Por: Negrillians P.
Cuando Elena volvió a su cuarto, faltaban tres pañuelos. Supo de inmediato quién los había robado y porqué lo había hecho. Se sentó en la cama y observó el baúl de madera. Estaba intacto. Ni siquiera la cerradura estaba forzada. Sólo “él” tenía la capacidad para haberlos hurtado.
Llevaba años manteniendo ese secreto. Siglos escondiendo su verdadera identidad. No podía arriesgarse a que alguien se enterara del poder que tenían esos pedazos de tela. Cerró los ojos y levantó los brazos. Luego pronunció una frase en una lengua perdida y el cofre se abrió. En su interior se encontraban cientos de papiros antiguos y un grueso libro con una estrella impresa en su portada. Una estrella igual a la tatuada en su antebrazo izquierdo.
Elena cogió el ejemplar y se encaminó hacia el tercer piso de su casa. Abrió la puerta al final de las escalinatas y posó el volumen sobre un pedestal de madera. Prendió las cinco velas rojas que tenía en el suelo y destapó el espejo que se encontraba en medio.
De inmediato su imagen se reflejó en éste. Una cascada de cabellos negros le caían sobre el rostro, escondiéndolo en gran parte. Sus facciones se mantenían intactas a pesar del tiempo. La piel seguía siendo blanca y tersa como a los veinte años. En 1587. Desde esa fecha su vida había tomado un rumbo distinto. Se enteró de su verdadero origen y de su misión en la tierra. Esconder y proteger los pañuelos del tiempo. Los únicos capaces de abrir la dimensión “T”. Una puerta que abre el mundo paralelo y que permite trasladarse en éste, hacia cualquier sector del universo.
A pesar de lo peligroso de haber perdido las telas, Elena estaba tranquila. Aún tenía en su poder el “Gran Libro” y el espejo. Sin éstos, los pañuelos perdían su eficacia, pues eran los únicos que lograban manipular el poder del tiempo.
La energía blanca de las telas era poderosa. Su fuerza era capaz de aniquilar a cualquier ser humano. Sin embargo Tronik no pertenecía a esa categoría. Él, al igual que Elena, podía aguantar su vigor. Por eso, al entrara en su cuarto y notar la ausencia de los pañuelos, supo que había sido él quien los había robado. Era el único que conocía su existencia. Además, tenía la capacidad para transportarlos hacia su escondite. Ahora, sólo faltaba descubrir cuál era éste.
Se encaminó hacia el pedestal y volvió a cerrar los ojos. Su boca comenzó a moverse sin emitir sonido alguno. De pronto, una fuerte corriente de aire caliente inundó el lugar. El “Gran Libro” se abrió y las hojas comenzaron a moverse rápidamente. Después de algunos segundos el viento cesó. El volumen quedó abierto en las páginas indicadas. En la primera, una ilustración reflejaba la imagen de Tronik, el “Señor del Trueno”. En la otra, el lugar donde se encontraban los ingredientes para realizar el hechizo que lograría revelar su escondite.
A pesar de no poseer los pañuelos, Elena seguía teniendo el poder para desplazarse a la dimensión “T”. Al ser la única guardiana de las telas, debía tener la capacidad para encontrarlas si éstas se extraviaban. Por eso el tatuaje de estrella. Lo tenía desde el día de su nacimiento, como la marca que la distinguía del resto de los humanos.
Sin perder más tiempo, se colocó frente al espejo, con el libro en las manos. Levantó la manga izquierda de su camisa y pronunció el sortilegio. De inmediato el espejo se iluminó. La intensidad de la luz aumentó, hasta convertirse en un anillo de luminiscencia. De pronto, Elena desapareció y el “Gran Libro” cayó al suelo. Pasaron algunos minutos antes de que el espejo comenzara a cerrarse. Justo en el momento en que perdía su fulgor, tres pañuelos volaron por la sala. Se desplazaron en forma de círculo sobre las velas prendidas. Segundos después, el espejo se rompió y en su lugar apareció una figura alta y musculosa. Tronik miró los pañuelos en el suelo y sonrió: “Pobre Elena-pensó- sin sus pañuelos nunca podrá regresar de la dimensión “T”.