Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Cuento
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Cuento

Alonso y el hombrecillo misterioso

Alonso y su papá salieron a pasear por el campo junto con su perrito Bill. A los tres les gustaba mucho salir a jugar y a disfrutar de la naturaleza y el aire libre. El lugar donde iban no estaba muy lejos de su casa y siempre había mucha gente por allí.

Pero este día fue diferente. Cuando llegaron al lugar habitual se encontraron con unas máquinas enormes. Iban a construir un merendero y un parque, por lo que no se podría ir allí durante una temporada.

El papá de Alonso conocía al conductor de la máquina más grande y se acercó a verle. Aquella máquina era enorme como un castillo y pesada como una montaña. El niño se quedó junto al perro, observando aquello.
-Papá, ¿puedo ir a ver las otras máquinas?- preguntó el niño.
-Sí, Alonso. Pero ten mucho cuidado y no te alejes. 

Las máquinas estaban paradas, así que no había ningún peligro. Al menos eso es lo que parecía.
Alonso y Bill vieron máquinas grandes y pequeñas. También había máquinas nuevas, que estaban bastante limpias, y máquinas más viejas, que estaban muy sucias, llenas de barro de tanto trabajar. Algunas eran amarillas, otras eran verdes, incluso había una de color naranja con rayas azules.

Alonso estaba tan impresionado viendo aquellas máquinas que no se había dado cuenta de que había perdido de vista a su padre. Lo llamó muchas veces, pero allí no respondía nadie. Todo estaba lleno de máquinas, pero no había ningún trabajador por allí. Era la hora del almuerzo, y todos se habían ido a comer algo.

-Nos hemos perdido, Bill -dijo Alonso con muchas tristeza -.¿Qué vamos a hacer ahora?
-Guau, guau -ladró Bill, dirigiendo su hocico hacia una caseta cercana.
-¡Buena idea, amigo! ¡Vamos! Tal vez haya alguien allí.

Cuando llegaron vieron que la caseta estaba completamente abandonada. No tenía cristales en las ventanas, y las maderas estaban podridas y desencajadas.
-Será mejor que no entremos ahí, Bill -dijo Alonso -. Parece peligroso.
De repente salió un hombrecillo que había permanecido escondido detrás de la caseta. Tenía un aspecto misterioso, incluso daba un poco de miedo. Tenía los ojos pequeños, los brazos y las piernas muy delgadas y el pelo de color azul pálido. La piel parecía de color gris y tenía un larga barba que le llegaba hasta el ombligo.
-¡Vaya! ¿Os habéis perdido, pequeños? -dijo aquel hombre.
-Sí, no sabemos dónde estamos y no nos acordamos muy bien por dónde hemos venido -respondió Alonso
-Grrrrrrrr -gruñó el perro, con cara de pocos amigos. Aquel hombrecillo le daba muy mala espina.
-Tranquilo, Bill - dijo el niño -. Este señor nos acompañará a casa. ¿Verdad, señor?
-Claro, claro. Yo os acompañaré. Venid conmigo. Es por aquí.

Alonso y Bill se fueron con aquel hombre tan raro. Al cabo de un rato Alonso se dio cuenta de que llevaban mucho tiempo andando, mucho más que el que habían tardado en perderse. Pero no quería ser grosero, y siguió adelante. Bill no le perdía ojo. Aquel hombrecillo con cara de bicho raro no le caía bien.

El pobre Alonso no podía más y se sentó. El hombrecillo le gritó que se levantara, que se iba a hacer tarde y había que hacer la cena.
¿La cena? ¿Qué tenían que ver Alonso y Bill con la cena de aquel hombre? De repente Alonso se dio cuenta de que el hombrecillo se estaba relamiendo mientras los miraba con cara de hambre.
-¡Ya voy! -dijo, mientras pensaba en el modo de huir.

Llamó a Bill y le hizo señas para que mordiera a aquel hombre mientras él le distraía. Era un juego que practicaban a menudo con un muñeco grande de trapo que le hizo su madre. El abuelo, que era policía, se lo había enseñado por si acaso algún día necesitaba defenderse.

A su señal, Bill se lanzó a las piernas flacuchas de aquel hombre, que gritó como un demonio. Alonso aprovechó para empujarlo al suelo y atarlo con unas ramas a un árbol.
-¡Déjame, déjame! -gritó el hombrecillo -. Si me liberas te prometo que te llevaré a casa.
-No me fío de ti, eres un bicho raro -dijo el niño -. Te quedarás ahí hasta que venga mi abuelo el policía y te detenga. No volverás a coger a ningún niño perdido nunca más.

Alonso y Bill se dieron la vuelta. Caminaron un rato hasta que, por fin, escucharon a alguien gritar sus nombres.
-¡Nos han encontrado!- dijo Alonso.

Alonso le contó a su papá lo que había pasado. El abuelo, que había acudido a buscarlo en cuanto le avisaron, fue a capturar al hombrecillo y lo metió en una cárcel especial para siempre.

Ell niño pidió perdón a su papá y a todo el mundo que había salido a buscarle.
-Espero que hayas aprendido la lección, Alonso -le dijo su padre -. Si te vuelves a perder, no te muevas. Si no contesta nadie a tu llamada, espera en ese mismo sitio hasta oír a alguien. Y, por supuesto, no te vayas nunca con extraños, aunque parezcan buena gente.
-Y si es un policía o un bombero, ¿qué hago, papá? -preguntó el niño.
-En ese caso sí, Alonso. Ya ves que los policías como tu abuelo son buena gente. Y mirá qué cantidad de bomberos han venido a buscarte.
-Gracias papá, gracias a todos.
Todos se fueron a sus casas contentos por haber encontrado a Alonso sano y salvo. Alonso aprendió la lección. Y su papá también, que no volvió a perderlo de vista nunca más.

Datos del Cuento
  • Categoría: Infantiles
  • Media: 0
  • Votos: 0
  • Envios: 0
  • Lecturas: 617
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 3.145.55.169

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Cuentos: 21.633
»Autores Activos: 155
»Total Comentarios: 11.741
»Total Votos: 908.508
»Total Envios 41.629
»Total Lecturas 53.552.815