Como un demonio marino se mueve el río bajo el puente. De esa agua beben los suicidas y algunos que han visto la herencia maldita del bosque rededor. La indomable corriente muele cuerpos bañados en sangre, y quienes los asesinan, aprovechan para lavarse los brazos y la cara. Los hombres dan nombre de bestias a los homicidas y como hogar el bosque; pero quienes realmente han visto algo prefieren morir antes que recordar, y hay los que se cortan la lengua con un mordisco.

Acerca del puente se especula casi a diario. Se sabe con certeza que del otro lado está el bosque. Los ancianos dicen que fue construido por manes sedientos de venganza, y que al atravesarlo su madera hace un eco que apenas los demonios atienden. Muchos han intentado burlar ese llamado. De tantos, recuerdo al más joven, el hijo del zapatero: Marlo Zikeley. Dijo en el bar que esa misma noche regresaría siendo hombre. Yo también me reí de él… Tiempo después regresó al bar oliendo a cadáver y con los ojos desfallecidos, la ropa rasgada y húmeda. Se quedó quieto en el umbral de la puerta, sosteniendo el marco como un joven cristo. Un rojo tinto comenzó a destilar por sus piernas. Jadeando nos miró a todos. Por último gritó como sólo un muerto que ronca podría hacerlo, y su cuerpo cayó exánime frente nosotros.

Las heridas que filetearon su espalda aún son motivo de discusión… Al parecer, sólo a mi me interesa descubrir el «por qué» Marlo decidió atravesar el río nadando con la ropa y los zapatos puestos.