Un mensaje fue recibido desde las estrellas. A pesar de ser ciertamente indescifrable, se pusieron todos los recursos posibles al alcance de los mejores criptólogos del mundo, olvidando en gran medida los males endémicos de la Humanidad. Pero la tarea era titánica y muchos años después apenas se había avanzado en su desciframiento.
Así pues, se decidió enviar una nave automática en busca de la fuente del mensaje. Transcurridos mil siglos, el cohete regresó a la Tierra sin haber hallado ningún ser inteligente a lo largo de su dilatada singladura espacial. Sin embargo, el planeta azul se había convertido en un mundo muerto, sin el menor atisbo de vida.
La única actividad que se podía percibir era la desarrollada por un mecanismo automatizado, el cual, ante la presencia de la nave, primero brilló, luego emitió un zumbido sordo y, finalmente, tras unos instantes más de espera, se autodesconectó. El aterrizaje fue bastante problemático, allí abajo, en las ruinas terrestres.