Cuatro hombres están sentados a una mesa, cada uno frente a los demás. El primero habla una lengua ininteligible para el resto. Por mucha atención que le prestan no consiguen entenderlo. El segundo viste una túnica que le cubre de la cabeza a los pies. El resto trata infructuosamente de adivinar la figura y el rostro que se esconden tras la tela. El tercero va completamente desnudo y permanece con las piernas entrecruzadas en el asiento. No lo miran por pudor. El cuarto lleva traje y corbata y parlotea por su telefonillo. Los otros contemplan curiosos el artilugio. Yo los comprendo, los veo, los conozco y los respeto, pero sólo soy Dios. Y además, soy negro.