Recuerdo cuando sentados en el Café Florida de Valencia, Luigi me preguntó porqué no lo amaba, le había confesado que había estado con Siloé, segura de que no se lo diría a nadie más porqué sería reconocer ante sus amigos que el “negrito” del taller le había ganado la partida, este riquito ridículo y racista tenía la cabeza llena de excremento y yo lo conocía muy bien, claro que entiendo la curiosidad de él, y por eso le relaté todo, no me importó si sufría o no, solo quise que comprendiera lo que es ser mujer...
Bebíamos café, y Luigi me fastidiaba con su insistencia de vernos a solas en algún otro lugar, no podía entender mi negativa porque este tipo se cree una gran vaina
- Querido Luigi, ¿tu crees que ser hombre es pavonearse en ese carro último modelo, impregnado de Aramís, y con aliento a chiclets Adams? Lamentablemente eso es lo que tu piensas, crees que un cuerpo desnudo de mujer es para ser atacado con violencia, que nosotras debemos gemir de placer cuando toscamente tu nos aprietas un pecho, y que tu dedo hundido en nuestra delicada intimidad es sinónimo de penetración erótica placentera, voy a decirte porque lo preferí a él, todo comenzó así...
Mi cuerpo desnudo temblaba al salir de la bañera, y temblaba más de vergüenza que de frío, aunque en ese pequeño hotelucho de carretera no había calefacción, Siloé me esperaba en la cama, nervioso como un servatillo, no se si mentía o se comportaba así para darme seguridad, solo se que al verlo cubrirse púdicamente me sentí un poco más en libertad, se levantó tímidamente y se acercó a mi llevando entre sus manos la gran toalla que habíamos traído, yo tenía miedo, era mi primera entrega a este hombre, después de tantos años de amistad al fin y ayudada por un par de Güisquis me sentí alentada a aceptar su invitación a un sitio más intimo. Yo conduje, porque el estaba medio bebido, y elegí este hotel, lejano, intimo, en la carretera hacia el pueblo de Bejuma, porque sabía que difícilmente alguien conocido me vería, la cara de sorpresa de Siloé me alentó. Sentí que yo tenía el dominio del momento porque él nunca esperó que yo sería suya aunque tenía mucho tiempo detrás de mi.
Cubrió mi cuerpo con la toalla, pasándola suavemente por mi espalda mientras mis temblores le incitaron a recoger con la lengua algunas gotas rebeldes que amenazaban con anidarse entre mis pechos, mis pezones endurecidos por el frío y la vergüenza comenzaban a dolerme y Siloé como leyendo en mis hormonas comenzó a calentarlos con sus gruesos labios, mis manos buscaron su ensortijado cabello, era duro, corto y tosco al tacto, el color castaño de éste contrastaba con el color oscuro de su piel, y su cuerpo entero contrastaba contra mi piel sonrosada, era toda una sinfonía de colores que exaltaban las renacientes sensaciones hace ya tiempo adormitadas.
Siloé me levantó entre sus fornidos brazos, me depositó suavemente sobre la cama y por un momento contempló mi cuerpo que a estas alturas comenzaba a sentir un calor agradable, parecía que idolatraba mis formas, para nada había en su mirada rastro de lascivia, más bien todo parecía un concierto de miradas y complicidades silenciosas, se arrodilló ante mi y me besó suavemente mientras su mano fuerte y varonil recorría el largo de mis piernas, cerré mis ojos y un universo de luces multicolores estalló dentro de mi, sabía lo que venía y no podía contenerme, sin embargo Siloé se comportó como el perfecto caballero que yo imaginé... Luego de aquella noche el único cambio que yo noté en ese hombre fue un poco más de dedicación a mi, comprendió sin palabras que yo no lo amaba, que solo quise brindarle y brindarme un momento de placer, y que yo por ello no era una prostituta, solo soy una mujer, hoy día si hay algo que yo tengo que agradecer a este hombre, es su silencio protector frente a su grupo de amigos.
- Ese tipo es un marica – me dijo Luigi cuando terminé de hablar.
- Luigi, tu nunca, pero nunca comprenderás, - le dije - que ese hombre al que tu llamas afeminado, es el hombre que toda mujer delicada como yo añora en lo más profundo de sus sueños, porqué nosotras no somos trofeos, somos humanas, tan humanas como tu.
Le dije.
- Bebe tu café amiguito, y comprende de una vez por todas que la miel no se hizo para la boca del burro...
Fue la última vez que lo vi.
Te leo con alegría Y haces me sienta feliz, Pues dices lo que querías Sin caer en torpe desliz. ("Soy erótica, Luigi”, de Aracelis Pocaterra)