El ardiente sol de la mañana quemaba la blanda piel de un pobre hombre
La arena oscilaba bajo el susurro de un suave viento cálido, que anunciaba una posible ventisca y una noche fría.
La enorme esfera roja, se reflejaba airosa en la arena. Todo lo que los ojos podían ver era la arenosa zona plegada de oscuros hombres vestidos de militares acompañados de un vehículo pesado, que dejaba unas horribles marcas por donde pasaba.
Los nervios envolvian, mandaban, gritaban, enfermaban su valiente corazón. Pues sabía lo que tenía que hacer, sabía el porqué. Aunque en su interior gritaba, por no ser él. Sin embargo, allí estaba, sentado sobre un camión que llevava ropa para los refugiados.
No podía dar marcha atrás, era ya su inconsciente quien actuava y tambíen la monotonía de los ensayos.Él no estaba allí, él se había marchado y observaba lo que ocurria através de sus ojos.
Su mente viajaba en el tiempo buscando un pasado que era un recuerdo amargo.
Su mujer, delgada y esbelta, ya de mañana se trenzaba su largo y oscuro cabello, para después esconderlo tras su negro velo. Su cuerpo sudoroso por el calor de la noche, ahora estaba cubierto de azul. Su única hija preparaba tortitas para el desayuno, sus dos hijos habían madrugado con el alba y se marcharón a limpiar las ovejas y la cabra, trabajo que les disgustaba.
Ya al medio día, su mujer, tan recatada, buena esposa y buena madre; va de compras al mercado con el poco dinero que tienen.
Los niños vuelven del trabaja, la hora de comer en casa, es un ritual bendecido todos los días.
Las ovejas ya están limpias y las hierva fresca estaba en sus comederos.
Desde la lejanía, él podía ver su pequeña y acogedora casa. De la chimenea, un alto y esponjoso, un blanco humo se elevaba potentemente. Como le gustaba el calor de su hogar y la tranquilidad de un asiento limpio.
Entonces un sonido, un silbido fuerte y agúdo cruzó el cielo y una lengua de fuego toco la tierra. Un horrible estruendo se produjo y la tierra tembló, una nuve de humo se elevó y se mezcló con el cielo.
La visión se nubló y al cabo de una hora, pudo ver, con sus llorosos ojos lo que la mente le gritaba. Su pueblo, su hermosa casa y sus tristes vecinos, habían sido el punto de diana de algún misil. Todo lo que conocía, todo lo que para él había sido su vida y su felicidad, había desaparecido. Lo único que le quedaba había sido un profundo y oscuro vacio. Solo la nada se dejaba ver y la tristeza, profunda y eterna, que envolvía el todo que el consideraba una vacía felicidad extingida.
Fuerón ellos quienes se aprobecharón de su tristeza y le enseñarón a enfocarlo hacía algo más útil "LA venganza". Una venganza fría y cruél, que requería un gran sacrificio.
Nada le retenía en esta vida. No tenía nada que perder, le daba igual pasarse el día en una esquina llorando por sus penas, recordado tiempos de antaño; o aferrarse a un hierro ardiente con ambas manos y castigar, de alguna maneea, a los culpables.
Supierón enseñarle y adiestrarle, para esta misión. Le habían endurecido la piel, la mente y parte del corazón. Lo que no consiguierón fue endurecer los recuerdos. Cada noche, sentía la soledad de un cuerpo que gritaba compañia y el paladaar acostumbrado ya a la misma comida de todos los años, rechazaba ahora los nuevos alimentos.
Cada día y cada noche se convertían en una tortura cada vez más dolorosa. Fue la venganza quíen lo despertó, era el único objetivo de su vida; su único afán, su motivo para vivir, y su motivo para morir.
El día de su venganza había llegado y su mente solamente pensaba en ello, su corazón enfriado por palabras reales y crueles, le escocian.
Allí estaba, su mente volvía a su cuerpo, él volvia a ser él mismo. Ya no era una segunda persona que veía atrevés de unos ojos de plástico. Era él que no tenía nada que perder e iba a perder lo´ú ico que tenía para vengarse de que había perdido todo.
Los hombres oscuros lo pararón, lo observarón y le pidierón los papeles del camión. Lo observarón friamente, como a un insecto frente a un exterminador.
En el pecho sentía el pedo de la muerte, sus hombros se quejabán y un cordel sobresaía de la cintura.
Sus ojos se cerrarón y su mano fue instintivamente hacia el cordón y lo aferró con fuerza. Loa músculos se relajarón, y después de tanto sufrimiento y tanto llanto; se sentía feliz y tranquilo, hasta tall punto, que una sonrisa y un lágrima de felicidad se le escapo y rodo por su mejilla.
Tiró del cordel con la imagen de su familia grabad en su mente y con una frase de vuelta al hogar, desapareción en la nada, al igual que los militares que registraban el vehículo.
Los explosivos habían destruido todo a su paso. Una venganza había sido concluida con el último suspiró de dolor.
Y lamentablemente hay gente que nace para escribir y otros que al resultar escritores frustrados se limitan a criticar. Claro que eres americano no podemos esperar mucho más del pais de la estupidez.