El Herido caminaba con dificultad por el sendero, y no era para menos. Hace tres días que no come y la herida que tiene en su cintura supuraba un pestilente y sanguinolento líquido. La fiebre le hacía perder la noción de tiempo y espacio, pero el miedo a la muerte le impedía desmayarse.
Piensa en su familia y toma fuerzas. Salió para cerrar unos negocios en la ciudad así que hasta dentro de una semana nadie se preocupará,. y para entonces, todo será en vano.
Nadie pasa por allí. El sol dibuja espejos en el horizonte y perlas en su frente. Una raíz le enlaza el pie y queda tendido sobre el polvo del camino. ¿Para que levantarse? Cierra los ojos y duerme. Sabe que no va a despertar, pero se duerme.
Una figura se detiene a su lado, baja del caballo y da vuelta el cuerpo del moribundo, y mientras escupe entre dientes hacia un costado del camino dice:
- Chá que lo tiro con mi suerte, este desgraciado se me corta...
La frescura de la noche lo despertó. Abrió los ojos y pudo ver las estrellas a través del follaje del ombú bajo el cuál se encontraba tendido sobre unas frazadas. Intento levantarse pero una mano lo retuvo del hombro.
- Cálmese amigo que todavía está débil. Hace tres días que esta allí tirado, y le aseguro que la Parca todavía lo está rondando.
El Viajero siguió afilando su facón y no dijo más nada. El Herido lo miró unos segundos, y ante la indiferencia de su sanador, cayó rendido y se durmió, esta vez con sueño de tranquilidad.
A la madrugada partieron en silencio. De la boca del Viajero no salían palabras y el Herido preguntó: - - ¿A dónde vamos?
- A Carmen de Areco...
- Fantástico, allí tengo parientes que le agradecerán el haberme salvado la vida, va a ver como lo reciben. Justamente tenía pensado pasar por allí cuando tube el accidente con...
Ante la indiferencia del Viajero, el Herido no tuvo más remedio que callarse, y siguieron el resto del viaje con el silencio del Viajero y los vanos intentos del Herido por comenzar un diálogo. Dos días después llegan a la entrada del pueblo. Frente al cementerio paran.
- ¿Qué hacemos aquí? -pregunta el Herido.
- Tengo que ver a alguien, acompáñeme.
Al Herido le cuesta bajar del caballo. Cuando entra al cementerio ve al Viajero arrodillado frente a una tumba.
Se queda en silencio mirando a su salvador y preguntándose sobre el muerto. Se sobresalta cuando el Viajero comienza a hablar como adivinando su pensamiento:
- Tenía solo dieciséis años, recién cumplidos. Quiso ayudar a su madre para poder alimentar a sus hermanitos. Fue a trabajar en la cocina de una estancia. Cuando volvió embarazada nadie la comprendió, y no pudo soportar ni el engaño que la llevó a ese estado, ni la incomprensión de sus seres queridos, ni el sentirse, ni el que la hagan sentirse injustamente sucia. - luego, sin dejar de mirar la tumba, el Viajero continuó hablando mientras señalaba - Yo tuve que bajarla de aquel árbol. ¿Sabe lo terrible que es tener que descolgar a su hermanita de un árbol?
Al hacer la pregunta el Viajero se movió y dejo a la vista del Herido la placa que rezaba: «Margarita Paredes». Un frío corrió por la espalda del Herido, y miró al Viajero que se encontraba parado a metros de él con su facón reluciente. Comenzó a reírse con risa de locura y entre hipos dijo:
- Es una broma... ¿Por qué me alimentarme durante una semana? ¿Por qué me curarme...?¿Por qué soportar a un moribundo delirante por tres noches? ¿Para luego matarlo? No tiene sentido...
- Le digo el porque, señorito, -comenzó a decir y señalando la tumba continuó- porque le prometí que regaría su tumba con la sangre que ella llevaba en el vientre. Por eso. Porque mi palabra es lo único que tengo, y la hago valer...
El Herido se quedo quieto mientras el Viajero se le acercaba. El Herido comenzó a dar un grito de horror. Un grito de horror que se cortó de golpe en el vasto silencio del cementerio.