La osamenta al lado de la gran avenida no perdió la expresión de sorpresa acaecida antes del deceso; Los transeúntes de la ciudad pasaban los primeros días de sustentada materialmente la muerte, alejados del cadáver por el olor nauseabundo despedido por este a los cuatro puntos del cielo: Multitudes tomarían por otro camino lateral evadiendo el desagrado aspecto al inicio de la descomposición mortuoria, los primeros días la piel peluda del organismo perdió el color blanco del cuero transfigurándose en un odre amarillo cuyas cerdas iban poco a poco esfumándose mientras enflaquecían las porciones expuestas hasta lucir como niños deshidratados y famélicos, pegada a la simiente el pellejo quiso apretujar un poco de vida aún en los dientes pelados de calavera, en las patas los cascos mostraban ganas de correr, contenidas, tal vez vivía una soledad extrema entre el bullicio de los automóviles y las cornetas, alguna palabra en grito de los obreros reunidos en la nueva construcción dejaba al mediodía un dejo de posible compañía ligeramente esperada, el aroma del tomillo y la cebolla alcanzaba a treinta metros con la textura de sopa las fosas nasales, pronto un local de comida rápida abriría junto a un semáforo de esquina los portones del estacionamiento, mas allá una licorería navegaba en cervezas, policías, bomberos, escritores, abogados, jueces, sacerdotes, médicos llegarían a pasar cerca de la osamenta sin darle la importancia merecida a tan substancial estatua de huesos.
La osamenta continuo allí a pesar de los diferentes eventos suscitados en plana mayor de la ciudad, descarnada, genuina muestra ósea con huecas orbitas parecía unirse con el tiempo en una mortal subsistencia, serían numerosos los actos increíbles próximos a la armazón, en época de elecciones por ejemplo volaban los panfletos invitando al pueblo a la celebración del mitin donde el primer candidato a la Presidencia de la Republica acotaría en una noche la manera de resolver los conflictos nacionales, todos verían como un hombre vestido con piel expuesta locuaz anunciaba las soluciones milagrosas de los conflictos políticos económicos de la modernidad, mientras estas acciones sucedían en barajas, los restos del mamífero eran testigos no de un paso de transeúnte en automóvil, no de la cojera muy humana de anónimo ser, sino del suceso definitivo de pugna vista al llamado por el sufragio de los electores quienes en hipnosis fusionada terminarían en cruentas listas bajo el sol donde imponentes acostados y inmóviles estaba el conjunto de huesos.
El otro espectáculo el cual cobro existencia cerca de los restos del mamífero fue la presentación en plena avenida de un grupo de cantantes llegados de un lugar extranjero y cuya música de moda prevaleciera entre los menores de veinte años en aquel tiempo, al igual la noche de la cofradía tuvo mucho entusiasmo, a tal punto nadie en absoluto menciono el olor podrido del pellejo lúgubre perpetuo al borde del asfalto, más bien todos miraban como los músicos con aparatos innovados, cubiertos por vestimentas extravagantes, mascaras grotescas, hacían gesticulaciones gratinadas en el humo de la droga, el sonido de las narices, en una danza extrema donde se dejarían ver los cuerpos casi desnudos de mujeres y hombres, homosexuales, prostitutas, pudo embeberse en sangre, tanto como el alcohol consumía las anatomías relajadas tiradas al amanecer en las calles; La osamenta profundamente quieta percibía en la muerte la multitud vandálica estirando los brazos hasta el universo queriendo tragar a sí misma sin encontrar sentido incluso en el prójimo; tal vez había pernoctado allí, abandonada por los hombres después del deceso, cubierta de cal, para entender el tránsito de la humanidad, pero ciertamente no lo sabía, solo meses transcurridos alrededor de su propia pestilencia pudieron cincelar el cotidiano devenir de los arboles, automóviles, animales, instituciones, seres humanos, próximos a su propia simiente, nadie tomaba en cuenta la nada.
