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POR LA RUTA DEL SOL

Los árboles sollozaban bajo los impetuosos vientos que azotaban aquel remoto lugar de las selvas amazónicas muy cerca de donde la línea ecuatorial marca el “O’. En el destartalado hospital, aquel aventurero sabía que iba a morir, el doctor le había dicho que si no conseguían el antídoto para la mordida de la Mamba Negra, sus posibilidades de vida eran nulas. Aquella hermosa doctora de pelo negro ensortijado y ojos orientales le obsequiaba la confianza que necesitaba.

-Doctora, conozco estos parajes como las palmas de mis manos; es casi imposible conseguir el antídoto de mi salvación a tiempo; percibo la inminencia de la muerte, en tal sentido siento la necesidad de confesarle un pesar que he soportado a través de toda la vida antes de morir, quiero contarle que he pasado mucho tiempo buscando a una mujer, pero para que usted lo comprenda mejor debo contarle, si las fuerzas me lo permiten, una aventura de la que jamás hablé con nadie.
siento la necesidad de confesar todo este pesar que he soportado a través de toda la vida.
La doctora, sorprendida, abrio sus grandes ojosAdelante, amigo mío, soy toda oídos, contestó la doctora obsequiosamente.

-Desde pequeño como hasta ahora he sido un amante exaltado de las aventuras. Era un chiquillo, tenía cinco compañeros que siempre me secundaban: Harry, Gary, Javier, Carlos, y la única hembra, Bárbara. Estábamos fascinados con el recorrido del sol, nos levantábamos temprano y nos reuníamos en el parque del pueblo para observar aquella claridad extraña y misteriosa que siempre aparece antes de que el gran astro hiciera su majestuosa aparición cada mañana; igualmente, nos íbamos todas las tardes al rompeolas para, desde allí, al sonido rompiente de las olas, observar como se desgranaba el cielo en nubes amarillo-sepia y mamey brillante, así como esos rayos perpendiculares anaranjados que se deslizan en el firmamento al albor de su ocultamiento. Es maravilloso, doctora, esa belleza aun me deja perplejo.

--No gozábamos de los conocimientos sobre los movimientos de rotación y traslación de la tierra, por lo que creíamos que sencillamente, el Astro Rey, como si fuera una travesura diaria, se escondía todas las noches en el occidente, para aparecer cada mañana en el Oriente. Así fue que se desarrolló en nosotros esa gran curiosidad: ¿Dónde se esconde?, ¿podríamos encontrar su escondite? Su escondrijo no podía estar muy lejos, pensábamos, y decidimos localizarlo. Salíamos todas las tardes y caminábamos millas tras millas, y siempre lo mismo, mientras más caminábamos más se alejaba. Regresábamos agotados.

Mientras oía, la doctora le tomaba el pulso con una mano y con la otra le limpiaba el sudor producido por la fiebre.

--Un sábado, día libre de clases, salimos desde la mañana para alcanzar el mayor kilometraje posible, fue así como nos alejamos a una distancia considerable de nuestras casas. Recuerdo que la carretera terminó en la última aldea que superamos. Entonces seguimos caminando por el bosque y las trochas que hacían los campesinos. Después de cruzar un segundo arroyuelo nos encontramos de frente con una cadena de montañas aparentemente inaccesibles, que ablandó un poco nuestros ánimos. La falta de esperanza se estaba adueñando de nosotros, menoscabando nuestros entusiasmos y bríos iniciales.
-¿No me digas que se iban a rendir? preguntó la doctora entusiasmada.

