Tras una cadena de vejaciones a manos de su repugnante patrón, en ocasiones en la forma de medidas veladas como engaños en la forma de “estímulos” y otras abiertamente ofensivas y desleales como la negación de permisos diversos, privación de vacaciones, omisiones de aumentos sobrevencidos, las mártires de Aramberri fueron llevadas a un punto en el que su dignidad había alcanzado su máxima resistencia.
Una soleada mañana de agosto se vio “nublada” por los exabruptos de su cada vez más intolerante, soberbio y obeso patrón. El tranquilo recinto laboral se había tornado súbitamente en un entorno violento y agresivo tan pronto como el jefe irrumpió la oficina con improperios como consecuencia de “la ineptitud” de los demás conductores esa mañana cuando conducía a la oficina, pero que gracias a su pericia se había impedido una colisión o un percance mayor, invariablemente dicho en un tono arrogante, pero sin retroalimentación alguna para frustrarlo y enfurecerlo todavía más.
El señor decidió esa misma mañana que dadas las circunstancias, el trabajo fuera de las oficinas, aun cuando teléfonos, atención directa a clientes y proveedores fuesen descuidados y desatendidos de momento, la prioridad estaba en la calle, declaración que generó gran sorpresa y molestia entre sus “chivos expiatorios” de todos los días.
Para mala suerte, el chofer sufría una crisis diarreica y esa mañana había sido presa de constantes deposiciones y espasmos intestinales, por lo que tan pronto el alborotado patrón se enteró de la circunstancia, lamentó con enfado el estado del infortunado chofer.
Urgió a las mártires para que se prepararan porque saldrían en cinco minutos, estuviera listo o no el enfermo. Las chicas demoraron su salida deliberadamente por un periodo mayor para dar tiempo a la recuperación del joven Andrés, pero no ocurrió. Mientras tanto, el obsesivo y compulsivo patrón ya pitaba el claxon de su vehículo desesperada e insistentemente.
Compungidas, las mártires abordaron el vehículo de varias plazas y que ya amenazaba arrancar sin ellas como consecuencia de la desbordante cólera del jefe convertido en conductor y ogro al mismo tiempo.
Una retahíla de amenazas y maldiciones feroces recibieron a las chicas, quienes intimidadas abordaron con silencio contenido. El feroz conductor aseguró que la ausencia de Andrés era deliberada, premeditada pero que había decidido poner un remedio definitivo a la situación. A partir de ese momento, anunció con odio y un aire perverso que el joven Andrés no formaba ya más parte del equipo de trabajo. Pero tan pronto terminó de expresar la tajante determinación se vio en la necesidad de frenar abruptamente para evitar una colisión con otro vehículo.
Por más intentos que habían hecho las chicas por interrumpir a su jefe y advertirle que había tomado una calle en sentido contrario, nada podía hacerse ya. Por suerte, el jefe no tuvo la oportunidad de inculpar a nadie porque un agente de tráfico se había encargado ya de bloquear su habitual tendencia de responsabilizar a los demás de sus errores y fallas al ordenarle que parara inmediatamente.
Una vez levantada la infracción correspondiente, procedieron su camino. Lejos de tranquilizarse, el energúmeno recobró los bríos y pisó el acelerador hasta el fondo para avanzar en alocada carrera hacia su destino. Las chicas temían por su integridad a bordo de la nave del infierno…
Sin embargo, su inteligencia y más que nada su prudencia se impuso al no responder a los improperios del sujeto que se ufanaba de ser su jefe hasta ese momento. Una vez que estuvieron en céntrica ubicación y a escasa distancia de su destino, una de ellas reparó en la presencia de alguien conocido y reaccionó al mencionar el nombre con emoción y en voz alta: “¡El señor Santi!”
Con sólo escuchar ese nombre, el chofer frenó abruptamente por segunda ocasión, para bajar las ventanillas y ordenar a sus empleadas mentarle la madre. Como las chicas no reaccionaron, el dictadorzuelo advirtió en tono severo que si no cumplían con sus órdenes habría consecuencias.
Isabel, horrorizada ante semejante orden advirtió a su jefe que había enloquecido por querer insultar a su propio hermano de esa manera. Y la segunda mártir, Myriam, secundó a su compañera, abriendo las portezuelas, para apearse del carro y dispensar ante la desencajada mirada de su maligno patrón una cálida acogida a su amigo y querido ex compañero, otrora en desgracia bajo la férula del mismo siniestro personaje de la historia.
Presa de la cólera por enésima ocasión, el rabioso jefe advirtió que si no subían inmediatamente quedarían despedidas.
Con toda la resolución para dejar de ser por más tiempo las víctimas una tras otra aseguraron que habían corrido la misma suerte de Andrés y del señor Santi. A partir de ese momento dejaban de formar parte del equipo de trabajo a su odioso cargo.
Santi, mientras tanto, apostado a cierta distancia y a escasos metros de su ex hermano, se desabotonaba y dejaba caer primero el pantalón, y luego los calzoncillos –ante ya una concurrencia considerable— para enseñar el culo a quien tanto daño le había causado. Después, con la misma tranquilidad recogía sus calzoncillos y el pantalón a la posición original y como si fuese una obra de teatro, aproximóse con garbo a quien tantas vejaciones había cometido en un sólo día para decir:
“Has perdido a las Mártires de Aramberri” y perderás también ante los tribunales. Mi testimonio pesará en tu contra. Me avergüenzo de ser tu hermano”.
No respondió una sola palabra para arrancar violentamente de la escena. La multitud, arremolinada alrededor de los que habían quedado, y presa de una alegría sin conocimiento cabal de las circunstancias, celebró con aplausos la retirada del villano, sin saber que las Mártires de Aramberri habían sido salvadas”.
FIN