Luciano Ramos lloró por primera vez cuando la gran luna llena de abril se soltaba de la línea del horizonte. Aquella noche en que la música golpeaba el aire quedamente y la melodía del amor sacrificado lo llenaba todo: los sueños de las jovencitas se adentraban lenta pero inexorablemente en el olvido. La misma noche en que los niños del mundo se ofrecían a la muerte vestidos de soldado, arrastrados por la marea del deber: se agostaban en las esquinas de las viejas ciudades de la tierra civilizada, se quedaban quietos para siempre, como viejos muñecos de trapo abandonados.
Luego vinieron los prodigios. Aquella lluvia de vino tinto calló ininterrumpidamente durante tres días y tres noches: ¡que inimitable espesura la de aquel caldo añejo! El hornero mayor coció un pan aquella madrugada que se mantiene tierno todavía, cien años después. Y para que se cumpliera lo que habían predicho las escrituras, el gallo cantó tres veces en medio de la noche. No hay duda, La Naturaleza es sabia. Para que nos enteráramos de que Luciano era el profeta verdadero rompió su esencia misma. Y se hizo juego de palabras extrañas; o poesía, que viene a ser lo mismo.