El alto jerarca de la religión pudo reunir miles de feligreses una tarde cualquiera en la avenida de la osamenta, un movimiento inusual de autoridades desde magistrados y políticos, incluso un personal de seguridad castrense sumaría su avenencia a la protección del Líder eclesiástico, poco a poco fue agolpándose cercano al saco de huesos la muchedumbre, en la mente de cada persona estaba establecido como un milagro la visita del clérigo, este apareció envuelto en un traje de sotana amarilla develada en oro, sonriente ante quienes con afán pedían la bendición de Dios, sin embargo nadie tomo en cuenta los despojos, ni el gobierno central, ni el alcalde, de tal modo la carroña persistiría en el lugar glacial al discurso del predicador, la desnudes del cadáver, durante las alabanzas, observando la multitud estoica en la propia transparencia de fealdad mortal de la vestidura progresiva de las masas dejaba en ella interrogantes de esa eternidad en la marcha efímera de los péndulos. Nadie, ni inclusive el magno sacerdote dieron importancia social y psicológica al burdo esqueleto baldío a orillas de la gran avenida en la ciudad.
El día había amanecido gris, un obrero urbano rastrillaba los papeles viejos en un pajar de la plaza, este aún por disímiles instantes pudo fijar los ojos en la carroña al borde de la vía, fue un descubrimiento inusitado el rosario de costillas descarnadas y los dientes expuestos en la trompa al comparar el estado del cadáver con el tiempo y los grandes sucesos ocurridos en los últimos meses, actos políticos, musicales, místicos, cantidades de personas pasando a través de un camino repetido una y otra vez, y nadie tomo en cuenta a la atractiva figura del mamífero despedazado pudriéndose a la vera de la gran avenida; la cara del hombre famélica y demacrada pendía de unos ojos colosales tras la incredulidad, con altivez decidió enterar del hallazgo a sus jefes inmediatos quienes en ignorancia precedida explicaron no saber anteriormente nunca de tal revelación. De inmediato decidieron en conjunto dar parte al organismo gubernamental supuestamente comprometido. Esa tarde el sol cocinó aun más la osamenta descubierta junto al margen de la orgullosa vía moderna cuyos perímetros reflejaban importancia para la urbe; el siguiente día el alcalde ordeno una reunión de cabildo de emergencia para tratar tal asunto sumamente desquiciado por no haber requerido de inmediato la intervención de la alcaldía poniendo en riesgo la población ante una epidemia de consecuencias impredecibles y permitiendo a los medios de comunicación comer en plato lleno desaforados y sin restricción.
Ocho menos cuarto de otro día. El alcalde sentado al frente de la mesa de conferencias tenía cara de pocos amigos, las secretarias caminaban apuraditas apretando las piernas, corriendo como si fuese a desprenderse de la raíz de los muslos un secreto, la primera orden fue enviar un comunicado al ciudadano gobernador notificándole la veracidad de la noticia, otra esquela pedía disculpas al nuevo Presidente de la nación por desconocer en la alocución anterior las condiciones sanitarias del lugar donde forjo las promesas electorales, afortunadamente, pensó para sí, el pueblo no se dio o quiso darse cuenta de la podredumbre provenida de la carroña; comunicaciones para los medios de prensa, reprimendas, cartas las cuales a pesar de la tecnología tardaron un año en llegar al destino, contase luego de la participación al clero de los mil perdones solicitados, a las diez de la mañana salió una comisión de higiene a recoger los restos del mamífero.
La multitud logro reunirse junto al cadáver una vez participada a la población el hallazgo del levantamiento inmediato de los huesos, frente a ella con una mención honorifica el alcalde pedía indulgencia ante la dejadez macabra del personal a cargo por no recoger en el justo tiempo la carroña, no sin antes explicar las consecuencias epidemiológicas desencadenadas; aun así hubo aplausos en delirio poco común, y por sorpresa halló algunos los cuales protestaban por la armazón alegando el estado contaminado de esta y la insignificancia o escasa trascendencia de ahora llevar los restos a un entierro innecesario, la osamenta fue nombrada reliquia de la ciudad, pronto desencadenaría la epidemia más vasta y todos conmovidos por el estado infecto de la pestilencia estarían al tanto cuando con la noche se comenzaban a cubrir de huesos los puentes, las viviendas, los arboles, los caminos, el agua, el aire, consumiendo todo como si la ferocidad de la bestia abandonada a orillas de la metrópoli quisiese tomar venganza de la indolencia, así la urbe toda por una indiferencia contrastada de los incestos humanos elevados en un pináculo ficticio, moría esa noche de una epidemia cubierta en una extensa osamenta.