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Categoría: Hechos Reales

¿Creo Dios sin motivo?

Oscuridad total en la cabaña. Lejos los obuses del enemigo encienden en rojeces sangrientas en el lejano horizonte como en noche de caléndulas.
La mujer mira al recién nacido inventándose una alegría entre lágrimas. Una alegría que no tiene palabra interna con la cual expresar. Nada necesita está mujer para conocerse, para saberse instrumento de un designio fatal. Allí, apenas a dos kilómetros el primogénito, de diez años, aprieta furioso contra el hombro la culata de un fusil esperpéntico. Y, apenas a dos pasos otro hijo con un año escaso se muere de hambre y frío.

- ¿Tienes una cinta para el ombligo?
- Esta vez no. No más.
- ¿No? ¿No, qué?
- A su vida; no al puñado de arroz; no a la milicia; no al padre de las misiones. ¡No a Dios!
- ¡Morirá…!
- Entre mis brazos, y sujeto al calor de mi pecho.
El fuego del horizonte se mezcla con el blanco-celeste de un cielo que promete calor y moscas.
El mediano de María gatea hasta la madre, como puede se encarama a su regazo y con mano insegura descubre el rostro arrugado del okupa. De saber hablar diría: ¡Una boca más!
María se pone en pie, y con una banda de tela sujeta al nonato moribundo, contra su pecho. Toma al pequeño de la mano y se encamina a las misiones. Yerbajos poderosos crecen por doquier. Es tierra de secano. No tan lejos un pozo inmenso hace las delicias de un grupo de militares extranjeros, que protegen una red de agua potable hasta la Misión del Niño Jesús, reverdeante de plantas florales; frutos tropicales; a más de algunas verduras europeas.
Largos bancos de madera se alinean bajo chamizos descuajeringados. Una monja sin hábito corta trozos de pan sin levadura, con el ritmo que presta la costumbre. María se le acerca solicita. La otra para el avance con el ceño fruncido.
- ¿Te has lavado las manos?
- Sí, madre ¾contesta Maria, mostrándole las palmas aún chorreantes.
- ¿Y el niño?
- También, madre.
- Bien, puedes ayudar con el reparto.
Alguien hecha un cucharón de arroz en los cuencos de hojalata.
Después de media hora de trabajo, suplica María:
- Podemos irnos a casa no me encuentro bien…
- No. Ahí tienes donde sentarte. Escucharás la palabra de Dios, tú proveedor.
Humildemente, María, obedece.
Poco a poco los bancos se van llenando de manos ansiosas; ojos inmensamente negros sin brillo; pies descalzos sucios de heridas y callosidades; de trapos viejos muy limpios y cuidados; de niños, mujeres y algún que otro varón anciano.
La voz del cura, brota como un anuncio a colonia, entre los hijos del hombre:
- ¡Ay de ti si, en vez de ser fiel a lo que prometiste en el bautismo, apostatas, o eres infiel a la palabra que diste! ¡Ay de ti si no cumples con lo prometido, y además criticas y censuras; te burlas o mofas de la conducta de los verdaderos cristianos! ¡Ay de ti! repito, porqués capillo eres y la vela encendida que significa la luz del buen ejemplo que has de dar, y todo aquello que se practica en el santo Bautismo. Porque en aquel terrible día en que Jesús, a quien ahora pecando persigues, ha de juzgarte… Que lo creas o no, que te acuerdes de ello o lo olvides, día vendrá no tan lejos, que has de morir y ser juzgado, y salvo o condenado, según tus buenas o malas obras; y por más que le des vueltas de ello no te librarás… -Pausa-, antes de que probéis los alimentos os daré la comunión, recordar que no hay delito que más ofenda a Dios que el de la comunión sacrílega…, es tan enorme, que Dios no espera a castigarlo en el infierno, sino que ya empieza en este mundo con enfermedades y muertes; padeciendo, gravísimos males corporales e intolerables dolores en las entrañas…, hasta morir reventados. Hay muchos poseídos del demonio por causa de este delito -el cura guarda unos segundos
de silencio que emplea en observar a su congregación, les sabe hambrientos y deseosos que de término al sermón. Continúa inmisericorde con una manida parábola¾: Había en cierto pueblo una señora que en una muy solemne fiesta pública fue a confesar; y el confesor, hallándola en ocasión próxima de pecado, le dijo que no podía adsorberla si no se apartaba primeramente de la ocasión, y que aquel día no podía recibir la sagrada Comunión; pero ella quiso recibirla, por el qué dirá sin hacer caso de lo que le dijo el confesor, al momento que tuvo la sagrada Hostia en la garganta, la ahogó, quedando muerta en la misma iglesia en presencia de mucha gente. Por lo tanto apreciados hermanos y hermanas en Jesucristo, por el amor que os profeso os suplico y encargo no recibáis jamás la sagrada comunión en pecado mortal… Más no te asustes sin en tan desgraciado estado te encuentras. Confiésate bien antes, y de veras arrepentido; excítate a muchos y fervientes actos de humildad, confianza tu amor por Cristo, y comulgando con esta disposición quedarás lleno de los grandes y celestes frutos que causa la sagrada Eucaristía, a quien la recibe dignamente. ¡Qué así sea! Podéis acercaros.
María, mira al hijo agonizante que pegado a su pecho muere lentamente. La fila que conforman los devotos es compacta, ni un hueco.
María, con el pequeño bien agarrado de la mano va retrocediendo, así hasta que no queda más que ella. Le tiemblan ostentosamente los gruesos labios. Paso a paso se retira sin recibir la sagrada forma, la monja sin hábito le acompaña en tan doloroso trance. El cura dice:
- Pax dómini.
Camino a la choza, pregunta la monja que ve demonios por todas partes:
- ¿Por qué, hija mía, no has querido recibir la Comunión?
Un minuto de silencio.
María se toma tiempo para desgranar en sus entrañas el dolor de la infamia y dice:
- Vivo en pecado mortal. Espero que Dios todopoderoso me perdone.
- Nuestro señor pone a prueba a sus almas más queridas. Reconfórtate en la oración.
A lo que responde María:
- Este pecado es del alma…, Dios no lo perdonará.
- ¡Sí, María, basta con arrepentirte y tener propósito de enmienda!
María se ríe entre lágrimas y dice:
- ¡No hay enmienda que valga! ¡Nunca más!
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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