Cede el secreto de lo auténtico de tu risa, de tus ojos brillantes, de tu
ausencia aparente, ¿te has enamorado? ¿sueñas con otro? ¿es que acaso no te
sirvo únicamente yo, solamente yo? ¡Calma! No me digas incoherencias y
atiéndeme de prisa, hasta el color se te fue de estar ahí echada, tan
tranquila, mientras la casa se cae de la mugre, los trastes repletos de
moscas, el suelo envuelto en papeles, no me digas las paredes, el humo las
pintó de negro, así como la vida cuando se está extinguiendo, sin apoyo,
sin salida, así me siento yo, pues ¿qué te crees? ¿acaso no puedes
levantarte y con tu voz destemplada gritar: ¡Ya está el almuerzo!, corre
por toda la casa buscando al pequeño ¿ves cómo te mira? Extraña tu calor,
tus ocurrencias, tus risas, pero ¿qué te pasa? ¡Invítanos de comer! ¡Vamos,
despierta! El sol ya está en lo alto, brinca y juega como lo hacías en el
huerto, platícame lo del lechero... ¿No te trajo los quesos? ¿Compraste las
tostadas que te encargué? ¿Recogiste mis zapatos? ¿Lavaste la ropa? ¿En
dónde te metiste que no hiciste nada? De seguro te fuiste a platicar con la
comadre o anduviste mojándote los pies en el río, seguramente bajaste al
pueblo, peinada, con tu vestido nuevo luciendo lo que es para mí, y qué
importa lo que hayas hecho si estoy aquí llorando un pasado que no te di y
perdiendo un presente, sólo con mi hijo, con la ilusión de verte entrar por
esa puerta que muestra el camino. Pronto, se queman las tortillas, ¿es que
no te llega el olor? ¡Sírveme un café! ¡Despierta al niño! Compra la leche,
qué bonitos ojos, cede tu secreto, recuerdo tus caricias, busca a mi padre,
vende las gallinas, prende la luz... ¡Por favor, haz algo, carajo! Que se
me acaba el mundo al encontrarte tendida, sin brillo en tus ojos, sin
secretos en tu mirada, sin movimiento en tu cuerpo y sin sueños en el alma,
¡despierta que se me acaba todo al verte quieta, sin vida!