Se habían visto una vez a la salida del almacén en el pequeño pueblo, apenas cruzaron un rápido vistazo, él lo que la oportunidad le dejo ver, ella, lo que el pudor de su madre le permitió espiar. El sabor de ese encuentro para ambos tuvo su significado, unos segundos de deseo y apetito de lo más institivos y salvajes en él, que rápidamente fueron desplazados ante otras formas curvilíneas dentro de la tienda, formas que también supieron despertar el espíritu del nuevo maestro.
Ella lo retuvo en su mente por días, sus pensamientos bailaban en esas tiernas mejillas tiñéndolas de rojo y traicionaban su acostumabradamente apacible mirada, afiebrándola, transformándola, convirtiéndola ya en una mujer, una mujer apasionada, con deseos de descubrir el mundo del amor, el mundo de los adultos.
El tiempo concreto una historia común a ambos. Los volvio a reunir en la misa dominical, él, con voz solemne leía los salmos, endulzando a las piadosas damas de la comunidad, quienes con sus libros de oraciones y rosario en mano, regalaban a quien quisiera admirar, sus mejores gestos de santidad e iluminación celestial. Su voz potente se elevaba exigiendo el ruego de los feligreses, pero sus ojos no dejaban de envolverla, cual la serpiente a Eva, la miraba con insistencia, con dedicación.
Ella sentía su corazón explotar, apenas si alcanzaba a mantener un instante aquellos ojos, bajaba su vista, volvía a encontrarlo, la desviaba, pero su sangre ardiendo le exigía volver a encontrarlo, a descubrir un mensaje de predilección en él.
Todo se había vuelto inexistente, solamente sus miradas prometiéndose un paraiso.
Paraiso que llegaría pronto.
En pueblos pequeños la gente se enorgullece de ciertas costumbres, allí, la misa constituía el encuentro espiritual y social por excelencia. Concluído el oficio, el pueblo hacía gala de sus mejores esfuerzos culinarios en un gran almuerzo, típica reunión plagada de comentarios y anecdótas adornadas con todo tipo de gestos, términos y exageraciones que harían de sus monótonas vidas, verdaderos objetos de envidia.
El maestro poseía habilidad natural para conversar con unos y otros, cada quien se sentía a su lado dueño de toda su atención, los comentarios de las damas alababan su elegancia, su voz gallarda, su clase ...
Ella también se sentía dueña de su atención, lo veía acercarse con paciencia, hablando aqui con uno, sonriendo luego con otro, sin olvidarla en ningún momento. La madre se preparaba a recibirlo observando su acercamiento inminente y admirando su estilo de ciudad, el padre se sentía inseguro de entablar una conversación con un individuo de modales poco varoniles, según su criterio.
La madre comenzó ponderando la profundidad expresada en la lectura de los salmos a lo que el maestro respondía modestamente como corresponde en un hombre instruído, de un tema a otro, él se encontraba admirando la belleza de madre e hija y felicitando al padre por tan agradable familia.
Ella lo contemplaba con arrobamiento, la madre se desvivía por servirlo, unos canapés por favor, el padre buscaba el vaso de vino, él la citaba clandestinamente junto al arroyo de la escuela.
Esa noche fue para ambos, de ansiedad, ella por su primera cita, imaginando la declaración de amor, soñando con rosas y las miradas envidiosas de sus compañeras ... sus sueños solo hablaban de la niña que aún era bajo ese cuerpo cuyas formas se habían alterado en poco tiempo, dando lugar a esa imagen de mujer. Y de la inocente idea de que ya era toda una mujer. Idea cada vez más reforzada por las miradas libidinosas de tantos hombres, miradas definidas por su ingenuidad como expresiones de enamoramiento.
La ansiedad de él, era diferente, en su cama daba vueltas imaginando las formas desnudas de su conquista, dibujaba sus pechos juveniles en su mente, los acariciaba, recorría su anatomía con la imaginacíon, suspiraba diciéndose, pronto, pronto la sentiré.
En sus pensamientos, en esa noche, ella fue la señora, lo merecía, mañana sería su cuerpo joven, su inocencia la que saciaría su hambre de hoy. No pensaba en la familia que lo recordaba fielmente lejos en la ciudad, ni en las otras jóvenes y no tanto que le regalaron parte de sus historias. Nadie más que ella merecía ocupar su mente en esa noche.
Se encontraron junto al arroyo, la gente dormía la siesta en el pueblo, mientras algunos niños jugaban en los patios silenciosamente respetando el sueño de los adultos, más de una joven de seguro leía a escondidas novelas de amor en algún cuarto de la casa en tanto los varones reunidos en un lugar discreto se daban a dudosas confidencias varoniles. Y habría también alguna pareja furtiva dándose cita en los graneros o galpones del pueblo.
Él tenía experiencia acerca del mundo de las mujeres y sabía sobre los sueños de las niñas en esos cuerpos, le hablaba con dulzura, admiraba su belleza única, le contaba de su imagen grabada en sus pensamientos a cada momento del día. Ella escuchaba extasiada, le entregaba su corazón en su febril mirada. Él, tomaba su mano delicadamente, ella recatadamente la retiraba, temblando con su contacto.
Un encuentro dio lugar a otro y se sucedieron dos, tres citas más. Él le enseñaba el mundo del amor y ella se dejaba embriagar en él, descubrío el contacto de los labios de dos personas y la pasión despertando en su cuerpo.
Él maestro le prometía las luces de la ciudad, la mejor casa, los vestidos más bonitos, juraba llenarla de su amor todos los días, le hablaba de hacerla su mujer. Ella no podía ser más felíz, sus padres la felicitarían por el esposo que conquistó, no habría muchacha en el pueblo que no la envidiara, luego viviría en la ciudad, sería una gran señora.
Él decía amarla y suplicaba por su amor, ella le juraba que su corazón era sólo suyo, él le pedía que se lo probara, ella tenía sus dudas, aún siendo inexperta sabía de algunos límites que debía imponer una mujer antes de casarse, él argumentaba que el matrimonio era ya un hecho y que le era necesario saber que confiaba en él ...
Ella lo conoció un día cualquiera, sin previo aviso de que ello ocurriría y fue del mismo modo como él se retiro de su historia común, sin previo aviso. Las promesas y palabras bonitas no se fueron con el viento, se quedaron clavadas a su pecho convertidas en hirientes dagas humillantes, su inocencia e ingenuidad se las había regalado a un sueño, un sueño que la hizo mujer.