La oficina donde trabaja Marie está en la calle Ahumada. Frente a la oficina, en el mismo pasaje, hay un restaurante y ahí estaba yo el martes, tomando una cerveza. Tenía la esperanza de verla a la salida de su trabajo y efectivamente, dos minutos después de las 4 y media, ella estaba en la puerta. Ella es así, siempre puntual para salir del trabajo a pesar de tener un horario flexible. Me imagino que todas las mañanas, al llegar al trabajo, mira la hora y decide hasta qué hora va a trabajar, siempre en múltiplos de 15 minutos antes o después de la hora. Entonces, cuando llega el tiempo decidido en la mañana, mira el reloj, se arregla y sale, justo a las 4 y media (por ejemplo). Antes de abrir la puerta de vidrio, me vio, aunque no me miró ni miró en la dirección donde yo estaba; sé que me vio porque titubeó antes de salir con su abrigo café claro y todo el resto al tono. Estaba más hermosa que nunca pero pude leer en la expresión de su rostro que estaba pensando algo no muy bueno: "¿Cómo se le ocurre a este desgraciado espiarme así? ¿Cree que me va ganar en esa forma?" ¡No! ¡No quería ganarla en esa forma, pero quería verla y saber lo que hace! Orgullosa, sin mirarme una sola vez, se perdió detrás de una esquina.
David es el jefe de Marie. David es otro caso de curiosa precisión: Todos los días de trabajo graba un mensaje diciendo algo así como: "¡Hola! este es David y hoy es el 27 de marzo. Estoy en mi oficina hoy día, pero por el momento, lejos de mi escritorio; así que por favor y si le place, deje un mensaje y yo lo llamaré lo antes posible." Cuando está de vacaciones o cuando tiene que viajar, el mensaje lo dice; por lo tanto es fácil saber dónde está cada día, excepto que el miércoles no cambió el mensaje del día anterior, por lo menos hasta las 3 de la tarde que fue la última vez que llamé.
Premunido con esa información, fui de nuevo al mismo restaurante, a esperar a Marie; llegué a las 5, porque pensé que ella iba a salir a esa hora, pero en realidad tuve que esperar hasta las 5 y cuarto. Esta vez salió acompañada por David, pero se despidieron a la salida, después de conversar un poco; no una conversación animada, de amigos, sino una conversación de negocios; lo sé porque en ningún momento se rieron o sonrieron.
Esta vez ella no estaba tan arregladita, como el martes, aunque estaba vestida igual, pero había algo más aun, que la hacía verse mal, casi fea: quizás la expresión de su cara, o la postura de su cuerpo, sin esa posición erguida y orgullosa; la cabeza levemente agachada, los brazos daban la impresión de que le sobraban y las piernas levemente abiertas, como si algo allí aun le molestara.
Ahora sé que no tengo esperanza: Primero está el marido, más encima David. Ahora sé que mi vida no tiene significado. Adiós amigo mío.