Era una semana muy ocupada. Tenía un exámen de Inglés, otro de Sociología y otro de Proyectos y Metodologías de la Investigación. Los últimos dos me parecían temas algo complicados y el estudiar para rendirlos ocupaba la mayor parte de mi tiempo. También tenía que ir al gimnasio, no menos de dos horas, tres veces a la semana.Y, por supuesto, no podía fallarle a mi mejor amiga, que quería que la acompañara a buscar en las vidrieras ESA campera de jean, la que le quedara perfecta y con un precio accesible.
Mi abuelo se sentía algo mal en esos tiempos, pero eso no era raro. Él tenía muchos problemas de salud y se la pasaba entrando y saliendo del hospital. Yo en esos momentos casi no iba a visitarlo, después de todo tenía cualquier otro momento para verlo, él no me necesitaba ahí...eso creía.
Yo soy muy dada a decir lo que siento, nunca tuve pelos en la lengua para decirle a alguien que lo quería. Pero ese día discutí con él (ya ni me acuerdo por qué). Él me dijo algo, pero en mi enojo me fui sin prestarle atención.
Ya sé que el final es obvio. No intento ser original, sino contar mi historia; algo que pasó hace tanto y sigue siendo lo único que me hace llorar al recordarlo.
Por supuesto, como se imaginarán, nunca supe que quiso decirme ese día. A la noche lo internaron en el hospital. Él desde antes de que yo naciera entraba y salía de hospitales.
Ese día no salió.
Desde entonces llevo un relicario con su foto. Es una especie de amuleto para mí, que me recuerda que no debo ser reencorosa ni dejar que el enojo nuble mi amor por las personas. Nunca voy a perdonarme no haberlo escuchado, no haberle prestado atención cuando él lo necesitaba.
No repitan mi error...por favor.