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Cincos Fuegos

Estaba tumbado en la cama leyendo una novela de misterio, a pesar que el reloj despertador indicaba más de media noche. Miguel notaba que le picaban los ojos desde hacía un buen rato, pero no quería apagar la luz de su habitación e intentar dormir hasta tener la certeza de que caería rendido en un profundo sueño. 
Pretendía evitar que su imaginación volara rozando las curvas de Anna, la nueva secretaria de la empresa donde él trabaja desde hacía un par de años. El motivo de su inquietud se debía a que la muchacha derrochaba simpatía hacia Miguel desde el mismo instante que fueron presentados y más de una vez la descubrió mirándole de reojo. El muchacho no se sentía especialmente atraído por su nueva compañera, pero aquel día no le quedó más remedio que preguntarle por cierto material de oficina que necesitaba. La chiquilla rebuscó sin éxito en los cajones de su mesa y en las mesas desocupadas de sus compañeras, que en aquel momento estaban ausentes de sus puestos de trabajo. Frustrada, la joven continuó la búsqueda en el armario de la fotocopiadora y al agacharse, Miguel pudo comprobar que Anna llevaba ropa interior que dejaba poco a la imaginación. Finalmente la muchacha le entregó todo lo que él le había pedido luciendo una sonrisa triunfal. Sin pensarlo dos veces, Miguel le propuso una cita, ya que no pudo resistir la tentación de conocer mejor a una chica tan adorable y resuelta. 
Le pudo más el cansancio que el sueño y no le quedó más remedio que dejar a un lado el libro y apagar la luz. Minutos después, todo apuntaba a que entraría en un sueño reparador. Cuando sin previo aviso, una presión sobresaltó al adormilado Miguel; como si alguien hubiera lanzado un objeto del tamaño de un puño entre sus piernas dejando tensas las sábanas. Al instante sintió otra presión cerca de la cadera izquierda. ¡Alguien está gateando sobre mi cuerpo! Pensó Miguel incapaz de reaccionar. 
Por la forma de actuar de aquel ser misterioso, procurando no tocar a Miguel, el muchacho no se sentía amenazado. Segundos más tarde la presencia reposó la cabeza delicadamente sobre el pecho de Miguel, que en aquel momento no sabía si no podía moverse o simplemente no se atrevía a hacerlo por temor a la reacción del extraño visitante de alcoba. 
Pasado un tiempo el ser se desvaneció sin dejar rastro. Con disimulo y sintiéndose ridículo, Miguel emitió un mal fingido bostezo, estiró las piernas y brazos para cerciorarse de que realmente estaba solo. Superada la prueba, procedió a abrir los ojos. Casi al instante se arrepintió. ¿Y si llega a haber algo monstruoso mirándome fijamente? Se preguntó a sí mismo. ¡Me cago las patas abajo! Se recriminó por su insensatez a pesar de que no había nadie ni nada extraño en la habitación. Debería estar muerto de miedo. Reflexionó tras comprobar que todo estaba en orden. En cambio lo que siento es…¿Paz? Concluyó tardando unos segundos en analizar la situación. Contagiado por la extraña sensación de bienestar, cerró los ojos y cayó en un profundo sueño. 

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