Luego de un ligero almuerzo, corrí hacía la computadora, con la esperanza puesta en que hayas resivido mi mensaje y lo mejor, te hayas decidido contestar. Enciendo el ordenador, con desesperación busco tu recado y ¡Qué suerte!, te animaste a responder, Nidia. Antes me serviré una copa de vino, así celebraré la posible buena nueva, que espere todo este tiempo, desde que te alejaste de mí, debido a mi locura autodestructiva, producto de mis extravíos mentales que nunca pudiste comprender. Fue hace unas semanas que, furioso y cegado, por un conflicto interno, me alojé en un hotel de dos estrellas y mil pulgas creyendo que la mejor manera de no seguir así, era dormir para siempre.
Reviso tu menuda misiva y mi faz se tiñe de un pálido color, mis ojos, rojos por tanto llorar, se preparan a cumplir, una vez más, su misión para la que, al parecer, fuerón creados. No puedo entender lo que leo, debería ser una mentira más, pero es verdad, tus palabras son muy exactas, tan explícitas como el terror que me invade. Me levanto con brusquedad de la silla, al diablo la cordura y el control de ira que asisto semanalmente. Bebo varios sorbos de aquel vino añejo. El hogar que mantuve en orden, ahora se transforma en un refugio del caos sentimental. Culpa mía, aléjate por favor, fantasmas duerman en mi interior, tengo bastante sufrir como para pensar en ustedes.
Que Hacer Dios, esperé un perdón y Nidia me da su fría espalda. Tiro mi tristeza a la cama, abrazo la almohada y lloró como la mujer más sensible que, pienso, se halla atrapada en mí. Lloró como un niño en plena confusión. Traicione tu confianza. ¿Merecía otra oportunidad?. Creó que el tiempo ya no podrá contestar. Me dirijó al baño, miro mi rostro en el espejo que me devuelve una visión de mi solitario futuro. Solitario, porque deciste que no amarme es más facíl que perdonar. Solitario, porque me duele lo que has escrito y sospecho, me atormentará siempre.
Estoy destrozado, sería un inútil ejercicio seguir. Le haré trampa al destino, escaparé como un cobarde hacía otra dirección, a donde tu no puedas hallar mi presencia.
Reviso el botiquín y verificó si aún mantego los prohibidos sedantes que no debo tomar. El frasco está lleno, debe haber cincuenta cápsulas, como lo anuncia la envoltura. Será esta mi última historia en la que involucre amigas pastillas, para distocionar la realidad, mi realidad. Regreso a la cama, tomo toda la botella de vino e ingiero de porrazo, no sé, cuantas píldoras. Hoy necio, volveré a ser el maniático autodestructor que tanto temo. No puedo despertar mañana y enfrentar la situación sólo, no puedo soportar la idea de que me excluyas de tus planes, me pesa buscar otras salidas. Perdón Dios pero tu no conoces mi dolor, al menos no habrá daños colaterales tengo a la familia ausente, los amigos hace mucho que partieron y para tí, Nidia, ya no seré una preocupación o molestia que debas soportar.
BREVE ANEXO
A las primeras horas del siguiente día, Nidia golpeaba, con más fuerza de lo debido, la puerta del departamento donde residía Daniel, a quién horas antes envió un resentido y horrible mensaje. Ante tanta insistencia y la negativa de no encontrar respuesta alguna, además de tener la intuición de que algo malo sucedía, Nidia fue en busca del portero y vigilante del edificio para derribar la puerta, al lograrlo, Nidia ingreso desesperada y sola, vió a Daniel tendido en la cama, inmóvil, quieto, sin dar mínimas señales de vida; con la botella de vino cerca y el envase de sedantes vació. Una luz resplandecía de la computadora que aún se mantenía encendida y con el mensaje en la pantalla, Nidia pudo entender parte de la historia. Se hecho a llorar, sosteniendo a Daniel inerte, mientras arrepentida, parecía lamentarse: ¡Maldición! no puedo creer que lo leyera.