--Si, doctora, pero cuando estábamos a punto de regresar, sentimos que las luces que caían del cielo empezaron a cambiar de un color azul pálido transparente a un amarillo brillante amatistado, el Sol fue cubierto por una enorme nube color rosado, y un aroma exquisito como de alguna fruta desconocida por nosotros se esparció a través de todo el valle. Un gran arcoiris desplegó sus brillantes colores en el horizonte. Perplejos, nos miramos el rostro entre todos, solo Bárbara parecía no estar asustada. Truco, nuestro perro mascota, que había estado sereno todo el viaje, trato de ladrar y de su hocico salieron las notas musicales más hermosas que alguna vez hubiéramos escuchado; Ante nuestros azorados ojos, las hojas de los árboles empezaron a colorearse y a convertirse en bellísima y exóticas flores, y miles de mariposas multicolores alfombraron la llanura, mientras una pequeña nube bajó en forma de frutero al valle para obsequiarnos un exquisito convite de todas las frutas imaginables.

-¡vaya! la doctora lucía fascinada con el relato.

--Nuestros sueños estaban a punto de hacerse realidad. Goloseamos con las frutas mientras esperábamos que la gran nube rosada se moviera. Los árboles parecían bailar al son de la hermosa melodía que cantaba Truco, las flores estaban expectantes, las mariposas sonreían, al fin nuestro astro se exhibió ante nosotros en una grandeza desconocida. No tenía su brillo acostumbrado, ni el color naranja de los atardeceres, más bien dejaba caer un fulgor opaco, tenue, grisáceo brillante, que daba un aire de tristeza. Estaba afligido porque todos pudimos ver como dos lágrimas que salían de la parte superior de su cuerpo circular se deslizaban y desprendían convirtiéndose en hermosos arcoiris -Está llorando, dijo Gary, y Bárbara, como mujer al fin, no se contuvo, le gritó:

-¡Oh sol mío, no vinimos aquí a verte llorar, queremos ver tu escondite. A eso vinimos!

--El grito de Bárbara pareció ser una orden a la nube rosada que inmediatamente le cubrió de nuevo siguiendo su ruta hasta desgajar el horizonte en serpentinas anaranjadas-rojizas.

--Como líder del grupo no pude evitar llamarle la atención a Bárbara, La culpé de no haber completado nuestra aventura. Le hablé tan toscamente que se puso a llorar, y salió de allí antes que nosotros. Cuando regresamos tuvimos la noticia de que sus padres se mudarían a la capital al otro día. Jamás la vi. Ni siquiera después que comprendí que la tristeza del sol se debió a su incapacidad para mostrarnos su escondite, ya que no lo tiene. La he estado buscando desde entonces.

-¿Y no recuerda más de ese día? pregunto la doctora, conmovida.

-Claro, esa noche nos fuimos al rompeolas a celebrar nuestro triunfo con la luna y las estrellas. Todos estuvieron sumamente alegre, menos yo, rompí a llorar por la falta de Bárbara, era mi culpa, me convertí en el chico más infeliz de la tierra. Le pedí a la Luna que me la devolviera pero no me oyó, o no quiso oírme, quería verla, quería decirle todo lo que sentía, quería decirle que…. Que…. que….

-¿Que quería decirle? Inquirió ávidamente la doctora.

-Que la amaba, Doctora. Que la amaba con toda la fuerza de mi pequeño corazón.

-Y yo también, te amaba, Phill, o mejor dicho, aún te amo. Por eso participaba en todas tus aventuras.

-¿Bárbara?

-Si, Phill, soy Bárbara, la doctora que también quiere afirmarte que no morirás, que el antídoto ya te fue inyectado mientras dormía.

Un beso prolongado les hizo reparar que se encontraban en el mismo centro de la ruta, la ruta de un sol que esta vez parecía reír.



Joan Castillo,
12/06/2004
Datos del Cuento
  • Categoría: Aventuras
  • Media: 5.58
  • Votos: 86
  • Envios: 3
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1 comentarios. Página 1 de 1
KaRLA
invitado-KaRLA 29-12-2004 00:00:00

Este cuento me ha llevado pausada disfrutando del paisaje, de la hermosura de la naturaleza. Me he preguntado si yo podría llegar al sol. No te diste cuenta que el sol estaba a tu lado. Es realmente hermosa la gallardía de ir en pos de nuestras ilusiones, pero a veces no nos damos cuenta que amamos a alguien y que somos igualmente amados. ES REALMENTE HERMOSO.

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