor. Entonces la observé en su majestuosa plenitud, una vez más supliqué al viento llevase mi declaración de amor a mi estrella, luz de mis ojos, quien me detiene en el tiempo haciendo de mi vida algo más que un fragmento de alguna composición mineral, dando vida a esta insignificante piedra que soy.
El viento se fue con mi mensaje y regresó diciéndome que la lumbrera de mi existencia no me verá jamás pues es como el fuego y la eternidad, magnífica y extraordinaria como miserable e insignificante es esta vida sin alma que tengo.
Ahora, el viento me lleva al espacio infinito mientras nada de mí queda. Tal vez, aunque sea una parte de mí, logre alcanzarla.
solo nos fijamos en nosotros,pero a nuestro alrededor hay seres vivos,yo creo que asta las piedras tienen una razon de ser...muy lindo tu cuento..